¿Por qué no?

En medio al duelo de una militancia que no termina de asumir su orfandad electoral y adivina el oscuro horizonte que significaría acompañar en las urnas a un candidato aún peor que Alberto Fernández, los kirchneristas pierden de vista las vicisitudes que impiden realmente la presentación de su conductora como candidata a presidente en estas elecciones. La narrativa de la proscripción potencial y de la campaña sucia les saben a poco y los militantes exigen que CFK cambie de opinión, sin comprender la enorme complejidad del escenario. El kirchnerismo en su hora más crítica: la de no poder decir lo que pasa y de necesitar sostener la unidad del campo en silencio.
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En otra de sus ya acostumbradas cartas que suele publicar en un sitio web propio, la vicepresidente la Nación Cristina Fernández de Kirchner —de aquí en más, como de costumbre, simplemente CFK— parece haber ratificado la decisión tomada en los primeros días de diciembre del año pasado, la de no postularse a ningún cargo o banca en las elecciones de este año. Con el lenguaje críptico de siempre, CFK denunció como impedimento concreto a cualquier postulación de su candidatura en estos comicios una trampa judicial a la que el poder fáctico querría llevar al kirchnerismo para destruir al peronismo. Y así terminó de devastar los sueños de sus seguidores, los que habían estado ilusionados con un cambio de parecer de su conductora para modificar el desolador panorama político actual.

El discurso de CFK en este punto es, pese al formato críptico que insiste en no abandonar, muy claro. Y se resume a señalar la existencia de un peligro de proscripción inminente en caso de que se presente como candidata. Esta es la idea de que la Corte Suprema está al acecho y esperando a que CFK se postule como candidata para ratificar la condena judicial que pesa sobre ella y obligarla a abandonar la contienda a pocos días del voto. Lo que CFK está diciendo es eso mismo, que el poder judicial va a aplicarle a ella un golpe similar al recién propinado contra Juan Manzur en Tucumán y Sergio Uñac en San Juan, pero por distintos motivos. A esos dos caudillos del interior se les prohibió competir en estas elecciones por un criterio —ajeno a la ley de esas provincias, claro está— de límites para la reelección. Contra CFK, sin embargo, el argumento sería directamente una condena judicial.

¿Podría ser así? ¿Podría la Corte Suprema atropellar los plazos y ratificar una sentencia de instancias inferiores para interferir en una elección a nivel nacional? Ciertamente sí, puesto que la Corte Suprema como autoridad de interpretación de la Constitución e instancia judicial última puede hacer lo que quiera, básicamente, incluso inmiscuirse en procesos electorales. Eso podría pasar y sin embargo va a estar de una vez y para siempre en el campo de lo contrafáctico: nadie sabrá jamás qué hubiera realmente pasado si CFK se presentaba como candidata a presidente en las elecciones de 2023. Las amenazas señaladas por CFK entre las razones de su renunciamiento no son hechos de la realidad, sino potenciales. Los antecedentes de San Juan y Tucumán parecerían confirmar que eso iba a pasar, pero lo cierto es que no es un hecho de la realidad fáctica porque no sucedió ni va a suceder.

La prohibición electoral impuesta a Juan Manzur y a Sergio Uñac a pocos días de los comicios en Tucumán y San Juan puede leerse como un mensaje de la Corte Suprema a CFK: si se presenta, el máximo tribunal puede ratificar su condena judicial y dejar al Frente de Todos sin candidato sobre la marcha, ocasionando una catástrofe en las filas de esa coalición. Esa es la narrativa de la proscripción potencial que está en la base del discurso actual de CFK, una narrativa cuyo objetivo es mantener la fe y la unidad en el campo propio. Pero hay mucho más que eso en el reverso de la trama.

