Los Estados Unidos eran aún una nación joven y la doctrina Monroe apenas amanecía en el continente cuando el sexto presidente del gigante del norte John Quincy Adams pronunciaba una máxima que hasta el día de la fecha no ha encontrado falsación: “Hay dos formas de conquistar y esclavizar una nación. Una es la espada; la otra es la deuda”. Es hasta hoy que se sigue replicando el número de las naciones que resultan devastadas cuando no por la lucha armada abierta, sí por el sometimiento a sus acreedores luego de haber contraído una deuda impagable. La colonización y la esclavitud de las que hacía mención el estadista norteamericano no significan otra cosa que la pérdida de la soberanía por parte de las naciones, esto es, su disolución como tales.
En la actualidad el contexto de esa disolución de los Estados nacionales y también de la identidad nacional de los pueblos viene además de la mano de la pugna por parte de una suerte de oligarquía mundial de las corporaciones, cuyo proyecto político consiste en la instauración de una gobernanza mundial bajo la égida de una auténtica aristocracia de los banqueros, o una plutocracia global. Y es posible hallar ejemplos, tanto de un intento de derrotar a las naciones competitivas con los intereses de la élite mundial a través del poder de las armas como a través de la deuda. En este artículo veremos dos.
El primero es Rusia, nada menos que el país más importante en extensión de todo el planeta. Poseedora de un Estado nacional fuerte y bastión de un nacionalismo férreo cohesionado por una religión común, una identidad lingüística de larga data y valores tradicionales muy arraigados en el seno de una sociedad difícil de penetrar desde el punto de vista cultural en virtud precisamente de las características antedichas, así es Rusia. El segundo ejemplo es nuestro país, el octavo más extenso del planeta y legítimo dueño de riquezas incalculables a nivel de recursos naturales, recursos humanos y posición estratégica, bicontinental y bioceánico.
En el caso de la Federación Rusa, se encuentra por estos días en una encrucijada por su necesidad de librarse del cerco que cada vez con menos disimulo y envalentonada la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) está cerrando a su alrededor con el propósito de precipitar su disolución. Desde fines del año pasado y con mayor notoriedad a partir de enero de este año 2022, la OTAN ha dado muestras de una presunta inquietud por las supuestas intenciones expansionistas que motivarían el accionar del Kremlin.

So pretexto del arbitraje en medio de un conflicto diplomático que escala, la OTAN ha movilizado hacia Polonia, Ucrania y los países bálticos —Lituania, Letonia y Estonia— tropas y armamento, sugiriendo y hasta denunciando abiertamente que el presidente de Rusia Vladímir Putin planea invadir Ucrania, país de larga historia en común con Rusia, incluida su participación en la Unión Soviética.
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