Los hombres no son iguales a las mujeres

La igualdad entre hombres y mujeres es un dogma occidental que se repite con inusitada frecuencia, aunque sus premisas no suelen resistir al primer análisis lógico. Si los seres humanos no son iguales entre sí, ¿por qué habrían de serlo los sexos? Hombres y mujeres son distintos en lo biológico, lo físico y lo social, sin que ello implique la superioridad de uno sobre el otro. Sin embargo, Occidente está atrapado en su propia confusión histórica respecto al rol de la mujer e inventó la idea de la igualdad para expiar sus propias culpas. En las sociedades no occidentales la diferencia es aceptada sin dramatismo: cada sexo cumple una función y en esa distinción radica el equilibrio. Pero el mundo occidental, obsesionado con imponer su cosmovisión, rechaza toda noción que desafíe su mito igualitario, incluso cuando la realidad misma se encarga de desmentirlo a cada paso.
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Resulta obvio de toda obviedad para cualquier inteligencia promedio que los hombres no son iguales a las mujeres. Sin embargo, el mito de la igualdad es uno de los más fervientemente difundidos al interior de la sociedad occidental. Tan es así, que una de las preguntas más frecuentes que los occidentales suelen realizar a los hombres provenientes del Sur Global es la que sigue: “¿Cree Ud. que los hombres son iguales a las mujeres?”. Y por supuesto que no lo son, todo aserto por cuya veracidad se deba preguntar una y otra vez con insistencia resulta siendo comúnmente falso. Si hay que preguntarle al otro todo el tiempo lo mismo es porque la verdad de lo que se pregunta no resulta evidente a la vista.

De hecho, si la igualdad entre hombres y mujeres resultase una realidad obvia y aceptada por la mayoría a nadie se le ocurriría tomarse el trabajo de argumentar a favor de esa afirmación. ¿Acaso a alguien se le pasaría por la mente preguntar a otro individuo si los hombres y las mujeres tienen brazos y piernas? ¿O si los seres humanos respiran oxígeno? Independientemente de la cultura que atraviese al entrevistado, a ningún entrevistador se le ocurrirá presuponer que por proceder de latitudes lejanas su interlocutor pudiera descreer de la veracidad de una proposición tan fácilmente verificable como que tanto hombres como mujeres poseen brazos y piernas y respiran oxígeno.

Pero la pregunta es frecuente, como se ve. Y ese hecho ya debería inducirnos a suponer desde el vamos que la igualdad entre hombres y mujeres no existe, que afirmarla es un insulto a la inteligencia. Como lo será también suponer la igualdad entre dos hombres o entre dos mujeres, entre un grupo humano u otro. Los seres humanos son diferentes entre sí, por lo tanto no pueden ser iguales. Esa es una noción básica de lógica irrefutable.

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La tara occidental de insistir en la igualdad entre hombres y mujeres —que ya llegó a Hispanoamérica de la mano de las oenegés globalistas— se basa en la falsa afirmación de que está generalizada la idea de la incapacidad de las mujeres. Pero eso no se verifica en la sociedad no ideologizada. Para la gente de a pie está muy claro desde hace mucho que hombres y mujeres tienen capacidades diferentes para distintas tareas. El feminismo importado de Occidente es, por lo tanto, una ideología cuyas premisas no están presentes en la realidad social concreta. Nadie piensa como el feminismo dice que piensa.

Si todos los seres humanos fueran iguales todos serían lo mismo y está claro que eso no es así. Un buen ejercicio ante la pregunta por la igualdad sería el de ejercer la repregunta: “¿Es Ud. igual a su jefe?”. Porque si lo es, a los dos les debería corresponder la misma función en el trabajo, serían perfectamente intercambiables. “¿Es Ud. igual a su esposa?”. De serlo, podrían turnarse para engendrar a los hijos, por ejemplo. Y todo parece indicar que eso no es posible.

Cada uno de los seres humanos verifica en la cotidianidad que existen otros seres humanos más fuertes que él, más débiles, más inteligentes, más estúpidos, más ricos o más pobres, ocupando una posición social más destacada o más marginal. Por lo tanto, los individuos no pueden ser iguales. Los criterios de distinción entre un individuo y otro son infinitos, incluso entre individuos de igual sexo, pero esos criterios se diversifican aún más cuando se compara a hombres con mujeres.


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