Entonces la “proscripción” es solo potencial o más bien moral, es decir, CFK también sabe que afrontar una campaña política con una condena judicial a cuestas significaría además exponerse a sí misma, a su familia, al partido político al que pertenece y a toda la gente que ahí está al escarnio público las 24 horas del día de aquí a octubre o a noviembre. Y eso es durísimo. Aunque al sentido común le cueste ver bien la diferencia, no es lo mismo para un dirigente ser candidato y no serlo. Como solemos decir aquí invirtiendo los términos de Carl von Clausewitz, la política es la continuación de la guerra por otros medios y las elecciones, por lo tanto, son el momento cúlmine de la batalla en el campo. Todo se magnifica y se maximiza al llegar las elecciones, todo lo bueno y principalmente lo malo que pueda decirse de un dirigente se amplifica hasta niveles inauditos en los meses electorales al presentarse un dirigente como candidato.

Es lícito suponer que por esa razón a CFK le revolearían por la cabeza el mote de “condenada” durante meses, en los que saldrían a la luz detalles espantosos de sus causas judiciales —reales o inventados, que los medios se guardan para utilizar en épocas de elecciones— y eso sería un infierno para la propia CFK, para los suyos y para el kirchnerismo de un modo general. La “proscripción” aducida por CFK también es eso, es una cosa informal que puede anticiparse. Además de una amenaza judicial, la “trampa” referida por CFK en su carta de renunciamiento es la anticipación de que el enemigo está esperando el momento de la campaña electoral para desatar en su contra una campaña sucia que por regla general suele destruir la reputación de un individuo.

Eso es así e igualmente sigue siendo mucho más una cuestión de narrativa que un problema concreto. En realidad, el señalar que el poder fáctico está al acecho para impedir su participación en las elecciones de este año es una forma muy ingeniosa de instalar un relato que le sirva a CFK para sostener la conducción del sector de la política que actualmente conduce. El riesgo de tener una condena judicial ratificada en última instancia o de exponerse al escarnio público durante la campaña serían desde luego insuficientes para disuadir de participar en la lid a CFK, ella no teme ni podría temer nada de eso puesto que está “curtida”, como suele decirse, en esos asuntos. No hay amenaza judicial ni campaña sucia mediática que asusten a un dirigente de fuste y mucho menos que lo hagan desistir de hacer lo único que sabe hacer. A un dirigente de la talla de CFK no se lo corre con extorsiones.

Juan Carlos Maqueda, Horacio Rosatti, Carlos Rosenkrantz y Ricardo Lorenzetti, los cuatro jueces de la actual Corte Suprema que tienen la autoridad para interpretar la Constitución y son, además, la última instancia judicial del país. El poder de la Corte Suprema es inmenso y se basa en un principio contramayoritario, que es muy liberal: al considerar las élites que las mayorías populares son brutas, a menudo se equivocan y pueden encumbrar a un tirano —como al parecer ocurrió en Europa desde principios y hacia mediados del siglo XX—, se justifica la existencia de un poder del Estado no sujeto a la voluntad popular con la capacidad de limitar e incluso condicionar a los otros dos poderes políticos. El poder judicial es un poder fáctico a todas luces y la aplicación práctica de esa idea se ve hoy en la Argentina como pocas veces en la historia.

El problema, como veíamos, es de narrativa. En el plano de la política real CFK tiene otros problemas mucho más graves que podrían estar impidiendo la presentación de su candidatura en las elecciones de este año, aunque ninguno de esos problemas de política real podría aducirse públicamente para justificar un renunciamiento frente a la tropa propia. Y es que, más allá del resultado electoral, que siempre es una cosa coyuntural y efímera, la historia sigue y al seguir CFK va a necesitar mantener la centralidad al menos hacia el interior de su propio sector, no puede renunciar a la conducción del kirchnerismo de cara al futuro. CFK necesita seguir conduciendo y para que siga es preciso que los conducidos la sigan reconociendo como conductora. Y entonces no podría decirles a esos conducidos que no va a la guerra este año porque no quiere, no sabe o no llega: debe decirles que no se presenta en el campo de batalla porque no le permiten hacerlo.

