Realidad para derrotar al tigre de papel

Más que señales de inteligencia, el pesimismo y el derrotismo suelen ser síntomas de la desinformación. La propaganda occidental ha logrado convencer incluso a las mentes más analíticas de que el poder de Estados Unidos es invencible, fomentando la inacción y la resignación. Mientras las personas inteligentes perciben la corrupción del sistema pero se sienten impotentes para cambiarlo, las masas adoctrinadas ven en Occidente un símbolo de moralidad y prosperidad incuestionables. Sin embargo, esta hegemonía no se basa en la supremacía genuina, sino en el oportunismo, la manipulación financiera y la propaganda. Desde Bretton Woods hasta la militarización del dólar, Estados Unidos ha construido su poder sobre la coerción, no sobre la legitimidad. Hoy, el mundo multipolar desafía esta estructura, con países como China, Rusia y el Sur Global forjando alternativas. La clave para superar el adoctrinamiento es la información objetiva, que demuestra que el dominio estadounidense no es inmutable ni eterno.
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El pesimismo y el derrotismo son las principales señales o los indicadores de que alguien, incluso siendo inteligente, está mal informado o por lo menos no está suficientemente bien informado. El problema en este caso no es la inteligencia de la persona, sino la información o falta de ella. El derrotismo no es otra cosa que un resultado premeditado del adoctrinamiento sistemático llevado a cabo por Occidente a través de la propaganda, con el propósito de motivar la inacción de las personas inteligentes.

Como consecuencia de la parálisis generada por la propaganda, las personas inteligentes logran ver que existe una serie de problemas, pueden identificar esos problemas, saben quién y en qué circunstancias los está causando, pero creen que los mismos no se pueden resolver, que quien es responsable de haberlos generado es invencible y que no se lo puede detener en ninguna circunstancia. El narcótico del adoctrinamiento tiene, como todas las drogas, diferentes efectos en diferentes personas.

En las personas con inteligencia y un fuerte sentido de la moral el efecto es ese: se deprimen, se estresan, logran ver lo que está mal, pero no ven ninguna esperanza de hacer algo para cambiarlo efectivamente. Incluso sucede con los individuos politizados, los militantes o activistas, quienes ejercen su actividad política no por la esperanza de protagonizar un cambio de paradigma sino simplemente para mitigar el dolor que les provoca la quietud ante el oprobio. Hacen activismo simbólico, pero en su interior sienten que solo están gritando en el viento.

En cambio, las personas estúpidas o indecentes no tienen ese problema. La actitud más frecuente de la masa estupidizada bajo los efectos de la droga del adoctrinamiento es la de colocarse simple y acríticamente del lado del poder. Los individuos comunes creen en la supremacía del poder y creen que el poder automáticamente viene acoplado a la moral y la legitimidad, por lo que no se toman el trabajo de detenerse a cuestionar y simplemente obedecen al statu quo.

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Viejo afiche de propaganda maoísta en el que puede leerse, en idioma chino, lo siguiente: “Miren detenidamente a los Estados Unidos, porque son un tigre de papel y son perfectamente vencibles”. Mao Zedong fue el primero de los grandes dirigentes de la política a nivel mundial en señalar que la supuesta indestructibilidad de los Estados Unidos era una farsa. Mao llamó “tigre de papel” al imperialismo yanqui e insistió hasta el último día de su vida en que no había que tenerle miedo. Y sus sucesores, si bien cambiaron su política socialista a una de tipo capitalista de Estado e iliberal, siguieron creyendo en su prédica antimperialista hasta los días de hoy, con excelentes resultados.

Y por supuesto, si hablamos del creador de los problemas cuya hegemonía no se cuestiona estamos hablando en general de Occidente y, en específico, de los Estados Unidos. Hablando de la política mundial, la persona inteligente bajo influencia de la propaganda llega a saber que los Estados Unidos constituyen una organización criminal, sabe la magnitud de los crímenes que esa organización ha cometido y sigue cometiendo contra su propio pueblo y sobre los pueblos del Sur Global, pero siente que la realidad es inmodificable, el enemigo es invencible y su poderío no dejará de crecer. Nada va a cambiar realmente, jamás.

La persona estúpida, en cambio, cree fervientemente en la farsa de los Estados Unidos como sinónimo de libertad y prosperidad, cree que es un país maravilloso, virtuoso y que cualquiera que se oponga a la política de los Estados Unidos debe ser malvado y perverso. Ve a los Estados Unidos como la Tierra Prometida, un espejo en el que quisiera mirarse e inocentemente considera que quienes se le opongan es porque odian la libertad, la justicia y el imperio de la bondad. No obstante, el estúpido coincide con el inteligente en su percepción acerca de los Estados Unidos como un poder invencible que jamás será derrotado.

