Los dos balcones de Cristina

Cristina Fernández de Kirchner sigue siendo el eje gravitacional de la política argentina aun en su aparente ocaso. Atravesada por una condena judicial que quedó firme, su figura inspira movilizaciones masivas y una mística casi litúrgica, redefiniendo la escena política desde una ambigüedad peculiar: débil frente a la justicia, pero sagrada para su base. El kirchnerismo es incapaz de renovar liderazgos y de ofrecer un programa consistente, razón por la que convierte a CFK en su única bandera, su única expectativa y su única estrategia electoral. Y así el debate político se desvanece entre el clamor sacrificial y la demonización mediática. El futuro inmediato se juega entre el declive definitivo o una nueva centralidad, no ya como proyecto, sino como encarnación de un legado. En ese péndulo, el peronismo busca sostenerse mientras el país exige algo más que épica: una idea clara de hacia dónde ir.
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Más allá de la controversia acerca de cuántos miles de personas se manifestaron en la Plaza de Mayo, lo cierto es que la figura de CFK volvió a demostrar ser la más convocante de la política nacional. Podrá gustar o no, podrá generar que canallas brinden con champagne una detención o que esos mismos canallas tensen sus labios y se les llene de espuma la boca por un saludo en un balcón, pero estamos frente a un dato: probablemente en baja y sin el apoyo de 10 años atrás, CFK sigue estando en el centro de la escena.

La movilización del miércoles traslada la discusión más allá de lo judicial y lo lleva al terreno político, donde más cómodo se siente el kirchnerismo y donde se enfrentarán dos posiciones irreductibles: la que indica que CFK es una perseguida política y la que indica que es una ladrona. Para ambas posiciones, lo que diga la justicia resulta indiferente tanto como resultan indiferentes los hechos. Es que la discusión pública hace como si tuviera en cuenta argumentos y datos de la realidad, pero nada de ello ya importa. Vivimos en mundos paralelos y personales, hechos alternativos que se adecuan demasiado fácil a nuestros deseos e ideologías. Posmodernos somos todos.

Si nos posamos en la especulación política tras la condena y la movilización de apoyo, el final es abierto. Algunos días atrás decíamos que con CFK presa había tres posibilidades en el peronismo: fragmentación sin reconciliación, unidad liderada por otro dirigente o unidad detrás de CFK. A juzgar por los primeros movimientos, la última posibilidad parece picar en punta si bien habría que ser cautos y esperar que baje la espuma: el kirchnerismo ha dejado muchos heridos todos estos años y este es un momento ambiguo en el que CFK es al mismo tiempo débil y santa.

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CFK, el balcón y la multitud. La confirmación de la condena por parte de la Corte Suprema no parecería tener ninguna relación con el cálculo político, puesto que la expresidente recuperó la centralidad a partir del fallo judicial. A menos, claro, que ese haya sido el objetivo en el marco de un pacto hegemónico que se presenta siempre como un acertijo.

Mientras se mantenga en el terreno de la santidad, no habrá inconvenientes. Pero si decide jugar fuerte en el poder terrenal de las lapiceras, allí habrá más sangre (metafóricamente hablando) que milagros. Dado que, conociéndola a CFK, el taller literario o una reducción en vida a parte de la liturgia no es una opción, habrá que ponerse el casco para una disputa feroz porque, encima, ahora, el kirchnerismo ni siquiera puede ofrecer los votos de ella, de modo que tiene mucho menos poder de negociación del que tenía una semana atrás.

La centralidad de CFK, al menos en el futuro inmediato, conecta con una pregunta bastante insólita que un periodista le hiciera al gobernador Kicillof, una pregunta que, hay que decirlo, lo descolocó: “En caso de ser presidente, ¿usted indultaría a CFK?” En el mismo sentido, Wado de Pedro declaró que la primera medida del próximo gobierno debería ser indultar a CFK.


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