En los dos últimos meses una temática ha acaparado casi por completo el interés y la cobertura de los medios masivos de comunicación tanto nacionales como internacionales: la guerra que tiene por escenario a Ucrania y como protagonistas a rusos y ucranianos. Mientras se construye una narrativa tendenciosa con el propósito de asimilar a la figura de Vladímir Putin con un enemigo de los pueblos libres y una amenaza contra la continuidad de la especie humana, el campo semántico de la guerra se reproduce y sobreabunda en las pantallas de televisión y los medios en cada una de sus plataformas de soporte. Invasión, armamento y alianzas colman el aire de los canales de noticias y los titulares en redes sociales.
De hecho, mientras el lector repasa estas líneas se está hablando de negociaciones y de la posiblemente próxima rendición de una Ucrania que desde el día uno de las “operaciones quirúrgicas” impulsadas por el gobierno de Putin llevaba todas las de perder.
Pero los argentinos también conocemos de cerca y hemos padecido en carne propia las veleidades de la guerra, una guerra muy cercana y cuyas consecuencias aún perduran a pesar del tiempo transcurrido. A cuarenta años de la gesta de Malvinas es importante trazar el paralelo entre el ayer y el hoy para advertir acerca de la creciente amenaza a la soberanía nacional que pareciera estar destinada a signar nuestro destino como país.
En primer lugar, lo primero: en Malvinas dejaron la vida seiscientos cuarenta y nueve argentinos que pelearon a muerte en defensa de nuestra soberanía territorial y del honor de nuestra patria y hoy, a cuarenta años del desarrollo de los acontecimientos, poco se habla acerca de un conflicto cuyos resultados funestos para nuestro país se siguen reproduciendo en el tiempo. Por ellos, por cada uno de los héroes que dieron su vida por nuestra bandera en la esperanza de expulsar de nuestro territorio al invasor e histórico enemigo de los pueblos libres, tenemos la obligación ética como patriotas y como ciudadanos argentinos bien nacidos de no permitir que Malvinas caiga en el olvido.

Se lo debemos a nuestros héroes; Malvinas es una herida que no cierra y que aún sangra porque implica una ocupación extendiéndose por cuarenta años más y sin visos de resolverse, con una potencia enemiga explotando nuestros recursos de manera impune y llevándoselos lejos del país.
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