Esa es una narrativa épica, útil dentro de sus límites, pero no se corresponde con toda la verdad.

En el reverso de la trama que es la política real podrían ser por lo menos tres las razones por las que CFK no se presenta como candidata a presidente este año, siendo la primera de ellas la suscripción de acuerdos previos. Como veíamos en la 63ª. edición de esta Revista Hegemonía, es muy probable que CFK ya haya negociado el lugar de candidato único del espacio con Sergio Massa. ¿Cuándo y por qué? Pues a mediados de 2022 y con la finalidad de salvar al gobierno del Frente de Todos, que le es propio hasta por derecho de autor, al salir eyectado en ese momento el entonces ministro de Economía Martín Guzmán en los primeros días de julio. Al producirse esa renuncia y el posterior interinato catastrófico de Silvina Batakis, quedó claro allí que el gobierno se disolvía en medio a la crisis económica terminal. Solo un dirigente conectado con las terminales de poder real podía salvar las papas y ese dirigente fue Sergio Massa.

Martín Guzmán es el discípulo del sionista Joseph Stiglitz y el cadete del poder fáctico del globalismo cuya renuncia puso en una situación de extrema vulnerabilidad al gobierno del Frente de Todos. Guzmán venía a legitimar el tongo macrista de la deuda con el Fondo Monetario Internacional y solo podía ser reemplazado por otra figura de fuerte vínculo con las terminales de poder real. Esa figura fue Sergio Massa y el gobierno frentetodista se salvó. ¿Pero a qué costo?

Massa es un dirigente político profesional que no sabe nada de economía y tampoco le interesa mucho, esa nunca fue la cuestión. El asunto en julio de 2022 era sentarse en esa “silla eléctrica” de ministro de Economía con la suficiente espalda para no freírse y, fundamentalmente, para detener el golpe de mercado. Massa hizo eso, puso sus contactos con el poder fáctico a disposición del Frente de Todos, estabilizó lo que parecía destinado a estallar y salvó al gobierno. Está muy claro hoy que gracias a Sergio Massa no se produjo en ese momento la renuncia de Alberto Fernández y la posterior asamblea legislativa. El gobierno del Frente de Todos ya lleva un año de sobrevida y puede llegar a la transición constitucional el próximo 10 de diciembre porque Massa cumplió su parte en el acuerdo bajando la espuma.

Ahora bien, nada de eso es ni podría ser gratis. Era poco probable que Sergio Massa renunciara al cómodo lugar electivo de titular de uno de los poderes del Estado, el poder legislativo, para asumir un ministerio de Economía de un gobierno que estaba a punto de caer justamente por una crisis económica. Pero Massa lo hizo ¿Por qué? Pues probablemente porque recibió algo a cambio del servicio, que es invaluable para Alberto Fernández y, sobre todo, para CFK. ¿Qué pudo haber recibido Massa en la permuta más que la garantía de una candidatura a presidente por el Frente de Todos o el nombre de fantasía que tenga esa coalición este año? Lo que Massa quiere son los votos del núcleo duro del kirchnerismo para acceder a un ballotage rogando tener como rival allí a Javier Milei y ganarle por el prosaico miedo que tiene el argentino a los extremos o enfrentarse a Rodríguez Larreta, perder y quedar como referente de la oposición después de las elecciones.

La ingeniería electoral que viene haciendo Massa es asunto para un artículo detallado que trate exclusivamente de esa cuestión, que es la construcción de una nueva hegemonía poskirchnerista. Para los modestos fines de este artículo será suficiente con comprender que Massa no pudo haber hecho el negocio que hizo sin pactar previamente con CFK el premio mayor, razón por la que el candidato único de la coalición hoy llamada Frente de Todos no debería ser otro que Sergio Massa. Si eso no ocurre y finalmente tienen lugar en la coalición elecciones internas o CFK unge a otro candidato, habrá habido una traición con incumplimiento de acuerdo y las consecuencias podrían ser un Massa dinamitando la economía argentina a pocas semanas de las elecciones, o bien será necesario averiguar qué otro negocio hizo Sergio Massa para jugarse el poco prestigio que le quedaba en la misión imposible de salvar a un gobierno que estaba para el cachetazo.