Claro que el fundamento de esa convicción difiere, porque mientras el inteligente considera que Occidente es invencible a causa de su corrupción, el estúpido cree que esa omnipotencia se deriva precisamente de su moralidad. En tanto que faro de la humanidad, los Estados Unidos son invencibles porque al igual que en las películas de superhéroes, el bien siempre se impone necesariamente por sobre el mal y prevalece a pesar de las adversidades.

Por esa razón, mientras las personas inteligentes terminan cayendo inexorablemente en el pesimismo y se sienten angustiadas y abrumadas, los estúpidos son ignorantemente optimistas, se sienten dichosos y están llenos de esperanza y de orgullo. Pero unos y otros se equivocan, su percepción está mediada por el efecto narcotizante de la propaganda que los incita a creer en el presupuesto de que Occidente es invencible cuando solo basta analizar objetivamente para ver que esto no es así.

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La idea de los Estados Unidos como el país de la libertad y la justicia, como el sinónimo por antonomasia del ideal de bondad, belleza y verdad, es el motor ideológico que sostiene la fe de los estúpidos en la invencibilidad del imperialismo yanqui: al ser todo lo bueno, los Estados Unidos no pueden fracasar allí donde el bien siempre derrota al mal. Pero este mito absurdo empieza ya a debilitarse incluso en la conciencia de los propios yanquis.

La dificultad está, como afirmábamos más arriba, en el acceso a la información y no en la inteligencia. Porque incluso las personas inteligentes son víctimas del adoctrinamiento, su capacidad de análisis está embotada y su discernimiento está tan deteriorado que precisan de un ejercicio activo de información como antídoto para contrarrestar los efectos de la droga que les está nublando el razonamiento.

La buena noticia para el lector es que, de sentirse abrumado por la realidad y de no lograr ver una salida posible, de haberse disipado su esperanza en un mundo mejor y de haber quedado solo la desesperación mitigada apenas por un sentido del deber que le obliga a persistir en su militancia a pesar del pronóstico agorero, bueno, probablemente el lector sea una persona inteligente y con sentido de la moral. La mala noticia es que probablemente su inteligencia esté contaminada por la droga de la propaganda. Pero existe un remedio.

Y ese remedio no es nada más que la objetividad, en eso consiste todo el antídoto que se necesita para desactivar la intoxicación por adoctrinamiento. Solo se necesita una dosis objetiva y realista de hechos porque los hechos demuestran que la desesperanza, el derrotismo y la depresión son irracionales y no se corresponden con la realidad. La creencia de que los Estados Unidos son demasiado fuertes, demasiado poderosos, demasiado importantes o demasiado ricos para que alguien pueda derrotarlos no está basada en hechos verificables, sino que fue implantada de manera artificial, responde exclusivamente a lo que los Estados Unidos y Occidente en general han querido mostrar de sí, una narrativa falsificada que Occidente inculca a través de un monumental aparato de propaganda a lo largo de toda la vida de un ciudadano.

Y es una narrativa fuerte y persuasiva, por supuesto, que coloca a los Estados Unidos en el lugar del superhéroe y que se replica por diversas vías a lo largo de todo el día, día tras día, durante toda la vida. Desde la maquinaria de Hollywood pasando por la industria del cómic y la radio hasta llegar a la televisión y la internet, Estados Unidos ha dedicado más esfuerzo que cualquier otra nación en la historia a crear su imagen mientras se descuida por completo la sustancia. En ese sentido, Estados Unidos es una percepción y no una realidad, desde la dentadura postiza de George Washington hasta el bronceado artificial de Donald Trump.

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La famosa pieza cinematográfica ‘Top Gun’ es un ejemplo entre miles, hasta decenas de miles, de la propaganda de guerra constante que los Estados Unidos han hecho durante décadas sirviéndose de Hollywood para instalar la idea de su invencibilidad y, además, de su bondad. Lo curioso de esto es que en los últimos años se ha revelado toda la maldad de muchos actores y directores que suelen interpretar y producir estas piezas y casi todos ellos están implicados en aberraciones indecibles donde las víctimas son niños. Son monstruos en la vida real quienes con la ficción le dicen al mundo que los Estados Unidos son los buenos de la película.

