La semana pasada comentábamos que la renuncia a toda candidatura de parte de Cristina Fernández inauguraba una pregunta acerca de “quién” debía ser el candidato pero que, al mismo tiempo, esa incógnita ocultaba interrogantes importantes, esto es, el “hacia dónde” y el “para qué”.
Es que las urgencias hacen que todo se deposite en la selección del candidato, lo cual, claro está, no es menor; pero el kirchnerismo en particular parece estar enfrentando una tarea que viene procrastinando desde, al menos, el 2015 porque Cristina Fernández era la respuesta a las tres preguntas. Ella era el “quién”, y ella sabía “hacia dónde” y “para qué”, al menos eso pensaban sus seguidores. Pero ahora ella, en el mejor de los casos, intentará ser determinante en el armado de las listas. Y no más que eso. Naturalmente, seleccionar un candidato dice algo del “hacia dónde” y el “para qué”, pero no demasiado o, en todo caso, como en el caso de Alberto Fernández, pareciera que puede fallar.
Para ser justos, esta crisis identitaria atraviesa a todos los espacios populares de centroizquierda y, si uno va un poco más allá, casi que podría decir que es un problema que atraviesa a los distintos agrupamientos políticos tras la disolución del sistema de partidos. Así vemos con más frecuencia coaliciones más o menos amorfas constituidas más por temor a lo que hay en frente que por coherencia programática y Argentina no es una excepción en ese sentido.
¿Pero cómo se posiciona hoy el kirchnerismo en relación con el peronismo? ¿Se sostiene la idea de “nos dicen kirchneristas para bajarnos el precio” o el peronismo es algo “a superar” entendiendo por tal algo más que una actualización doctrinaria? Más preguntas: ¿Cuál es hoy el sujeto histórico del kirchnerismo? ¿Los trabajadores formales y los sindicatos? ¿Podrían ser los trabajadores de la denominada “economía popular”? ¿Y qué hay de las minorías LGBT o la política de las diversidades que abrazó particularmente este gobierno? ¿Ahí está el nuevo sujeto? ¿A pesar de la base peronista se tenderá a la idea de una sumatoria de particularidades para reemplazar a la categoría de “pueblo” en tanto supuestamente “pasada de moda”?

Si ese fuese el caso, ¿hasta qué punto se podría hablar de la pertenencia a un espacio “popular”? Por último, ¿acaso los jóvenes del trasvasamiento generacional no pueden ser el sustituto adecuado para las categorías clásicas? A juzgar por la cantidad de chicos que votan a Javier Milei bien cabe abrir un interrogante allí pero quizás podrían ser todas estas opciones y más.
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