Javier Milei es el “tercero en discordia” de la grieta y la apuesta de Sergio Massa en su ingeniería electoral. Massa sabe que si llega al ballotage y se encuentra allí con Milei, puede ganar las elecciones al espantarse las mayorías por el perfil extremo y la propuesta explosiva del “libertario”. Pero también sabe que si el rival en la segunda vuelta es Horacio Rodríguez Larreta el resultado será la reconfiguración del escenario político con una nueva hegemonía en la que ya no se hablará de macrismo y kirchnerismo, sino de rodríguezlarretismo y massismo. Muchos creen que Massa está perdido, pero olvidan que Massa tiene poderosos padrinos y representa esos intereses en la política. La idea de que una buena gestión política es condición sine qua non para un triunfo electoral todavía es muy fuerte en un sentido común: pese a que la realidad demuestra otra cosa, muchos siguen creyendo que la gente vota al candidato que quiere y no al candidato que hay.

Ahora supóngase que la hipótesis de la permuta no se corrobora y Massa resulta siendo un leal y desinteresado militante peronista que puso el cuerpo en la hora más difícil con el solo fin de salvarles el pellejo a sus compañeros del Frente de Todos. Es muy poco probable que eso sea así porque Massa no se caracteriza precisamente por el desinterés, por la lealtad y mucho menos por ser peronista, pero asumamos igualmente que sí y que CFK no debió negociar con él ninguna candidatura para sentarlo en la “silla eléctrica” del Ministerio de Economía. En tal caso, CFK podría presentarse hoy en primera persona como candidata, pero no lo hace. ¿Por qué? Porque si bien sus votos son suficientes para meterse en el ballotage en cualquier escenario, no lo son para salir de ese ballotage con el triunfo. Se observa en ese sentido que CFK repite exactos veinte años más tarde la historia de Carlos Menem, cuya imposibilidad de ganar la segunda vuelta fue precisamente la que permitió el nacimiento del kirchnerismo en 2003.

Con una intensa campaña de difamación sostenida en el tiempo, los medios lograron que a partir del 2015 la conductora del kirchnerismo tuviera niveles de rechazo siempre constantes alrededor del 65%, es decir, alrededor de dos de cada tres argentinos parecerían no estar dispuestos a poner una boleta en la urna si dicha boleta está encabezada por CFK. Eso significa que, al igual que el menemismo en 2003, el kirchnerismo con su conductora a la cabeza tendría asegurado uno de los dos pases al ballotage porque tiene la fuerza de su núcleo duro para llegar allí, pero por el nivel de rechazo entre los demás electores participar del ballotage equivaldría a “comerse una paliza” a manos de cualquier otro candidato. Es el “efecto Le Pen” que motivó a abandonar a Carlos Menem en su momento y hoy aqueja a CFK.

De no corroborarse la hipótesis del pacto entre CFK y Sergio Massa para que este sea el candidato único de la coalición kirchnerista en las elecciones de este año habrá que averiguar bien qué otra prebenda recibió el tigrense en la permuta de asumir un Ministerio de Economía incendiado, aunque desde luego es difícil imaginar qué pudo haber sido. Lo único seguro es que Massa no es un desinteresado y leal militante peronista que se juega el prestigio para evitar el fracaso del proyecto colectivo.

