La sociedad occidental está atravesando en la actualidad una crisis existencial. Esa sociedad pone entonces en cuestión todo lo que ha dado por sentado como real, cuestiona todo lo que siempre creyó que era la verdad. El hombre occidental ya no cree en todos los supuestos incuestionables con los que ha sido programado para creer ciegamente. Esa caída de la fe empieza a verse en el boicot a Starbucks y McDonald’s. Cuando el hombre occidental dio inicio a ese boicot, se rompió un patrón de comportamiento y también un hábito, no solo un hábito de consumo sino toda una cosmovisión. El hombre occidental se dio cuenta de que no necesita gastar cinco dólares para consumir una taza de café mediocre. De hecho, se cae la creencia de que existe un estilo de vida o un estatus de clase social en ir por la vida sacándose selfies, fotografías de uno mismo, en la calle con un vasito de Starbucks. El hombre occidental empieza a pensar que en realidad está un poco cansado de todo el concepto de exhibición de estatus de clase social o estatus de un estilo de vida para que los demás lo vean y lo admiren. Es un estilo de vida que uno no tiene ni puede solventar y tampoco lo tiene ni lo puede sostener ninguna persona que uno conozca.
Llegar a comprenderlo resulta bastante disruptivo porque equivale a darse cuenta de que uno ha estado simulando continuamente, todo el tiempo, con la prosaica finalidad de emular de alguna forma el comportamiento de los ricos y los famosos, cuando en realidad uno no es rico ni es famoso. Al fin y al cabo, ¿quiénes son esos ricos y esos famosos? ¿Quiénes son esas celebridades, qué clase de gente son? Estos son los cuestionamientos que tienen lugar hoy en los Estados Unidos y en Occidente de un modo general.

Pensándolo bien, para empezar, los de a pie somos la única razón por la que los ricos y los famosos lo sean. Y ni siquiera son buena gente, no son gente a la que valga la pena emular y o admirar. ¿Los ricos y los famosos callan frente al genocidio? Bueno, los ricos y los famosos apoyan el genocidio. Entonces la conclusión que hace el hombre occidental es que ha llegado la hora de darles la espalda a los ricos y los famosos. Del otro lado de la mecha y sin que nos demos cuenta el apoyo a Gaza está transformándose en una guerra de clases, se está convirtiendo en un nuevo movimiento cuyo fin es oponerse a la costumbre de adorar a las élites artificialmente creadas y parasitarias. Y todo esto se inspira en el coraje de la gente en Gaza. La gente en Occidente ha empezado a romper sus falsos ídolos y a destruir toda esa religión secular de adoración a los ricos junto a todos los sacerdotes y sacerdotisas del ritual de distracción, frivolidad y consumismo.
El sionismo es colonización y la colonización es la manifestación del capitalismo cancerígeno. Y el capitalismo cancerígeno es la manifestación de la supremacía occidental, la que a su vez expresa el racismo y el clasismo deshumanizantes. Estos, a su vez, manifiestan la existencia de una cultura absolutamente desprovista de valores morales genuinos y solo puede elevarse mediante el sometimiento de los demás, del otro. Todo esto es primitivo, salvaje y cínico. Y cuando uno se percata de su país, de que su mal llamada “civilización” primitiva, salvaje y cínica perpetra esos crímenes contra otros, uno empieza a sospechar que puede estar perpetrándolos también contra uno mismo, contra sus propios ciudadanos. En ese momento el hombre occidental comprende que nunca ha dejado de ser un siervo y que las élites nunca fueron otra cosa que señores feudales. Y además que toda la narrativa que uno ha escuchado a lo largo de su vida entera y en la que ha crecido creyendo es una trama de mentiras, es la bolsa que le ponen en la cara a uno para que uno no vea lo que realmente pasa. Esa trama se está descosiendo hoy y jamás podrán volver a tejerla.

En mi opinión, los Estados Unidos tuvieron una ventana de oportunidad limitada para romper lazos con Israel, un periodo de tiempo en el que esos lazos pudieron romperse decisivamente antes de que esa relación tóxica infectara todo el sistema estadounidense. Pero ese tiempo pasó, ya es muy tarde. Los Estados Unidos debieron avanzar contra Netanyahu hace varios meses si no querían que su hipocresía asesina quedara expuesta, debieron hacer algo con Netanyahu antes de que fuera demasiado tarde. Los Estados Unidos son como esos vampiros de las películas, los que deben recluirse en la oscuridad antes de que salga el sol. Pero Washington no lo hizo, no se resguardó a tiempo y ahora está disolviéndose frente a los ojos del mundo.
Las explosiones y los gritos que vienen de Gaza son demasiado estridentes como para que puedan silenciarse con esa música de jazz suave tan típica de los ascensores cuya melodía es la virtud yanqui. Todos han escuchado las voces de Gaza y ahora todo el mundo sabe que los Estados Unidos han estado tratando de esconder la verdad todo este tiempo. La gente en los Estados Unidos y en todo Occidente está teniendo su momento colectivo de Oscar Schindler, es una epifanía de claridad y culpa. El hombre occidental ahora comprende que sus gobiernos cometían atrocidades mientras su sociedad lo estuvo atiborrando con entretenimiento, música, shows televisivos de entrevistas y debate, chimento de celebridades y pornografía. Sus gobiernos perpetraban carnicerías e injusticias brutales contra gente inocente en todo el mundo y también en sus propios países. Y entonces se da cuenta de que la totalidad de la cultura en los medios masivos no es otra cosa que un anestésico para entorpecer sus sentidos y embotar sus mentes y que no se vean la crueldad y la violencia de su mal llamada civilización.

