Llegó a ser un centenario anciano en los últimos días del mes de mayo de este año el histórico secretario de Estado y exconsejero de Seguridad de los Estados Unidos Henry Kissinger, uno de los más influyentes personajes de la política internacional del siglo XX. Hombre de innegable astucia cuyo pensamiento permanece vigente a pesar del paso del tiempo, Kissinger fue el arquitecto de un proyecto de control poblacional que quiso implementarse en los países dichos subdesarrollados, proyecto sobre el que haremos un breve recorrido en este artículo analizando, además, un acontecimiento de relevancia internacional que enfrentó al entonces alto funcionario estadounidense nada menos que con el General Juan Domingo Perón, quien por su parte entonces transitaba la etapa final de su tercera presidencia y de su vida.
Auspiciada por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y con la asistencia de delegados de numerosos países, se celebró en Rumania la III Conferencia Mundial de Población. El evento tuvo lugar entre el 19 y el 30 de agosto de 1974 en Bucarest, en un contexto de plena Guerra Fría y con el enfrentamiento ideológico como telón de fondo enmarcando el conflicto protagonizado por un lado por los Estados Unidos y sus aliados a la cabeza del bloque liberal-capitalista y por la Unión Soviética y los países marxistas-colectivistas por otro. Aquella conferencia demostraría un rasgo peculiar: esos “enemigos” iban a encontrar un motivo para hacer causa común dejando en evidencia inesperadamente un nuevo antagonismo ordenador de la geopolítica: el Norte rico y desarrollado contra el Sur pobre y subdesarrollado.
En la III Conferencia Mundial de Población la grey de Karl Marx y los discípulos de Adam Smith dejarían a un lado sus diferencias para hacer frente en conjunto a un desafío emergente. “La conferencia consideró las políticas y programas de acción necesarios en materia de población para promover el bienestar y el desarrollo de la humanidad, como así también los problemas demográficos fundamentales y su relación con el desarrollo económico y social”, explica la investigadora Susana Novick en su libro La posición argentina en las tres conferencias mundiales sobre población, publicado por el Instituto de Investigaciones Gino Germani. “La importancia de ella residió en que fue la primera reunión sobre población que excedía los estrechos límites de la ciencia demográfica y se proponía acciones y políticas concretas a nivel mundial”.

Entonces la Conferencia de Bucarest tuvo como característica particular que por primera vez se incluía entre los objetivos generales de un congreso de población el establecimiento de políticas comunes a todos los países, las que debían consensuarse para su implementación en el mediano y largo plazo. El punto es que con independencia de las buenas intenciones que en apariencia esos objetivos generales parecían trazar en aras del progreso de la humanidad, la Secretaría General de la Conferencia elaboró un borrador de declaración final, conocido como Plan de Acción Mundial sobre Población, en base a documentos elaborados en las reuniones preparatorias de la Conferencia. Ese instrumento empezó a circular entre las delegaciones de los distintos países.
El contenido del proyecto dejó en evidencia la ideología que inspiraba a los delegados de los países del Norte industrializado, sin importar que fueran capitalistas o marxistas, pues ambos bloques manifestaron en ese sentido sugestivas coincidencias. Este borrador sería en virtud de su sesgo ideológico severamente cuestionado por un grupo de países, liderados estos por la posición argentina en la Conferencia. Se formularon numerosas enmiendas al proyecto, lo que resultó en los hechos en la elaboración de un nuevo documento sobre otros ejes ideológicos completamente distintos a los imaginados desde la Casa Blanca y el Kremlin. Era una enorme victoria de los países periféricos por sobre las potencias industriales del Norte.
Los países dominantes —pero específicamente Estados Unidos con Kissinger a la cabeza y sus aliados en Europa Occidental— partían de la premisa ideológica falsa propuesta a comienzos del siglo XIX por el economista británico Thomas Malthus en atención a supuestos criterios de escasez de recursos básicos para la subsistencia en relación con el volumen de la población mundial. La premisa maltusiana de que “en el mundo no hay lugar suficiente para todos” no se corrobora, pero sobre la base de ese marco teórico y tal como nos recuerda Novick, “la tendencia de todos los documentos fue mostrar como alarmante el crecimiento de la población y pregonar el control de la natalidad como solución ante los problemas de escasez de alimentos y bajo nivel de desarrollo de ciertos países”.

