Por qué nunca habrá una revolución en los Estados Unidos

La revolución en los Estados Unidos no es una utopía porque escaseen las injusticias, los abusos y demás motivaciones. Lo que falta es lo esencial: la imaginación. La estadounidense es una sociedad estéril, intelectualmente desarmada y emocionalmente anestesiada que no puede rebelarse. El arte ha sido degradado a mercancía repetitiva y ahora es funcional al sistema que la produce. Lo propio ocurre con una cultura popular vuelta opio de un pueblo que consume series, canciones y consignas prefabricadas sin detenerse a pensar. La crítica y la disidencia fueron cooptadas, la política es espectáculo y la militancia es una moda. Las armas están, pero no hay espíritu que las mueva. En esta maquinaria de control total incluso la rebeldía está envasada. Y así, entre snacks culturales y gratificaciones fugaces, el país más poderoso de la historia permanece en pie solo por la debilidad cuidadosamente cultivada de su propio pueblo.
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Puede que resulte una afirmación a simple vista pesimista, pero la observación de la realidad despojada de valoraciones ideológicas indica que en los Estados Unidos nunca, jamás habrá una revolución. Tampoco habrá una guerra civil. Esa es una fantasía de muchas personas hartas del sistema de dominación que tiene sedada a la población, pero nunca va a pasar. ¿Y cómo es posible saberlo y afirmarlo con tanta seguridad? Solo basta para ello encender la radio o el televisor. Ver películas, mirar Netflix. Todo está allí a nuestro alcance, es una cuestión de observar objetivamente.

Debe existir una determinada química en un estallido social. Al fin y al cabo, una revolución no es otra cosa que una reacción y una reacción es la respuesta a la fusión de determinados elementos químicos. Dependiendo de los ingredientes, de sus proporciones y de la interacción entre los mismos una reacción será lo suficientemente contundente para considerarse como una revolución o no lo será. Los ingredientes podrían generar una combustión o una reducción, resultar inflamables, generar frío o calor y todo ello dependerá de los ingredientes y de las condiciones ambientales de presión y temperatura.

En el caso de los Estados Unidos, puede que existan algunos elementos que normalmente serían explosivos al mezclarse, pero hay otros que provocan la reacción opuesta. Los ingredientes necesarios para la generación en los Estados Unidos de una revolución o una guerra civil están presentes, pero también existen demasiados otros elementos garantizando que la mezcla se mantenga estable y por lo tanto no surja reacción alguna.

Son esos ingredientes estabilizadores los que impiden el estallido. De hecho, si las mismas condiciones presentes aquí tuvieran lugar en otras latitudes, las sociedades entrarían inevitablemente en erupción. Pero en los Estados Unidos —y en Occidente de un modo general— no tendrá lugar erupción alguna. A lo sumo una demolición controlada, alguno que otro espectáculo de fuegos artificiales o una de esas explosiones dirigidas, como cuando la policía sospecha de la presencia de una bomba en una maleta y la detona preventivamente para evitar daños colaterales.

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Imagen artística que representa el concepto de revolución en los Estados Unidos, que fue la guerra de independencia hace ya dos siglos y medio. En esos tiempos la recién nacida nación estadounidense no estaba bajo el yugo de las élites globales y la revolución fue posible frente a un enemigo colonialista y aún poco sofisticado. Hoy la cuestión es mucho más compleja. Habiendo colonizado las mentes, el enemigo de la nación controla todos los resortes de la política y de la sociedad, imposibilitando la rebelión.

Y una vez más, para corroborar esto solo se necesita encender la radio o la televisión, mirar los medios de comunicación más populares y los productos culturales de consumo masivo. Porque una revolución únicamente puede surgir de las entrañas de un pueblo con imaginación. Los revolucionarios son personas creativas. Para gestar una revolución, una sociedad debe albergar a pensadores libres, capaces de reflexionar acerca de la realidad con independencia de criterio y de resolver problemas con la imaginación y la originalidad que demande el contexto social, político, histórico, incluso geográfico.


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