Y ahora que el hombre occidental lo sabe, empieza a arrancarse del cuerpo las sondas que bombeaban el anestésico a la sangre. Está desconociendo a todas sus celebridades, sus marcas, sus logotipos, su propaganda, a todos los embajadores sonrientes del marketing que se hicieron ricos con el negocio de neutralizar, la anulación, la estupidización y la desensibilización de las masas en Occidente. Parecía un mero pasatiempo el mirar Netflix, pero no lo era. Lo que las masas no sabían era que se las distraía deliberadamente, se las divertía y su atención se desviaba adrede para que no se percataran de que se estaban cometiendo crímenes cada vez que presionaban “siguiente episodio” en sus controles remotos. Hasta gafas de realidad virtual pusieron sobre los ojos de las masas para que no vieran aquellos crímenes y las masas celebraron el advenimiento de esas gafas, festejaron la realidad virtual pues la realidad de sus vidas era demasiado aburrida, tediosa y miserable.
El poder llenó los días de gente de a pie con monotonía para que hubiera un deseo de escapismo, llenaron la vida de fealdad con el fin de que las masas aprovecharan todo su tiempo libre para observar pasivamente el desfile insípido de las celebridades frívolas. El poder ha estado drogando, sedando a la gente por años y décadas durante las que hicieron de las masas en Occidente cómplices ignorantes de su opresión y brutalidad. Pero las explosiones y los gritos de Gaza atravesaron la coraza del ruido blanco de trivialidad y propaganda. Esta es la razón por la que persiguen con tanta dureza a los estudiantes que protestan contra el genocidio israelí en Gaza: esos estudiantes no se oponen solo al sionismo y al genocidio, sino que al oponerse al sionismo y al genocidio provocan una reacción en cadena que causa un cortocircuito en todo el sistema de ingeniería social y control que les ha permitido a las élites parasitarias destruir el planeta por años y décadas sin estar bajo ningún escrutinio público ni rendirle cuentas a nadie.

Entonces castigan a los estudiantes que protestan porque estos les ponen un límite a las élites diciéndoles que han ido demasiado lejos con esta destrucción. Pero las élites son incapaces de aceptar la idea de que hay un “demasiado lejos”, no se supone que su angurria tenga límites ni limitación moral alguna y mucho menos si el pueblo establece esa moral y marca esos límites. Al fin y al cabo, desde el punto de vista de las élites, el pueblo es una cosa tan profundamente despreciable que puede ser reemplazada por inteligencia artificial y robots. A las élites el pueblo no les importa en absoluto y les genera mucha furia el que esos insignificantes crean que tienen alguna importancia. Y más furia aún por esa forma en la que el pueblo protesta para reclamar que se le dé alguna importancia, por dirigir su crítica contra las corporaciones, contra los inversores, contra los negocios, contra el sector privado y no contra la política. Las élites tenían la certeza de que el pueblo estaba adiestrado para canalizar su ira, su rabia, sus quejas contra esos espantapájaros de la política y su falsa representación del poder.
El poder usa a los dirigentes políticos como títeres descartables y entonces es imperdonable que los estudiantes en su protesta hayan roto el telón que oculta al poder real y hayan expuesto la falacia democrática. En su protesta los estudiantes iniciaron un incendio que se propagará por todo el sistema, pero nadie los puede reprochar por dicho incendio porque el sistema está hecho de material inflamable. El incendio es responsabilidad de quienes armaron el sistema por la forma en la que lo hicieron: si el sistema hubiera sido construido con base en la verdad, en la honestidad, en la justicia, en la decencia y en una moralidad genuina, nadie podría incendiarlo. Pero las élites han decidido construir el sistema con engaño e hipocresía, en base a la injusticia, a la explotación, en la intolerancia, la violencia, la codicia y la opresión. Esos son materiales altamente inflamables y, bien mirada la cosa, la de poner una antorcha en la mano de la Estatua de la Libertad tal vez no haya sido una idea del todo buena para las élites.