En vías de empezar un nuevo proceso electoral en circunstancias similares a las que se retratan en esta obra de televisión, el pasado miércoles 7 de junio se estrenó en la plataforma Star+ Diciembre 2001, una miniserie de seis capítulos sobre los hechos que culminaron con la renuncia de Fernando de la Rúa y la caída del gobierno de la Alianza. Basada en el libro El palacio y la calle de Miguel Bonasso, Diciembre 2001 aparece en un momento que no podría ser más oportuno (o inoportuno, según el cristal con el que se mire la cosa) para la política argentina. El recuento histórico del fracaso de un gobierno que se parece demasiado al actual tanto en los contenidos como en las formas no puede ser, en este momento, inocente. No lo es.
Y menos teniendo en cuenta el hecho de que detrás de la iniciativa de llevar a la pantalla chica una interpretación de esa coyuntura histórica estén la corporación Disney y el canal de televisión estadounidense National Geographic, un medio propagandístico que suele abusar de la historiografía liberal como método para contar la historia haciendo de ello una narrativa determinada. De acuerdo con National Geographic, toda la historia es el relato de la acción de los dirigentes políticos y poco más que eso, esto es, no tienen mucha importancia para esa historiografía tan particular las condiciones objetivas ni los poderes fácticos que existen en la sombra. Todo se explica exclusivamente por las decisiones de los dirigentes políticos.
Eso es lo que se ve a lo largo de los seis capítulos de Diciembre 2001. En un determinado momento, el espectador tiene la impresión de que el destino de un país estuvo pendiente de la rosca interna de los radicales, de la rosca interna de los peronistas y de la intriga entre estos y aquellos. El Fondo Monetario Internacional (FMI), por ejemplo, apenas aparece como un observador estupefacto de esa intriga y no como lo que realmente fue en esa coyuntura: un factor determinante para la debacle de la Argentina. Es como si el FMI no hubiera estado involucrado de lleno en la gestión económica del país desde el advenimiento de la convertibilidad, apareciendo de la nada en la escena como un actor que hesita entre darle o no darle al gobierno de la Alianza los dólares que dicho gobierno necesitaba para salir a flote.

No es así, claramente. El FMI es protagonista de la debacle de diciembre de 2001 habiendo condicionado a la Argentina desde principios de los años 1990, por lo menos. Y de igual manera aparece el personaje de Domingo Cavallo (Luís Machín), el que es presentado en la serie como un economista cuyo único interés es imponer sus convicciones ideológicas. El FMI no aparece como artífice de la crisis y, en consecuencia, tampoco podría aparecer Cavallo como un agente del FMI. Nada de eso. En la brillante interpretación de Machín —que sobresale del promedio, como veremos más adelante—, Cavallo es un loco mesiánico cuyo único interés es demostrar que tiene la razón.
Esa es precisamente, por ejemplo, la caracterización que la historiografía liberal de los instrumentos de propaganda ideológica como National Geographic hacen sobre Adolf Hitler. En la opinión de esa escuela, todo el nacionalsocialismo, el Tercer Reich y la guerra mundial resultante se explican porque Hitler estaba loco y quería tener la razón, no existen los intereses de las clases dominantes, las penurias del pueblo alemán en el marco de la imposición del Tratado de Versalles ni las condiciones objetivas de aquel momento, nada de nada. Todo lo que ocurrió entre las grandes guerras mundiales del siglo XX en Europa se explica por el mesianismo de un solo hombre. Esa es la historiografía liberal en muy resumidas cuentas, es la ocultación de la historia como acción colectiva de los hombres en el tiempo y de las condiciones objetivas.
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