En tiempos de inestabilidad política que se traduce en agitación de los “mercados” o simplemente de suba de la cotización del dólar en las pizarras del Microcentro porteño aparecen las explicaciones trilladas, entre las que “lo que en realidad se desvaloriza es el peso” es sin dudas una de las más popularmente utilizadas. Claro que no existe ninguna suba del dólar y que en verdad lo que hay es una desvalorización de la moneda nacional, lo que se verifica en la escalada inflacionaria de los precios en el mercado interno. Pero en la cuestión de fondo la pregunta sigue irresuelta: ¿Por qué se da la devaluación del dinero circulante?
El atento lector ya un poco entrado en años ciertamente recordará que en otro tiempo podía leerse en los billetes de curso legal de algunos países —el nuestro incluido— la inscripción “el Banco Central pagará al portador y a la vista” o bien “páguese al portador la cantidad de”, seguida del valor nominal del billete en cuestión. Eso es o era así porque existía entonces de un modo generalizado la idea de que un billete de curso legal no es otra cosa que un cheque al portador, esto es, un bono emitido por alguna autoridad con un determinado valor nominal que podría, al menos teóricamente, canjearse en cualquier momento futuro por riqueza equivalente a dicho valor.
Ese es el principio cuya comprensión es necesaria para a su vez comprender por qué el dinero se desvaloriza, el principio fundamental de que el dinero en realidad es un cheque que normalmente es emitido por una autoridad central, casi siempre un Estado nación. Aunque suene un poco delirante, no es poca la gente que da por sentado el dinero como si se tratara de la lluvia o del viento. Hay mucha gente aquí y en todos los países que no comprende la naturaleza de una autoridad monetaria y quizá ni sospeche de su existencia. El dinero está presente en todas partes, convivimos con el dinero desde que tenemos conciencia del mundo y hasta el último día de vida y por eso tendemos a normalizarlo.

Pero el dinero es un hecho artificial creado por una autoridad, que como decíamos normalmente es un Estado nación, aunque no siempre. Hay excepciones históricas incluso muy recientes, como las cuasimonedas famosas de la crisis del año 2001 en Argentina, las que fueron emitidas por autoridades provinciales sin la mediación de ningún banco central nacional. También existió y existe el dinero local en lugares donde luego de una insurrección la autoridad del Estado se desconoce y hasta dinero emitido por privados, como aquellos cospeles de La Forestal, por ejemplo, cuyo valor nominal podía ser un kilo de carne, de yerba mate o de cualquier otra cosa.
No obstante, por regla general la emisión de dinero en un territorio con autoridad nacional constituida es la prerrogativa del Estado nación con intervención de un banco central o similar creado con ese propósito, quedando sujetos a castigo penal establecido en ley quienes se atrevan a falsificar dicha emisión o a emitir monedas paralelas, etc. La emisión del dinero en la modernidad es monopólica y es nacional por definición, esa es la emisión que interesa aquí para saber por qué el dinero se devalúa, puesto que esa devaluación se explica por los intereses que la subyacen.
Entonces el Estado nación mediante un banco central o entidad similar imprime esos cheques al portador que son los billetes de curso legal y acuña las monedas, pero también hace el dinero electrónico que no se imprime e igualmente es emisión. Cuando el Estado hace eso, lo que en la práctica hace es emitir deuda pública: por cada billete que imprime, cada moneda que acuña o cada valor electrónico que lanza a la calle, el banco central de un país está asumiendo frente a quien llegue a ser el tenedor de ese dinero una deuda o, lo que es lo mismo, está declarando que a ese tenedor se le pagará a futuro —siempre teóricamente— el valor nominal de la pieza monetaria en riqueza real.