Y es tiempo de decirlo: los Estados Unidos no son lo que dicen ser, sino que se disfrazan a través de una narrativa adulterada. Si los sujetos lograsen desactivar el narcótico de la propaganda a través del ejercicio de la información, con hechos verificables y no a través de supuestos, podrían observar cómo todo el edificio impenetrable de la cultura estadounidense no es otra cosa que utilería fabricada con poleas y cartón pintado.

Estados Unidos siempre ha intentado aparentar lo que no es, pero esta es la realidad: ese país no se convirtió en superpotencia mundial hegemónica en el contexto de un orden unipolar porque hubiera combatido y derrotado a todos los demás candidatos. No venció a la Unión Soviética, no venció a Europa, sino que la primera resistió y logró cuestionar la hegemonía estadounidense por casi medio siglo hasta derrumbarse por sí sola a partir de sus contradicciones internas y su propia disfunción, mientras que los Estados europeos occidentales quedaron destruidos tras la II Guerra Mundial, sin aliento para disputar hegemonía alguna.

En ese contexto, la emergencia de los Estados Unidos como potencia no se derivó de la supremacía indiscutida, sino del oportunismo. Sí, fueron capaces de manipular la economía global a su favor y construyeron un imperio no de colonias sino de dependencias financieras a partir de la imposición de las condiciones para la reconstrucción de Europa iniciada con Bretton Woods en 1944 y la ulterior implementación del Plan Marshall.

A partir de estos acuerdos, se estableció el dólar como moneda de intercambio en el comercio internacional y, sobre todo, como moneda de reserva global, lo que obligó a todos los países a comerciar en dólares. No porque esta moneda fuera superior sino sencillamente porque los Estados Unidos establecieron unilateralmente las condiciones frente a países completamente agotados y destruidos por una guerra que implicó no solo la pérdida de millones de vidas sino también la destrucción hasta los cimientos de ciudades enteras.

Boris Yeltsin, Gennady Burbulis
La disolución de la Unión Soviética finalmente a manos de Boris Yeltsin no fue, como suele imaginarse, un triunfo de los Estados Unidos y de Occidente de un modo general, aunque sí fue recibido allí como tal. Washington pudo ganarle en realidad la Guerra Fría a Moscú y resultó “ganador” por abandono, puesto que la Unión Soviética se desintegró como consecuencia de las propias contradicciones internas del socialismo. Bien mirada la cosa, más allá de su propia independencia hace ya dos siglos y medio y de la guerra hispano-estadounidense contra una España que ya estaba derrotada como imperio, los yanquis nunca han ganado nada en el campo de batalla. Y más sufrieron palizas humillantes e inexplicables en su propia narrativa, como la que les fue propinada por unos vietnamitas descalzos en las selvas del sudeste asiático.

Así, la economía global pasó a ser rehén de los estadounidenses, quienes a partir de la década de 1950 no cesaron de alimentar sus aventuras militaristas en todo el mundo, azuzando a su complejo industrial militar y fungiendo como árbitro en conflictos lejanos que le hubieran debido suscitar escaso interés. A partir de Bretton Woods Estados Unidos impuso un orden financiero que obligó a todos los países a sometérsele, incluso a aquellos supuestos “aliados” a quienes se suponía que estaba salvando del “fascismo”.

Bretton Woods se vendió como una forma de prevenir una crisis económica como la Gran Depresión que había antecedido a la guerra, pero en la práctica funcionó como un mecanismo de sujeción que permitió a los Estados Unidos encerrar a países en una camisa de fuerza financiera de donde nunca podrían independizarse verdaderamente. No fue entonces por valentía sino por conspiración que el imperio yanqui logró imponerse como líder hegemónico en un nuevo orden mundial.

Los Estados Unidos heredaron la posición de potencia hegemónica por abandono. El Reino Unido debió renunciar a ese puesto luego de ser bombardeado y destruido al finalizar la II Guerra Mundial. Pero Francia también fue bombardeada, la Unión Soviética fue bombardeada, Holanda, Bélgica, Hungría, Finlandia, Rumania, Dinamarca, España, todas esas naciones fueron bombardeadas y por supuesto Alemania e Italia. Japón no solo fue bombardeado, sino que recibió dos bombas atómicas que destruyeron Hiroshima y Nagasaki y asesinaron a cientos de miles de civiles. Incluso Egipto fue bombardeado, China, Filipinas, India, Australia, todo el mundo. Todo el mundo excepto los Estados Unidos. Estados Unidos no recibió ni una sola bomba, con la excepción del episodio de Pearl Harbor.

