Después de anunciarlo a viva voz durante el primer debate presidencial, Sergio Massa no perdió el tiempo y ratificó al día siguiente su proyecto de crear en la Argentina una moneda digital del Banco Central (CBDC, por sus siglas en inglés) ya en este gobierno que está terminando. El apuro de Massa por imponer el dinero digital se vio plasmado en otro anuncio, el del envío del proyecto al Congreso de la Nación para su aprobación en la forma de una ley. Y aquí, en esta prisa que no puede esperar a que termine un gobierno ya sin autoridad política para hacer nada en absoluto, quedaron al desnudo varias cosas muy reveladoras.
La primera de ellas es que, desde el punto de vista de los jefes de Massa y de todos los demás candidatos —que es el poder fáctico global de las corporaciones—, la CDBC es un asunto que no admite grietas ni se posterga por razones de vulgares elecciones: la CBDC va a imponerse sí o sí más allá de quien resulte electo en octubre porque es una piedra angular en el plan de control total que las élites globales llaman Agenda 2030 y presentan como la salvación de un mundo al que esas mismas élites han destruido. Sin la CBDC cualquier proyecto de gobernanza mundial centralizada en las manos de la sinarquía internacional quedaría incompleto.

Entonces Massa se ve obligado a imponer la CBDC ya durante este gobierno de Alberto Fernández, que está humillado, derrotado y en retirada. Alberto Fernández no tiene la capacidad política de hacer aprobar una ordenanza municipal en el más pequeño de los pueblitos del país, pero Massa insiste y se juega su propio prestigio en el envío del proyecto al Congreso, va a gastar parte de su capital político para “endulzar” a diputados y senadores y que estos levanten la mano en el recinto. Aquí queda revelada que la CBDC es una prioridad y una urgencia y eso ya debería disparar serios cuestionamientos sobre la cosa.
¿Por qué tanto apuro por parte de Massa en imponer la CBDC, si Massa cree que va a ser presidente a partir del 10 de diciembre y podría perfectamente incluir ese proyecto en la batería de medidas del nuevo gobierno dentro de unas pocas semanas? Quizá porque Massa no crea que va a ser presidente después del 10 de diciembre, esto es, porque ya sabe que otro candidato va a resultar electo en las urnas. Y entonces apura el proyecto de las CBDC para dejarlo como herencia al próximo gobierno, evitando así el riesgo de que el nuevo presidente no tenga la “muñeca” suficiente para implementarla. Hay que asegurar el golpe.
Todos los días se vuelve más real la hipótesis expuesta por Horacio Verbitsky en su blog, la de que Sergio Massa y Horacio Rodríguez Larreta barajaron en un diálogo íntimo, al que el espía Verbitsky habría accedido, la posibilidad de hacer ganar a Javier Milei para que este lleve a cabo el ajuste final que la política argentina está deseando y nadie se anima a hacer. Milei sería en ese esquema una especie de suma entre Remes Lenicov y Eduardo Duhalde, los que asumieron los costos políticos de la devaluación de 300% a la salida de la convertibilidad que dejó despejado el camino al siguiente gobierno, el que finalmente fue encabezado por Néstor Kirchner.

Querrían por lo tanto el triunfo electoral de Milei para hacer de este un chivo expiatorio, una cabeza de turco que haga lo que ningún dirigente quiere hacer y luego darle paso al propio Massa, quien ya llegaría después del estallido con el ajuste hecho y la economía lista para despegar por efecto rebote. Pero todo eso es especulación, sin lugar a duda. Lo cierto aquí es que Massa apura el proyecto de la CBDC y quiere crear la moneda digital del Banco Central argentino ahora, sin más demoras. Y por eso es posible concluir que la cosa es urgente, que desde arriba hay alguien presionando para que salga rapidito. Massa es un personero cipayo del poder fáctico global al igual que todos los demás candidatos y por eso cumple órdenes.
En una síntesis muy apretada, la CBDC es la sustitución del dinero físico en metálico —billetes y monedas, usualmente— por números en una pantalla, es la llamada digitalización del dinero. Eso ya ocurre en buena medida desde el advenimiento de los medios electrónicos y las tarjetas de crédito y débito hace ya varias décadas y con mucha más intensidad al surgir las “billeteras electrónicas” con la gran difusión de los teléfonos celulares inteligentes. Con Ualá, MODO, Mercado Pago y luego las “apps” propias de los mismos bancos privados y públicos, entre las que se destaca la Cuenta DNI en la provincia de Buenos Aires, hoy buena parte de las transacciones comerciales, pagos y transferencias de dinero ya no implica billetes y monedas.
¿Puede decirse entonces que la moneda ya es digital en la práctica? No, no se puede decir eso porque el Banco Central todavía imprime dinero físico: una parte de la emisión monetaria se materializa en billetes de cada vez mayor denominación, los que le dan al ciudadano la posibilidad de evitar el dinero digital si así lo desea. Si Ud. lo quiere, atento lector, puede exigir la percepción de la totalidad de sus ingresos en efectivo y con dicho dinero ir a hacer sus compras, pagar sus cuentas y, en fin, gastar lo que es suyo en lo que quiera sin el control de ninguna autoridad centralizada, puesto que el dinero físico garantiza el anonimato. He aquí lo más importante para lo que va a explicarse a continuación.