“Sin embargo —prosigue Novick— los países del mundo considerados más pobres unieron sus esfuerzos con el fin de conseguir que no se tratara de implementar una única solución ante un problema que, más que demográfico, era económico y social”. De acuerdo con los documentos preparatorios que circularon entre las delegaciones, la ayuda del Norte ya industrializado al Sur subdesarrollado no debía pasar por ejemplo por otorgar créditos blandos para infraestructura básica, desarrollos agrícolas, radicación de industrias, ayudas concretas en salud y educación, etcétera. Más bien se proponía como solución que los países del África y de América Central y del Sur fueran el blanco para la implementación de una serie de campañas de reparto de anticonceptivos o de impulso a la legalización del aborto.
La respuesta sugerida para los problemas en los países periféricos era el congelamiento de las tasas de crecimiento demográfico, allí donde precisamente en virtud de la extensión territorial y la abundancia de recursos naturales la mejor opción no parecía ser a priori una reducción del crecimiento vegetativo para paliar una superpoblación inexistente, sino todo lo contrario. En oposición al borrador de la ONU la postura antagónica que más sobresalió fue entonces la del gobierno argentino encabezado por Isabel Martínez de Perón, siguiendo instrucciones dejadas por el General Perón durante la etapa previa al Congreso. Los países del hemisferio sur advirtieron tempranamente la trampa discursiva a la que se les quiso hacer entrar bajo la mirada atenta de los Estados Unidos, por lo que propusieron como contrapartida al texto diseñado por el Norte un proyecto de implementación de condiciones de desarrollo de la población para asegurar el crecimiento productivo en las regiones más postergadas del mundo.
Fue a partir de la Conferencia de Bucarest que se comenzó a hablar en determinados sectores, sobre todo de la izquierda sudamericana, de “imperialismo contraceptivo” para caracterizar a esta curiosa y por cierto racista forma de entender la “ayuda” a los países periféricos por parte de las naciones centrales del hemisferio norte. En otros términos, ante el dilema de una mesa con porciones de alimento limitadas, algunos de antemano manejaban como único plan posible la eliminación de comensales. Otros, en cambio, propondrían como contestación tratar de ampliar la mesa evitando eliminar a nadie.

Ese fue el caso de la destacada delegación argentina, que venía preparándose desde meses antes del congreso, incluso durante meses antes del fallecimiento de Perón. Esta comisión contó con la intervención personal de quien había sido ministro del Interior, Benito Llambí, aunque este finalmente no viajó a Rumania. En sus memorias publicadas décadas después, con el título Medio siglo de política y diplomacia, Llambí escribió: “La Argentina había carecido por muchos años de una política poblacional. Procurábamos subsanar esa falencia lo más rápidamente. Se había trazado una meta: llegar al año 2000 con cincuenta millones de habitantes”.
La comisión argentina en Bucarest no haría entonces más que llevar a ese foro internacional la posición previamente asumida e implementada por el gobierno de Juan Domingo Perón, continuada por la presidente María Estela Martínez y explicitada en el Plan Trienal (1974-1977) del tercer peronismo, en cuyo documento se advertía acerca de las “serias consecuencias sociales (del envejecimiento de la estructura poblacional) en lo referente a la vitalidad del país y de las perspectivas para su futuro”.
Para sorpresa de los delegados estadounidenses, la Argentina propuso a lo largo de las casi dos semanas de la Conferencia de Población más de sesenta enmiendas al borrador, que prácticamente lo convertían en otro documento distinto del pergeñado en la oficina oval de la Casa Blanca. Al mismo tiempo, los Estados Unidos vivían horas de agitación interna en lo institucional a partir de la renuncia del presidente Richard Nixon en agosto, como consecuencia del escándalo de espionaje conocido por “Watergate”. Sin embargo, la posición estadounidense en Bucarest estaba garantizada a pesar de la inestabilidad política, pues el secretario Kissinger seguía en su puesto bajo la flamante presidencia de Gerald Ford.