Conviene no olvidar en este punto que dinero y riqueza son dos cosas distintas, aunque en el sentido común ambas aparezcan comúnmente mezcladas y fusionadas en una sola. El que tiene dinero tiene riqueza y hasta ahí llega el razonamiento, pero eso no es necesariamente así. El dinero es una representación simbólica de la riqueza que se da por una convención social y, como tal, podría llegar a devaluarse hasta no representar nada en absoluto. Cuando eso pasa, uno puede tener mucho dinero entre manos sin que eso signifique que tiene riqueza.
Son universalmente famosas las imágenes del pueblo alemán durante la República de Weimar yendo a comprar el pan con carretillas llenas de billetes o usando estos para empapelar las paredes frente a su absoluta devaluación. Ese fue el resultado de un manejo catastrófico de la economía por parte de la socialdemocracia alemana, por el que el dinero emitido por el banco central del país en aquel momento llegó a devaluarse totalmente. En otras palabras, el dinero allí dejó de representar la riqueza que representaba al momento de ser emitido y pasó a representar la nada misma, dejando a millones de alemanes en una situación precaria que históricamente se considera como uno de los antecedentes del ascenso de Adolfo Hitler en los años sucesivos. La socialdemocracia chocó la economía del país, el pueblo la pasó muy mal y se dio en consecuencia un gobierno que prometía resolver el problema y de hecho lo resolvió, aunque luego fue destruido ya no por razones monetarias.
El ejemplo histórico de la República de Weimar es por cierto bastante extremo y hasta algo antojadizo desde el punto de vista de un argentino que vivió en carne propia los tiempos del austral alfonsinista, pero sirve para probar la hipótesis de que el dinero es solo una representación de la riqueza real y que además es convencional, puede serlo un día y al día siguiente dejar de serlo si cambian las condiciones sociales y políticas, exactamente como ocurrió con aquel Plan Austral de Raúl Alfonsín que terminó en hiperinflación y catástrofe.
¿Pero por qué pasa eso, por qué el dinero se devalúa en su representación de la riqueza real? Los economistas, maestros en la venta de humo al por mayor, dirán que la devaluación se produce cuando escasea la confianza en la autoridad central que emite el dinero y eso es cierto, aunque es solo una parte de la explicación y quizá ni siquiera la más importante. La verdad es que el dinero se devalúa cuando la autoridad que lo emite se vuelve insolvente, incapaz de hacer frente al pago en riqueza real de la totalidad del valor nominal de los cheques emitidos. Aquí lo que hay es un problema de deuda y otro problema, el de no poder pagarla.

Como la autoridad emisora del dinero es el Estado nación, hay en teoría dos opciones frente a esa insolvencia. La primera sería declarar la quiebra y hacer el popular pagadiós, no pagar a nadie ni una fracción del valor nominal del dinero, dejar que los billetes emitidos se conviertan en papeles de color y que la gente los use para empapelar las paredes, como en Weimar. Pero un Estado nación realmente no quiebra, no es como cualquier empresa privada. En todo caso, los Estados que “quiebran” son reemplazados inmediatamente por otros Estados, los que por su parte asumen todos los activos y todos los pasivos de su antecesor. La Unión Soviética “quebró” en 1991 y fue reemplazada por otros Estados en cada territorio puntual: en Armenia surgió otro Estado, lo mismo que en Rusia y en todas las repúblicas socialistas que una vez formaron la URSS.
Entonces el Estado siempre está, más allá del nombre coyuntural que tenga en cada momento histórico. La autoridad estatal es un hecho de la modernidad, siempre está y su quiebra no es realmente una opción. La alternativa real frente a la insolvencia de un Estado que emitió demasiados cheques y no puede ya afrontar el pago de estos es la devaluación, es imponer el cambio en el valor nominal de los billetes ya emitidos. Un cambio a la baja, una devaluación.