La CBDC es la sustitución gradual o brusca del dinero en efectivo por dinero electrónico, es decir, es el Banco Central dejando de imprimir dinero, no más la “maquinita”. Claro que eso no significa que no habrá emisión monetaria, desde luego, solo que dicha emisión ahora no se imprimirá en la forma de billetes y no se acuñará en la forma de monedas. El Banco Central va a seguir emitiendo dinero como siempre porque esa es su atribución, para eso existen básicamente los bancos centrales de un modo genérico. Y entonces el argumento de que la CBDC termina con la emisión descontrolada es una llana idiotez. Lo más probable es que con la CDBC haya más descontrol y no menos al no existir ya ni siquiera la necesidad de usar la impresora para emitir una parte de lo que se emite.
Otro argumento que el massismo lanzó al tapete para legitimar la CBDC es el de la evasión fiscal, o más bien de que el dinero digital termina con dicha evasión. Y nuevamente solo un idiota puede creer semejante patraña: los grandes evasores ya lo son hoy sin ni siquiera tocar un billete físico, evaden utilizando los medios electrónicos para transferir ingentes sumas de dinero al lavado de activos y/o a los paraísos fiscales. ¿O alguien va a creer que un evasor viaja a las Islas Seychelles con bolsos y cajas de pesos argentinos? Más bien tendría que viajar con contenedores de dichos billetes, puesto que no valen nada, eso en la eventualidad poco probable de que en las Seychelles reciban esos pesos que nadie en el mundo quiere. Ni los propios argentinos.
No, la CBDC no sirve para controlar a los grandes, sino a los peces chicos. Y tampoco es ninguna cuestión de evasión fiscal. El control que la CBDC le da al emisor de la moneda es el de ver en tiempo real y en niveles de lupa, en la capilaridad, qué hacen los paisanos con la jubilación y el magro salario que cobran, con lo que les pagan cada vez que hacen una changa y pequeñeces por el estilo. El Banco Central tendrá la posibilidad de conocer el destino de cada centavo en las transferencias entre los de abajo y, por lógica, podrá con eso dirigir esas transacciones, limitarlas e incluso, véase bien, prohibirlas.

Eso está directamente emparentado con el concepto de “crédito social” que se aplica, por ejemplo, en China. El gobierno chino tiene hoy el control total sobre los 1.400 millones de habitantes de su territorio y eso es gracias al gran desarrollo de los medios electrónicos de vigilancia y castigo, como diría Foucault si hubiera vivido para ver este panóptico virtual. El Estado chino impone un esquema de premios y castigos de acuerdo con el comportamiento social de los chinos de a pie: al que se porta bien se le suman créditos y al que se porta mal, por el contrario, se le restan. La cantidad de créditos determina lo que puede o no puede hacer un ciudadano y entonces en China más le vale al atento lector tener muchos créditos si quiere ir al cine, comprar bebidas en el supermercado, renovar el registro de conducir o simplemente circular por ciertas zonas del país.
Pero claro, lo más importante de todo eso es que el esquema de “crédito social” solo llega a la perfección si a la par está el dinero digital, con el que desde el Estado pueden controlarse las transacciones entre los de abajo. Al parecer, un aspecto esencial del esquema de “crédito social” es la posibilidad de limitar lo que consume cada ciudadano, esto es, de permitirle o prohibirle la adquisición de este o aquel ítem de consumo. Eso puede ser muy útil para impedir que un alcohólico vaya al supermercado y salga de allí con grandes cantidades de licor, pero es útil en realidad para cosas que nada tienen que ver con el bienestar social en un sentido comunitario.
Con una población inmensa y unos recursos limitados, China tiene el control sobre la distribución de dichos recursos mediante la limitación de lo que puede hacer cada uno con el dinero que tiene. Si hay una escasez de arroz, por ejemplo, puede limitarse la cantidad de dinero que se gasta en arroz con la introducción de un comando en el sistema y así no se les permitirá a todos los chinos (o a determinados chinos, esto también puede funcionar de modo selectivo, por categorías, ubicación geográfica, etc.) utilizar el dinero obtenido a cambio de su trabajo para comprar más de la cantidad máxima establecida de arroz o de cada ítem en cuestión según la necesidad coyuntural del sistema.

