Pasó al fin el debate presidencial cerrando de hecho una campaña electoral que, a su vez, se asemejó muchísimo a una gran simulación. Sergio Massa y Javier Milei llegan al ballotage cumplidos, habiendo representado cada cual el rol asignado en la función hasta crear en la percepción de la opinión pública la idea de que hay dos proyectos de país radicalmente opuestos y en pugna. La simulación electoral dio el resultado esperado, a saberlo, resultó en la imposición de una nueva grieta por derecha y por izquierda, con la increíble incidencia de que Massa termina ubicado simbólicamente en esta última posición. La revolución burguesa de 1789 triunfó nuevamente en la conciencia colonial y otra vez parió una aberración: la del ultraneoliberal ucedeísta Sergio Massa sentado, por simple exclusión, a la izquierda del arco. Otra vez se ha perdido de vista que la verdadera grieta es entre los de arriba y los de abajo.
La polarización ha demostrado entonces ser una maniobra efectiva como herramienta para suspender la política en un sentido de principios, valores y sobre todo convicciones acerca de lo que está bien y lo que está mal en el mundo. Se ha corroborado la hipótesis de que la polarización electoral siempre funciona y siempre se impone sin importar qué tan evidente sea el hecho de que los personajes que la interpretan pertenecen al mismo sector de interés social. El que Massa y Milei representan los intereses de los de arriba contra los intereses de los de abajo es la propia obviedad ululante que se ve en la observación tanto de los orígenes como de las conexiones de ambos con las terminales de poder, pero la simulación electoral es muy fuerte. Las elecciones son presentadas como la propia democracia y los de abajo otra vez cometen el error de validar la maniobra del sistema.
Es el asunto de la urgencia, siempre hay una urgencia. Al advenir un Javier Milei con la amenaza de “quitar derechos” instalando una especie de régimen totalitario, muchos de los que a principios y hasta hacia mediados de este año juraron no votar a Massa ni aunque de ello dependiera su vida no solo terminaron apoyando al “Tigre”, sino que enarbolaron su bandera con un nivel inaudito de fanatismo y/o se pelearon con quienes tenían al lado cuando estos no entendían el peligro que encerraba un triunfo de Milei. El “milagro” aquí es el de la conversión en massistas de individuos que hace tan solo unos pocos meses gritaban en las reuniones, en los medios y en las redes sociales que Massa era un traidor y un “sapo” intragable. Todo eso, véase bien, en cuestión de unas pocas semanas. He ahí la urgencia.

Lo propio ocurrió en el campo opuesto y con tintes quizá, si se quiere, aún más dramáticos: muchos cambiemitas que fueron operados y furiosamente vilipendiados por Milei y los mileístas durante la campaña de súbito se hicieron ellos mismos mileístas de la primera hora. Y otra vez operó allí una urgencia, la de evitar que el “kirchnerismo” (entre muchas comillas, claro, porque Massa de kirchnerista tiene poco y nada) gane las elecciones. Empezando por Patricia Bullrich y terminando en el último simpatizante del cambiemismo que ahora se ve desfasado por los libertarios, resulta ahora para ellos que Milei no era tan malo como ellos mismos decían y puede que no sea malo en absoluto. Ellos juraron que con Milei no iban a ir ni a la esquina y ahora dicen que Milei es la salvación de la patria.
La conclusión rápida sería que la vieja grieta de siempre entre kirchnerismo y antikirchnerismo sigue existiendo con Massa en representación de lo primero y Milei de lo último, pero esa conclusión es apresurada. Una mejor observación va a indicar que el problema es más profundo y es que, en realidad, ni en un extremo ni en el otro jamás existieron convicciones muy profundas más que la de ver derrotado al disidente, sin cuidado de cómo se presenta este en cada coyuntura. Aquí lo que hay es la necesidad de un ellos y un nosotros, un vicio que se asemeja a esas rivalidades deportivas en las que los rivales no saben explicar qué los divide más allá de los colores de la camiseta. Son, en una palabra, dos bandos que quieren el triunfo sin saber muy bien para qué lo quieren.
Los kirchneristas y los cambiemitas que hicieron la metamorfosis prevista en la ingeniería electoral y ven en Massa y en Milei representantes de la idea de país implícita en sus proyectos originales se equivocan, Massa y Milei no tienen nada que ver con eso ni vinieron a representar nada de eso, sino más bien a hacer la superación de todo eso con la creación de una hegemonía nueva. Pero aferrados a la necesidad instintiva de derrotar al viejo rival y al ver que este tiene algunas similitudes con uno de los dos candidatos, tanto kirchneristas como antikirchneristas se apuraron en ubicarse del lado del candidato opuesto, todo eso en espejo. Al presentir que Milei se parece en algo al macrismo, los kirchneristas se abrazaron fuerte a Massa y, de modo análogo, los macristas se agarraron de Milei al ver que Massa tenía el apoyo del kirchnerismo.