Un banco central que haya emitido, por ejemplo, un billete de 10 pesos —en letras, diez unidades de valor monetario del país donde la moneda tiene en un momento el nombre de “peso”— no puede convocar al tenedor de ese billete y pedirle hacer una corrección en el valor nominal de ese cheque, no puede decirle “démelo, voy a tacharle el 10 y ponerle un valor de 5”. Eso es imposible porque hay mucha cantidad de billetes, lo que haría impracticable la cosa, pero fundamentalmente es imposible porque el tenedor no se dejaría llevar puesto así. Nadie iría corriendo al banco central para que le tachen el valor nominal a un cheque y le pongan un menor valor, lo que en sí es lógico: el tenedor al que se le pagó 10 pesos espera recibir la totalidad de esos 10 pesos en riqueza real, es decir, quiere comprar en el mercado lo equivalente a 10 pesos en lo que fuere.

Entonces el Estado no puede tachar los billetes y recurre al método de la devaluación de la moneda, imponiendo que esos 10 pesos “sigan valiendo” 10 pesos, pero que 10 pesos en realidad tengan menos poder adquisitivo que antes de la devaluación. El poder adquisitivo es eso mismo, es el valor simbólico del dinero frente a la riqueza real. Y eso es políticamente modificable.
Esa modificación política del valor del dinero puede ser una devaluación o puede ser una revalorización, que es cuando una moneda pasa a valer más que cuando fue emitida. Esto último ocurre con poca frecuencia y un caso actual es el del rublo ruso, que se revaloriza fuertemente frente a otras monedas del mundo en los últimos tres meses. Pero esa es una excepción. Lo que normalmente ocurre es que una moneda pierde valor frente a otras monedas y, concretamente, frente a la riqueza real a la que representa. ¿Por qué? Porque a quien emite deuda normalmente conviene licuarla, no expandirla aún más.
He ahí el punto central: la devaluación no es otra cosa que una licuación de deuda por parte de quien la emite, es una maniobra financiera para evitar la quiebra del emisor por insolvencia. En una escala muy pequeña, podría decirse que un individuo que haya emitido cheques por 100 unidades de valor (100 pesos, 100 dólares, 100 libras esterlinas o lo que fuere) y solo tenga en un momento 50 de esas unidades necesita devaluar los cheques emitidos hasta que valgan exactamente la mitad y así poder pagarlos. Claro que un individuo no tiene el poder para hacer eso. ¿Quién lo tiene? Pues lo tiene el Estado al tener asimismo el control de las variables de la macroeconomía, un poder político que permite hacer muchas cosas, entre las que está el modificar políticamente el valor del dinero que ya está en circulación.
Un Estado puede devaluar su moneda modificando esas variables y de hecho los Estados hacen eso también para favorecer las exportaciones y mejorar el equilibrio de la balanza comercial en el frente externo, etc. China es un país que frecuentemente lo hace en el marco de la guerra comercial que libra contra Occidente: al devaluar el yuan en, digamos, un 7%, lo que hace China es abaratar sus productos de exportación en aproximadamente la misma proporción respecto a los productos de exportación de países con los que compite. Pero en la volteada también licua el ingreso de los trabajadores chinos en un 7%, puesto que estos perciben sus haberes en yuanes y, en última instancia, tendrían un 7% menos de poder adquisitivo de no mediar aumentos salariales. China no es muy amiga de aumentar salarios y suele compensar ese problema con el control de los precios en el mercado interno, de modo que la devaluación con fines comerciales no se traslade, al menos no del todo, a los productos de consumo cotidiano para los chinos de a pie.

La devaluación con fines comerciales es la favorita en las explicaciones de los economistas porque es útil para ocultar los fines de la licuación, de los que pocos quieren hablar. Cuando un país devalúa su moneda y no tiene el poder, la capacidad o la voluntad de compensar esa devaluación en el mercado interno, lo que ocurre es que el ingreso de los trabajadores se devalúa en igual o en parecida medida. Y eso es una licuación, un ajuste común y silvestre. Al disminuir el poder adquisitivo del dinero que es su valor respecto a la riqueza real, lo que disminuye es la deuda del Estado con la sociedad pues lo que se emitió y se pagó con el valor de 10 ahora vale menos de 10 en la proporción de la devaluación.