La contrapropuesta argentina se resumía en los siguientes puntos, a saber: en primer lugar, que la definición de políticas demográficas específicas es parte de la soberanía propia de cada nación; que la superpoblación como problema es ajeno no solo a nuestro país, sino a todo el continente americano siendo, en cambio, un problema la mala distribución de su escasa población; que los procesos migratorios, convenientemente regulados, son fuente de riqueza y crecimiento para las sociedades y no al revés. Y por fin quizá el punto más conflictivo, el que demostraba más cabalmente el choque de miradas antropológicas y filosóficas antagónicas que subyacían a los proyectos propuestos de un lado y de otro: que las medidas propuestas en el Plan para superar las dificultades del alto crecimiento de población para los países en vías de desarrollo eran de carácter limitativo de su población, pero en cambio no se mencionaban otras medidas de tipo económico, comercial y financiero que estas naciones habían reclamado reiteradamente.
Como bien razona Novick, “Estados Unidos, el gran perdedor de esta Conferencia, se decidió por el control de los nacimientos y la planificación familiar; posiblemente confiaba en que el Plan no se modificaría, pero sucedió todo lo contrario. A pesar de la preparación y de los medios disponibles de su delegación, su falta de habilidad política fue clara y quedó muchas veces en posición desairada”.
Por supuesto que Henry Kissinger no se cruzaría de brazos. Tiempo después dejaría sentado por escrito, en un documento del Departamento de Estado desclasificado años más tarde, que los puntos estratégicos propuestos en Bucarest no sufrirían modificación alguna en cuanto al objetivo geopolítico de detener el crecimiento de la población de los países en desarrollo y preservar así las reservas naturales para un club selecto de naciones que ya habían logrado su desarrollo industrial y agotado en buena medida los recursos naturales necesarios para ello. Solo sería cuestión de cambiar la estrategia, sobre todo la estrategia comunicacional. Los resultados, bien mirada la realidad actual en los países de nuestra región a partir del advenimiento de la “ola verde”, la cultura LGBT, la ideología de género, entre otros mecanismos, están a la vista.

Aquella Conferencia de Población fue la última ocasión en la que con una clara política interna de fomento del crecimiento poblacional nuestro país supo ser actor protagónico y no mero espectador de las decisiones de otros en el ámbito de la política internacional. Encarnado en las cosmovisiones de Henry Kissinger como factótum del proyecto de control poblacional para el acaparamiento por parte de las naciones centrales de los recursos estratégicos presentes en las regiones periféricas del mundo y en la férrea defensa de la soberanía nacional y la independencia política propuesta por Juan Domingo Perón —acompañada en aquel congreso por la mayor parte de los países del hemisferio sur— el enfrentamiento marca un hito limitante de la capacidad de acción de los Estados Unidos.
A partir de la derrota diplomática en Bucarest les será necesario a los Estados Unidos rediseñar su estrategia de dominación silenciosa a través del control poblacional en los países en vías de desarrollo. El desembarco en nuestra región de organizaciones no gubernamentales como International Planned Parenthood (IPPF) o Amnistía Internacional, que promocionan como derechos las mismas políticas maltusianas propuestas otrora por el Departamento de Estado, parecen ir de la mano de esa actualización en los métodos implementados.
Sin embargo, la victoria argentina en 1974 demostró que los países del llamado “tercer mundo” podemos imponernos frente a los intentos injerencistas de las potencias del mundo desarrollado, siempre y cuando medie la voluntad soberana de nuestros representantes. La necesidad de desarrollar una política agresiva a través de la implementación del Plan Cóndor en nuestra región da cuenta de que el enemigo de los pueblos libres aprende de sus errores y no subestima dos veces. Para asegurarse el Cono Sur como laboratorio de prueba de la política neoliberal, los Estados Unidos optaron ya no por la diplomacia como en Bucarest, sino que se impusieron directamente por la fuerza brutal de las armas y por el genocidio, arrasando con los gobiernos de la América hispana, entre los que por supuesto se contó el tercer gobierno peronista, derrocado por el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976.