Ahí está la ya mentada ingeniería electoral funcionando y haciendo entrar como caballos a ambos extremos de la grieta que fueron hegemónicos en las últimas dos décadas, lo que equivale a decir que con la ingeniería electoral los ingenieros se metieron a ambos en el bolsillo y detonaron la hegemonía existente para instalar una nueva. Después de las elecciones se verá más claramente que no es que el kirchnerismo apoye a Massa y el macrismo haga lo propio con Milei, sino todo lo contrario: Massa absorbe al kirchnerismo convirtiéndolo en massismo y Milei absorbe al macrismo transformándolo en mileísmo, o como quieran llamarse esos campos de aquí en más. Eso es poco importante, las denominaciones de las categorías son una anécdota. Lo importante es que la vieja grieta se hundió y nace una grieta nueva con nuevos jefes, nuevos temas y, lo esencial, un proyecto hegemónico nuevo.
El hecho de la realidad que suele perderse de vista es el de que la hegemonía es dialéctica, siempre es una cosa de a dos. Para que una hegemonía exista debe haber quienes afirman y, al mismo tiempo, al unísono y en paralelo, deben estar los que niegan lo que se afirma y participan así, como opuesto necesario, en la propia hegemonía. No habría kirchnerismo sin su rival y par hegemónico necesario, el antikirchnerismo. Durante dos décadas mucha gente creyó que Mauricio Macri y sus amigos tenían por meta la destrucción del kirchnerismo, pero no hay nada más falso que eso. Macri y sus secuaces solo existieron en la política argentina mientras existió asimismo el kirchnerismo, porque fueron su negación. Y al agotarse por desgaste natural la narrativa kirchnerista, pues también se agotó el relato de su anti.
Por eso el gobierno de Macri fue un gobierno kirchnerista al ocurrir durante dicha hegemonía, fue un gobierno de negación. Toda la política argentina desde el 2003 en adelante fue hasta aquí una política kirchnerista ya sea a modo de afirmación o de negación de los postulados dichos “populistas” o “progresistas” del kirchnerismo. Macri no tuvo ni pudo tener un proyecto de país propio que afirmara unos principios y unos valores independientes de la idea contenida en el proyecto de otros, lo único que hizo siempre fue pararse en la vereda de enfrente presentándose como todo lo opuesto a lo que decían y representaban los kirchneristas. He ahí la hegemonía en todo su esplendor, la cara y la ceca de toda moneda, los dos polos que necesitan el uno del otro para existir en equilibrio.

Esa es la hegemonía que se hunde hoy a manos de Massa y de Milei y con el aplauso de quienes están hundiéndose y serán absorbidos por el nuevo statu quo. Massa y Milei vienen a hacer lo mismo que el kirchnerismo y su anti hasta acá, a saberlo, vienen a oponerse mutuamente en algunas cuestiones y a empalmar en otras, así es la dinámica. Y lo más importante ahí no sería ver en qué van a disentir Massa y Milei en el marco de la nueva hegemonía, eso ya está más o menos anunciado: narrativa sobre los años 1970, ideología de género y moral sexual, “garantismo” o “mano dura”, asistencialismo social sí o no, etc. Lo fundamental sería observar en qué cosas van a acordar, dónde van a empalmar para que su hegemonía funcione y cumpla su propósito.
Javier Milei es un personaje inventado en la práctica por Alejandro Fantino en el piso de Animales Sueltos, un programa de polémica y debate al divino botón del canal de televisión América, el que a su vez es de propiedad del Grupo Uno, esto es, de Daniel Vila y José Luis Manzano. No es que Massa haya creado a Milei, es muchísimo más sutil que eso. Massa y Milei fueron creados por el mismo poder para jugar en las dos puntas necesarias de una nueva hegemonía, para ser el uno para el otro respectivamente la afirmación y la negación. Y, por supuesto, para empalmar silenciosamente en las cuestiones que sean de interés primordial para el poder que los creó. Y entonces son, en ese sentido, harina del mismo costal. Se pelean para la tribuna alrededor de algunos temas y en otros asuntos hacen el consenso necesario para tomar las decisiones en lo que importa.
Massa y Milei no son lo mismo, esa es una burrada trotskista. Massa y Milei son, en todo caso, dos etapas distintas de un mismo proceso. De ganar las elecciones del próximo domingo 19 de noviembre, Massa introducirá las reformas exigidas por el poder que lo creó y lo sustenta y lo hará con la cara amigable de la retórica “progresista”, la del “Estado presente”, los “derechos” de las minorías y todo lo que no modifique el proyecto político entendido como plan económico. Y si por el contrario el que resulta electo es Milei, esas reformas serán impuestas a los martillazos o bien —esta es realmente la hipótesis más fuerte— no serán impuestas en absoluto, lo que resultará en un gobierno breve que permita llegar a Massa cubierto de gloria por haber tenido la razón y por ello exigiendo poderes extraordinarios.

Sea como fuere, todos los caminos conducen a Roma, que es la superación de la hegemonía presente y estancada por una hegemonía nueva cuyo fin debe necesariamente ser la toma de todas las decisiones que han quedado trabadas por el impasse actual. Son esperables entonces un nuevo Pacto de Olivos y en el mediano plazo una nueva Constitución, una que consagre en la forma de ley la realidad económica de la etapa que políticamente se inicia el 10 de diciembre próximo. De eso habla Massa cuando dice “gobierno de unidad nacional”, por supuesto. Dicha unidad es imprescindible si lo que se quiere es reescribir las reglas creando el nuevo estatuto legal del coloniaje que un mundo en guerra le exige al octavo territorio más extenso y el sexto más rico en recursos del planeta.
A los que vieron el debate presidencial haciendo fuerza por una de las partes en danza no les van a gustar estas conclusiones, claro que no. La política solo funciona si existe la fe de la mayoría en que lo que se ve montado sobre el escenario es real, que la lucha es verdadera entre intereses opuestos. Y es lindo tener fe para seguir. Pero no hay fe que pueda tapar el hecho de que un mismo poder impuso todas las opciones electorales y eso significa que no hay allí intereses opuestos. El que ve a un Milei “de derecha” y a un Massa “de izquierda” erra por ambos lados, no hay lados. Lo único que hay es un triunfo fulgurante de los de arriba sobre los de abajo y todas las consecuencias de ello estarán muy pronto a la vista. A la vista de todos, incluso del que no quiera verlo.