La prueba concreta de que eso es así puede estar en la comparación con las elecciones del año 2017. En esos comicios CFK se presentó sola, es decir, sin otros dirigentes u organizaciones que le sumaran votos a lo que entonces fue Unidad Ciudadana, el partido que ella misma creó para medir efectivamente su núcleo electoral duro. Ese año, enfrentándose solamente a los niveles de rechazo constantes en la opinión pública, CFK obtuvo alrededor del 37% de los votos en la provincia de Buenos Aires, siendo derrotada por un ignoto Esteban Bullrich (41% de los votos) en esa ocasión. Como Buenos Aires es el colegio electoral más numeroso y además suele ser representativo de lo que ocurre a nivel nacional, quedó entonces establecido que CFK tenía en 2017 más o menos un tercio del electorado a su favor y que, por otra parte, tenía unos dos tercios de rechazo.

La pregunta obligada que nadie parecería hacerse es la siguiente: Si para el año 2017 CFK tenía un tercio de los votos, ¿cuánto tendría ahora, con seis años más de desgaste en todos los sentidos, con el fracaso del gobierno del Frente de Todos a cuestas y una condena judicial, todas cosas que CFK no tenía al ser derrotada por Esteban Bullrich en 2017? ¿Tendría más o menos votos que entonces? La lógica indica que tendría menos, que si no le alcanzó entonces es muy probable que menos todavía le alcanzaría hoy para ganar. Pero aun suponiendo que los seis años pasados, la condena judicial y la pifia del gobierno que ella misma creó y en el que formó como vicepresidente no han hecho mella en su núcleo duro y este sigue inalterado, ¿cómo imaginar que ese caudal electoral aumentó en el periodo hasta ser suficiente, ahora sí, para ganar las elecciones?

Además, si el caudal de votos de CFK aumentara y no disminuyera en el tiempo, no tendría ningún sentido el artilugio de presentar como candidato a presidente en las elecciones de 2019 a Alberto Fernández. De ser suficientes entonces los votos para ganar en primera vuelta o en un ballotage, toda la ingeniería del Frente de Todos con la propia CFK ocupando un segundo lugar de vicepresidente en las listas habría sido un sinsentido. Pero no lo es, los votos no alcanzaron en 2017, no habrían alcanzado en 2019 y tampoco alcanzan ahora. Y por eso se suscriben acuerdos políticos.

La experiencia de presentarse a elecciones con el núcleo duro y nada más en 2017 fue útil para medir la magnitud del electorado de CFK y para comprobar que es la dirigente con más votos propios en la política argentina, pero también dejó en evidencia que esos votos son insuficientes para triunfar en un esquema de primera vuelta y ballotage. Y si esos votos no alcanzaban en 2017, ¿por qué habrían de alcanzar seis años más tarde con la conductora cargando con los estigmas de una condena judicial, de un gobierno fracasado y del desgaste natural del tiempo? El kirchnerismo que presiona a CFK para que cambie de opinión no aprecia correctamente la gravedad del problema.

Claro que la intención de voto de CFK no aumentó desde el 2017 a esta parte y entonces ahí tenemos la conclusión de que no llega, esto es, de que si se presentara como candidata probablemente entraría al ballotage, tan solo para quedar aplastada allí bajo una avalancha de votos al candidato rival. El motivo por el que Carlos Menem desistió de competir en la segunda vuelta de las elecciones de 2003 fue ese mismo, Menem sabía que iba a llegar con el núcleo duro de siempre y que todos los demás votos automáticamente irían a ir a Néstor Kirchner por una simple cuestión de rechazo a su figura, o el propio “efecto Le Pen” antes mentado. Y entonces Menem se bajó, dándole el triunfo a Kirchner. ¿Por qué, a sus 70 años, CFK habría de exponerse a una campaña desgastante, a meses de escarnio público en su contra, con el solo fin de bajarse en el ballotage y encima quedar señalada como la mariscala de la derrota en el proceso?

