El año en que Argentina deberá elegir gobierno no promete brindarnos demasiadas opciones para las discusiones de fondo. La distancia entre las elites gobernantes y el ciudadano común se hace más ostensible y queda en evidencia cuando las agendas interpelan a pocos. La política, antes que el gobierno, es la que pierde la calle y la necesidad de movilización se canaliza a través del fútbol o la reivindicación puntual y fragmentaria de turno.
El gobierno, mal y tarde, trata de al menos exponer las tropelías de la Corte Suprema mientras busca convencer a la ciudadanía de que la inflación es responsabilidad del cuarteto vitalicio porque sus fallos favorecen a determinados sectores económicos. Sin embargo, siempre favorecieron a esos grupos económicos y hacía tres décadas que no teníamos inflación de casi tres dígitos. Se dice también que esta Corte, o en el formato que tenía durante el gobierno de CFK, fue central para poner límite a las iniciativas del gobierno popular y ese es un dato real. Sin embargo, aun con esa Corte, el kirchnerismo pudo avanzar muchísimo más que lo que ha avanzado el actual gobierno.
A esta agenda los sectores más radicalizados dentro del gobierno le agregan la “Batalla de Lago Escondido” con gauchos paraoficiales y otra fauna. Sumemos que desde la campaña de 2019, muchos funcionarios parecen entender que la única discusión en términos de igualdad pasa por modificar la forma de hablar, y lo que tendremos es una sociedad apática y desentendida con referentes políticos aturdidos en su cámara de eco. No es solo un problema exclusivo del oficialismo, claro. Pues, ¿acaso ustedes creen que en las panaderías están discutiendo sobre Jones Huala?
Lo cierto es que dentro del gobierno no lo van a aceptar, pero si éste tiene todavía alguna esperanza de ser competitivo, se debe a algún mérito propio y a una serie de circunstancias fortuitas.

El mérito está en haber logrado la estabilidad de la inflación. Es altísima y es imposible continuar con estos números sin que se generen desequilibrios pero lo cierto es que hay una tendencia a cierta estabilidad en un número cercano a 5% mensual con alguna levísima tendencia decreciente en el mediano plazo. En cualquier otro escenario no alcanzaría, pero en la Argentina todo es posible especialmente porque cada vez se vota más contra el adversario que a favor del candidato propio. Una sola cosa sabe el ciudadano medio: a quién no votará. El resto se verá. Especialmente en escenarios de balotaje, es el nivel de irritabilidad que genera el contrincante lo que corona presidentes.
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