¿Qué quieren los yanquis en Argentina?

La verdadera política, de acuerdo con la definición del General Perón, es la política internacional. Y la modificación de las condiciones geopolíticas en un momento determina el cambio equivalente en la política doméstica de los países. La Argentina no es ni podría ser ajena a esa realidad y por eso el nuevo equilibrio geopolítico multipolar propuesto por China y Rusia impacta en nuestro país, el que ahora está bajo la lupa de los intereses grandes de unos Estados Unidos que quieren pisar fuerte en América.
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La reciente intensificación de la actividad diplomática del embajador estadounidense Marc Stanley en nuestro país es un hecho de la política que debería llamarnos la atención y, lo que es aún más, hacernos prender todas las luces de alarma entre los que proyectamos una Argentina políticamente soberana y económicamente independiente. Desde hace algunos meses a esta parte, Marc Stanley se ha reunido con importantes dirigentes de todos los sectores de nuestra política y ha dado además definiciones públicas de las que se desprende claramente un giro en la postura de los Estados Unidos en su relación con nuestro país, o más bien respecto al potencial argentino en la producción de alimentos, combustibles y materias primas de todo tipo.

Esa actitud a todas luces intervencionista de los asuntos internos de un país soberano como la Argentina tuvo su corolario en la exposición hecha por el embajador Stanley en el llamado Consejo de las Américas, un foro fundado en 1963 por David Rockefeller cuya finalidad es la de reunir a los empresarios más “pesados” de los Estados Unidos con intereses en nuestra región para marcar la agenda del debate político en estas latitudes. En presencia de prácticamente todo el arco político con relevancia en la discusión grande, Stanley no solo señaló el interés de Washington en el control geopolítico de nuestros recursos naturales y humanos, sino que además directamente exigió la formación de una alianza contra natura entre sectores que hoy están enfrentados para garantizar la ejecución de un proyecto político determinado.

El foro del Consejo de las Américas de este año se realizó en el Hotel Alvear de la Ciudad de Buenos Aires y allí, compartiendo el panel con el actual embajador argentino en Washington Jorge Argüello, Stanley dejó de lado la prudencia eufemística que suele caracterizar a los diplomáticos y fue “directo al grano” enumerando riquezas de la Argentina como la energía, el litio y los alimentos, recursos que también según Stanley los Estados Unidos no necesitan —porque también los tienen en abundancia—, pero que son clave hoy en el tablero de la geopolítica. En una palabra, Stanley dio como definición el interés estadounidense en las riquezas del suelo argentino no para usufructuarlas directamente, sino para hacer de ellas un instrumento de presión sobre otras naciones que sí las necesitan.

El embajador estadounidense Marc Stanley, aquí en el Consejo de las Américas junto a Eduardo Elsztain, uno de los dueños de facto de la Argentina. Stanley viene reuniéndose con dirigentes políticos de todos los sectores y también con los empresarios más poderosos en una intensificación de su actividad diplomática que tiene una finalidad muy clara: consolidar un proceso de recolonización de nuestro país en el marco de las nuevas condiciones geopolíticas.

Esto se explica sencillamente en el marco de la actual guerra entre los Estados Unidos y China por el liderazgo económico global. Si bien es Rusia quien muestra los dientes militarmente en el este de Europa con su campaña sobre Ucrania y su amenaza de hacer escasear en Europa la energía y los alimentos que los europeos necesitan para subsistir, el verdadero enemigo de los estadounidenses en Oriente hoy es China, un país que ya está a punto de convertirse en la primera superpotencia global en términos de producto bruto interno. La guerra de los Estados Unidos contra China no es una deflagración abierta y visible, es una guerra de tipo comercial por la supremacía económica a escala planetaria.

China es un gigante que ha despertado, pero tiene problemas más bien estructurales sobre los que los estadounidenses quieren presionar para retrasar y hasta truncar su desarrollo. Uno de esos problemas es la enorme población china, actualmente en el orden de los 1.400 millones de habitantes. Claro que ese “problema” es también una ventaja, la que le da a China una fuerza centrípeta en la atracción de capital productivo: con una mano de obra abundante y barata, a China se ha deslocalizado buena parte de la industria mundial y en ello radica el crecimiento “milagroso” del gigante asiático en las últimas cuatro décadas. Pero son 1.400 millones los chinos también a la hora de demandar tres comidas diarias, lo que en la práctica significa que China es dependiente de una ingente cantidad de alimentos para mantenerse a flote.


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