De ninguna manera, CFK no haría eso porque ya conoce la historia y porque tiene la inteligencia suficiente para no incurrir en ese error tan grosero. Pero la insuficiencia de votos para ganar también sigue siendo una hipótesis que puede o no corroborarse, puesto que los votos se cuentan de a uno. También podría ser posible que CFK tenga los votos para ganar si se presenta, todo es posible en la política argentina y nada debe descartarse. De ser así, aparece el tercer impedimento a una hipotética candidatura en primera persona de CFK: el qué hacer. ¿Qué hacer con el país una vez ganadas las elecciones? Suponiendo que el pacto con Sergio Massa no existe, que los votos alcanzan para superar el rechazo a su imagen, que CFK finalmente se presenta como candidata y que gana, ¿qué hacer después del 10 de diciembre como titular del poder ejecutivo con un país que está incendiado?

El estallido de diciembre de 2001, que puso fin al ciclo menemista iniciado doce años antes y dejó el terreno despejado para un nuevo ciclo: el del kirchnerismo, que dura hasta los días de hoy. ¿Será cierto que la Argentina solo puede transitar entre ciclos mediante crisis económicas terminales? De ser así, ¿le convendría a CFK tener el poder ejecutivo para que la bomba le estalle entre las manos?

Existe desde hace ya algún tiempo la convicción en ciertos sectores de que el ciclo económico argentino, tal vez por el problema recurrente de la restricción externa, siempre requiere de un estallido y un ajuste fenomenal que ponga las cosas de vuelta a foja cero para volver a empezar con un ciclo nuevo. Así fue en 1975 con el llamado “Rodrigazo”, luego otra vez en 1989 al estallar el gobierno de Raúl Alfonsín y una vez más en el bienio 2001/2002, en circunstancias que son bien conocidas. Una vez cada diez o quince años, como se ve. ¿Y si eso fuera verdaderamente cíclico? Pues han pasado ya dos décadas desde el estallido de principios de este siglo, la economía argentina está destrozada y todavía no ocurrió ese ajuste brusco. Es bien verdad que en los últimos diez años ha habido ajuste, pero a cuentagotas, contingente e insuficiente para “resetear” el juego. ¿Cuándo vendrá finalmente aquello que nadie quiere nombrar y prácticamente todos sabemos que es inevitable?

Está claro que CFK no es la dirigente más indicada para imponer ese ajuste decisivo para iniciar un ciclo nuevo, de modo que presentarse y ganar las elecciones tendría ese “pequeño” inconveniente. Es más: si CFK no pudo resolver el problema económico hasta aquí habiendo tenido el control del gobierno de Frente de Todos en los últimos tres años y medio, ¿por qué sabría hacerlo desde el 10 de diciembre en adelante? ¿Existe una solución política para el problema o la Argentina ya quebró y solo sale de esto con un estallido que vuelva todo a default y de ahí volver a empezar?

La narrativa es importante para mantener la fe y la unidad de los propios, la política sigue después de estas elecciones y habrá que estar ahí. CFK hace lo que tiene que hacer para que esa fe y esa unidad no se pierdan, puesto que los pueblos van a necesitar una representación cabal para lo que se viene. Es bueno que los kirchneristas crean entonces en la hipótesis contrafáctica de la proscripción judicial para no dispersarse, eso no sería bueno para el país. Pero el argentino de un modo general debe comprender que quizá hayamos llegado a un momento de nuestra historia en el que la política simplemente es incapaz de cazar el ratón y no hay, por lo tanto, una opción electoral real para resolver el problema. El renunciamiento de CFK puede ser la señal de los tiempos indicando que la Argentina ya ha pasado un punto de no retorno después del que la salvación no es un asunto de quién gana y quién pierde las elecciones.


Este es un adelanto de la 64ª. edición de nuestra Revista Hegemonía. Para suscribirse, acceder a todos los contenidos de la actual edición y todas las anteriores y apoyar La Batalla Cultural para que sigamos publicando de manera independiente, sin pautas oficiales ni ningún condicionamiento por parte del poder político o del poder fáctico, haga clic en el banner abajo y mire el video explicativo. Nosotros existimos porque Ud., atento lector, existe.

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