De cara a la celebración del Día de la Militancia el próximo 17 de noviembre, fecha de importancia capital para el imaginario del pueblo peronista pues conmemora el regreso de Perón de su exilio en España, vale la pena que analicemos a la figura de Juan Perón no en su individualidad sino inmersa en la continuidad de toda una línea histórica que la tiene como corolario de una lucha antiquísima entre la nación hispana y el imperio británico. Mientras la historia se nos cuente a medias poco podremos hacer como pueblo por concretar el destino de potencia que nos debería caber por mandato divino.
Es precisamente por eso que se nos incita a conmemorar a Agustín Tosco antes que a José Ignacio Rucci, por ejemplo, uno de los grandes artífices de nada menos que del retorno de Perón a la Argentina. Se exalta la etapa de un Perón proscripto por sobre el retorno porque el caos resulta más funcional al enemigo que el orden y porque es necesario que el pueblo no tome conciencia ni dimensión de la importancia de la vuelta del líder, pues esta significa nada menos que la ruptura por primera vez en nuestra historia del mito del no retorno.
¿Pero a qué nos referimos cuando hablamos del mito del no retorno? Para responder a esa pregunta resulta fundamental en primer lugar hacer la aclaración de que todos los momentos en los que la patria vio emerger un movimiento nacional este fue desbaratado convenientemente por el enemigo histórico no solo de nuestro pueblo-nación en sentido acotado como pueblo argentino, sino de todo el pueblo-continente hispano en sentido ampliado.
El imperialismo británico que derrotó a los grandes conductores del movimiento nacional —José Gervasio Artigas, José de San Martín, Juan Manuel de Rosas— también estuvo detrás de la Revolución Fusiladora de 1955 operando abiertamente en contra de Perón para derrocarlo y enviarlo al exilio. Sin embargo, a diferencia de sus antecesores Perón no murió en el exterior ni en la pobreza, sino que regresó al país para ser investido una vez más por la voluntad popular, demostrando que la muerte de un líder no significa necesariamente la muerte de las ideas ni del movimiento nacional. Ese es el legado revolucionario de Perón y en ese sentido el conductor logró romper con el mito del no retorno.

La sumisión de la élite porteña a la corona británica a través de la subordinación ideológica cultural pudo a lo largo de todo el siglo XIX, en especial luego de 1810 por el accionar de las logias masónicas, lo que la espada no había logrado ni en 1806 ni en 1807 cuando las expediciones militares en Buenos Aires por parte de Gran Bretaña fracasaron flagrantemente: someter a la Argentina al estatus de semicolonia británica a pesar de que formalmente se nos habla de una independencia política a partir de 1816.
Este es un contenido exclusivo para suscriptores de la Revista Hegemonía.
Para seguir leyendo, inicie sesión o
suscríbase.