Es solo un ejemplo además algo burdo, por supuesto, aunque permite hacer otras preguntas mucho más interesantes: ¿Por qué querría el Estado el poder de controlar el consumo de los individuos en países donde no existe la escasez que hay en China? La Argentina es el país de la abundancia por antonomasia, aquí no puede faltar nada simplemente porque los argentinos somos muy pocos en relación con el tamaño y la capacidad productiva del territorio. No habría entonces ninguna necesidad de controlar el consumo de los de a pie, pero la CBDC es concretamente esa posibilidad. Dirán hoy lógicamente que no, que nadie está pensando en ello. Pero está claro que al no existir dinero en efectivo el consumo anónimo de lo que fuere es imposible y el control queda al alcance de un clic.
Aquí empieza lo que el idiotaje aborregado suele llamar “conspiranoia”, o la sana práctica de poner el huevo de la serpiente a contraluz para verificar que allí hay, en efecto, una serpiente gestándose. Si se le va a dar a un poder central una herramienta que al menos en potencia serviría para controlar y limitar el consumo de los ciudadanos de a pie, ¿cuánto tardaría hasta que en el Estado a alguien se le ocurra hacerlo por el motivo que fuere? Dicho de otra manera, si el control o cualquier otra cosa existe en potencia, entonces ya existe de hecho y solo está a la espera de activarse cuando exista también la necesidad de activarlo por parte de quien lo tiene.
Cuando uno sobrepone esa posibilidad de control con las ideas expresadas abiertamente en la Agenda 2030 de las corporaciones, sobre todo las que versan sobre la reducción de la “huella de carbono”, se ve claramente en el contraste que el dinero electrónico del Banco Central es la herramienta cierta para determinar desde un poder centralizado limitaciones y prohibiciones al consumo de lo que ese mismo poder considere en cada momento que es dañino al medioambiente. Noble fin, nadie dirá que no, es preciso preservar la naturaleza y todo lo que sabemos a fuerza de repetición propagandística. ¿Pero quién va a determinar lo que es dañino para el planeta? ¿Los llamados “científicos” a sueldo del complejo industrial-militar-farmacéutico y, por lo tanto, de las élites globales?

No es en realidad muy difícil de comprender, se trata de un poder central con la autoridad de definir las reglas de lo que es o no es deseable y también con la capacidad de, ahora en posesión del control brindado por la CBDC, imponer automáticamente el cumplimiento de esas reglas mediante la coerción de la amenaza con el peor de los castigos: la privación del hombre de sus medios de subsistencia. Todos vamos a tener que acatar y obedecer las órdenes del poder central porque el no hacerlo ya no va a implicar una condena social ni nada simbólico, sino directamente la condena concreta al hambre. Y además sin instancias de apelación. El Banco Central “bloquea” al individuo sublevado y este no puede comprar ni vender.
Ahora multiplíquese eso a todos los niveles del ordenamiento social y ahí se verá con claridad meridiana la distopía. Las “recomendaciones” de la Agenda 2030 pasarán a ser una especie de Constitución global, un mandato legal y legitimado por el propio poder en sí mismo sin la necesidad de consenso social alguno y sin disidentes. ¿Quién se atreverá a decir que no concuerda con la ley globalista a sabiendas de que del otro lado de la pantalla hay un burócrata —o probablemente ni siquiera un burócrata humano, sino una “inteligencia” artificial— presto a aplicarle límites, bloqueos y suspensiones temporales o permanentes al díscolo?
Hoy la Agenda 2030 es un compilado de recomendaciones desopilantes en el sentido de, por ejemplo, ir reemplazando el consumo de carne vacuna por alternativas que incluyen insectos y otras delicias. Hoy el atento lector se ríe de esas recomendaciones, las ubica en alguna obra literaria de Orwell o de Huxley, va a la carnicería y paga en efectivo la carne para que coman sus hijos. Así ha sido a lo largo de la historia. ¿Pero qué pasará cuando el dinero en efectivo no exista y desde un poder centralizado alguien decida que la CBDC no es válida para el consumo de ese ítem, o por lo menos no es válida para ciertos individuos o para un determinado sector de la sociedad? ¿Con qué piensa pagarle al carnicero por ese churrasco sagrado?