Eso es lo que viene ocurriendo hace ya varios años en la Argentina, se está dando una licuación del poder adquisitivo del salario de los trabajadores. Año tras año el dinero se devalúa en índices de inflación muy altos, que se ven en la “suba del dólar” (ya está claro que el dólar no sube, sino que pierde valor el peso) y que se quieren compensar con subas salariales. Como esas subas no siempre o casi nunca son superiores al alza en los precios, lo que ocurre es que, con el dinero que tiene, el argentino puede acceder a cada vez menos riqueza real. Si la devaluación es, concretamente, del 80% anual y los salarios suben un 60%, en la diferencia está la pérdida real de poder adquisitivo del peso en la economía real de la gente en ese año. Así año tras año se llega a la licuación de la deuda emitida en dinero.
Por lo tanto, no es preciso ser un liberal y mucho menos un “libertario” para darse cuenta de que la emisión monetaria genera inflación porque, como se ve, viene acompañada de una necesidad de licuación del dinero por parte de quien lo emite. Esa es la devaluación con fines de licuación y se ve de un modo cristalino en los Estados Unidos, un país con mucha tradición de estabilidad monetaria. La Reserva Federal, que es una suerte de banco central para los estadounidenses, emitió más dinero desde el 2020 a la actualidad que en toda su historia y hay muchos, muchísimos dólares circulando en el mundo. Esos son cheques que los Estados Unidos claramente no pueden pagar con riqueza real y por eso ahora se da una inflación anual del orden del 8% en ese país, significando que el dólar de los Estados Unidos se devalúa realmente en esa proporción o similar. Como el gobierno de los Estados Unidos no puede simplemente convocar a los tenedores de dinero para tachar el valor escrito en esos cheques, deliberadamente hace que caiga el poder adquisitivo de la moneda y así va licuando la deuda que emitió.

Un economista dirá que no es tan así, que es mucho más complicado que eso y ciertamente lo es, pero eso no tiene mucha importancia. En términos prácticos lo que ocurre es lo que afecta concretamente a las mayorías populares y esa es la devaluación de la moneda, que no es ningún accidente. La inflación y la devaluación son un proyecto político, existen porque a alguien le conviene que existan. La devaluación del dinero es la forma de sostener la economía a expensas del poder adquisitivo del trabajo mediante el ajuste contra los que dependemos del valor de la moneda nacional para determinar nuestra calidad de vida. No hay accidentes, todo lo que se presenta como un “flagelo” está desde luego planificado para la obtención de un fin.
Si la política no quiere el dinero no se devalúa o, lo que es lo mismo, el sostenimiento del valor del dinero es una cuestión de voluntad política, que a su vez es un vulgar asunto de pesos y centavos. Los economistas son una raza muy ducha en hacerla complicada y en confundir al hombre de a pie hasta que este no entienda nada de lo que sucede, pero nuestro Raúl Scalabrini los vio venir. “Estos asuntos de economía y finanzas”, decía nuestro patriota, “son tan simples que están al alcance de cualquier niño. Sólo requieren saber sumar y restar. Cuando usted no entiende una cosa, pregunte hasta que la entienda. Si no la entiende es que están tratando de robarlo. Cuando usted entienda eso, ya habrá aprendido a defender la patria en el orden inmaterial de los conceptos económicos y financieros”.
Alguien pierde, alguien gana. Esto es así desde tiempos inmemoriales. No hay crisis para todos ni somos todos los que vemos desplomarse nuestro poder adquisitivo cuando el dólar “sube”, la inflación amenaza con ser hiperinflación o ambas cosas a la vez. Los economistas son intelectuales orgánicos del poder, se les paga para ocultarle a Ud., atento lector, esta verdad. Pero Ud. ya conoce a Scalabrini Ortiz, sabe sumar, sabe restar y sabe preguntar. Pregunte y vuelva a preguntar. Y si aún no lo entiende, ya lo sabe: ahí hay tongo, hay una estafa en la que Ud. es la víctima.