La variable Sergio Massa es la última opción de un gobierno no kirchnerista que incluye a Cristina Fernández de Kirchner y llega al poder con votos kirchneristas. Al mismo tiempo es el final, de facto, del gobierno de Alberto y, por supuesto, el fin de su pretensión de reelección.
No parece poco, entonces, lo que acaba de suceder en una semana que corona un grado de improvisación inaudito: comenzando por no tener un plan B ante un ministro que había puesto condiciones para continuar y al cual le trababan sistemáticamente, desde el propio gobierno, sus políticas (sean éstas equivocadas o no), pasando por una ministra que sale a poner el cuerpo en el peor momento y se la corre del cargo a menos de un mes de asumir tras viajar a Washington para dar imagen de continuidad.
En el medio, decisiones económicas siempre a destiempo, a cuentagotas, contradictorias y voluntaristas que, por supuesto, no fueron responsabilidad de Silvina Batakis sino todo un modelo de gestión.
En este sentido, más allá del volumen político y de la negociación que transforma a Massa en un ministro con una cantidad de poder que ni por asomo se brindó a sus dos predecesores, la fusión de ministerios no tenía que ver con funcionarios que no funcionaban sino con una estructura que no funcionaba.
Ahora se reacomodará el loteo de cajas y cargos para que no todos estén descontentos, pero al menos hay una cabeza que manejará una estructura que buscará ganar en eficacia de modo tal que es de esperar que un funcionario de tercera línea de una secretaría no pueda trabar la política determinada por un ministro.
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