¿Y qué pasará cuando ese mismo poder centralizado determine que Ud. es demasiado rebelde hasta el punto de haberse convertido en un factor de inestabilidad social por las opiniones que emite? El crédito social en China ya prevé esa posibilidad, por cierto, no perdona al disidente y lo castiga por el bolsillo limitándole la capacidad de comprar, vender, transitar, cobrar por el trabajo que realiza, etc. ¿Y si en una determinada contingencia el poder decidiera combatir la inflación mediante la limitación masiva del consumo o, por el contrario, para salir de una recesión quisiera estimular el consumo poniéndoles fecha de vencimiento a los ahorros? ¿Y si, teniendo ahora la posibilidad de hacerlo digitalmente, sin la necesidad de escándalos, quisiera congelar e incluso confiscar esos ahorros? ¿A la puerta de qué banco iría Ud. a golpear cacerolas?
Las posibilidades son infinitas, es solo cuestión de usar la imaginación. Y el poder tiene mucha, muchísima imaginación. El poder consagra su existencia a la elaboración de ingeniería social para controlar a las mayorías mientras los pueblos están demasiado ocupados con la supervivencia cotidiana y con las distracciones prosaicas de siempre. En lugares superpoblados como China, el poder aplica la ingeniería social para imponer la disciplina y evitar que las hordas multitudinarias consuman los recursos que los ricos del mundo consideran que les son propios. Y en países como el nuestro, donde falta gente y sobran riquezas, la aplican para garantizar el acceso colonial a los recursos del territorio sin que nadie pueda chistar. Pero siempre en el fondo es una cuestión de control social de las minorías sobre la mayoría.
Para la Argentina la CBDC es la última etapa de un golpe iniciado allá por el 24 de marzo de 1976, es el último mecanismo de control perfeccionado para asegurar que el país jamás deje de ser una semicolonia. El Estado ha sido tomado por las élites del globalismo y los dirigentes trabajan para el poder, también los mal llamados “periodistas” y el Poder Judicial. Mientras pensamos que discutimos la política hablando del escándalo de un funcionario que se deja fotografiar junto a una prostituta VIP navegando en un yate de lujo por el Mediterráneo o viendo si una delincuente trotskista es más o menos admirable por decirle “gatito mimoso” a otro delincuente, socio suyo en la farsa, ellos hacen política de verdad imponiendo lo que modifica en serio la realidad.

En la división del trabajo político hay dirigentes que actúan como payasos para distraer en la retaguardia y hay otros que corren adelante como las liebres, van arrastrando la marca. Todos ellos son funcionales, cada cual a su manera, a un tercer grupo de dirigentes que son los “serios”, los que trabajan día y noche para imponer una agenda. Sergio Massa pertenece a este último grupo y no está bromeando ni es como todos los demás subalternos: es el elegido por el poder fáctico de las corporaciones para encabezar un proceso de transformación muy profundo cuya finalidad es terminar de atar la vaca, de una vez y para siempre, en el quinto territorio más rico del mundo. Y para eso el control de la población es la clave.
Y es para controlarlo a Ud., no vaya a confundirse. El control es un rompecabezas muy complejo en el que la CBDC es una pieza, una sola pieza. No le es dado comprender la trama hasta que la tenga enteramente armada delante de sus ojos, hasta que un buen día Ud. decida protestar porque no le parezcan aceptables los contenidos e incluso la calidad de la educación que reciben sus hijos o dude en aplicarse la novena dosis de esa “vacuna” experimental que el complejo industrial-militar-farmacéutico lanzó al mercado e hizo obligatoria, a instancias de los “científicos” a los que tiene en la nómina, para prevenir la viruela del mono o lo que fuere. Cuando algo de eso pase y Ud. descubra que su cuenta en el banco ha sido vaciada o bloqueada, recién ahí verá todo el rompecabezas armado delante de sus ojos. Pero ese día ya será demasiado tarde para lamentarse de haber creído que la ciencia y la tecnología son asépticas y siempre se aplican para el progreso y el bienestar de la humanidad.