De manera tal que, terminada la guerra, los Estados Unidos no tuvieron ciudades para reconstruir en su propio territorio ni un aparato productivo que revigorizar, apenas debieron seguir adelante con la simulación de supremacía y poner manos a la obra en la sujeción de otras naciones a través del acaparamiento del comercio mundial, la entrega de créditos usurarios y la puesta en marcha de la maquinaria multimediática de propaganda y adoctrinamiento social. En ese esquema, cualquier pueblo que hiciera intentos de oponerse al plan de los Estados Unidos sería señalado de comunista y ameritaría el disciplinamiento a través de la guerra, negocio predilecto del complejo industrial militar.

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Todos los países implicados en la II Guerra Mundial fueron bombardeados y sufrieron daños severos, salvo los Estados Unidos. Puede aducirse que ese bombardeo ocurrió en 1942 con Pearl Harbor, aunque el argumento es risible si se lo mira desde cualquier ángulo: se trató de un daño muy localizado en una base militar remota, muy lejos del territorio continental. Y que además tiene todo el aspecto de haber sido un atentado de falsa bandera realizado por el complejo industrial-militar con el fin de obligar a Roosevelt a meterse en la guerra. De otra manera es un poco difícil explicar cómo hicieron los japoneses para cruzar todo el Pacífico en aviones que no tenían ni de cerca esa autonomía de combustible.

Pero el verdadero fraude se hizo evidente en 1971, año en que Richard Nixon acabó con el patrón oro y con todos los preceptos de Bretton Woods. Toda la idea de que el dólar estaba respaldado en oro era una mentira, pero ya era demasiado tarde para que alguien se retirara del sistema en ese momento, por lo que la farsa de los Estados Unidos invencibles persistió. Ahora además podían imprimir cantidades ilimitadas de dinero e imponer sanciones contra cualquier país enemigo que quisieran. Como consecuencia, podían convertir el sistema financiero en un arma y explotar al resto del mundo sin producir nada de valor real.

Aquel fue el principio del fin de la productividad en Estados Unidos. Puede que haya resultado conveniente en el corto plazo y sin dudas ha sido muy bueno y rentable para un cierto grupo de personas, pero no es sostenible. Esa es una economía falsa que ahora está colapsando y dejando ver que siempre ha sido cartón pintado, viejas sogas desgastadas y poleas chirriantes. Los occidentales no logran verlo del todo porque están narcotizados bajo el influjo de la propaganda, pero los países donde la información llega limpia de la droga del adoctrinamiento lo saben muy bien y se encuentran en condiciones de comenzar a demandar un lugar de relevancia en el mundo: Rusia, China y el Sur Global.

Los BRICS están comenzando a conformar acuerdos por fuera del dólar y Estados Unidos sabe que si el dólar cae termina de derrumbarse su hegemonía unipolar porque el orden mundial no se construyó sobre la fuerza estadounidense, sino sobre un andamiaje jurídico amañado y la ganancia financiera producto del chantaje. De hecho, ese juego debió terminar cuando Nixon abandonó el patrón oro en la década de 1970. En aquella ocasión el sistema debería haber colapsado completamente, pero Estados Unidos extorsionó a los árabes para que estos vendieran petróleo en dólares, volviendo a obligar a todo el mundo a depender artificialmente de esa moneda. Es una estafa, una extorsión al estilo mafioso a escala global y por supuesto no se puede separar de la alianza estratégica que Occidente sostiene con el Estado de Israel y con el sionismo desde 1948, como fuerza desestabilizadora en Oriente Medio.

La economía global moderna no se construyó sobre mercados libres ni sobre comercio justo, sino sobre coerción y extorsión. El dólar solo se mantuvo como moneda de reserva global porque Estados Unidos apuntó un arma directamente a la cabeza de los árabes productores de petróleo, financiando a través de la OTAN a esa fuerza de choque localizada que se llama Estado de Israel. De esa manera Occidente se aseguró de que el petróleo, una de las mercancías más demandadas de la Tierra por su valor indispensable en el sostenimiento de la vida industrial moderna, fuese vendido únicamente en dólares, de manera de continuar con la farsa del poderío yanqui.

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En 1971 el presidente Richard Nixon puso fin al patrón oro para el dólar estadounidense, dejando esa moneda sin respaldo alguno en riqueza real. A partir de ese hecho los Estados Unidos se lanzaron a la emisión monetaria descontrolada dando como resultado el que en la actualidad la suma de los dólares emitidos y en circulación, además de ser desconocida incluso para los propios estadounidenses, constituye una deuda que los yanquis no podrían pagar ni aun entregando todas las riquezas de su territorio y el propio territorio. Esta es la situación terminal del imperialismo de los Estados Unidos que el pesimista no ve por prestarle demasiada atención a la propaganda.

Otro mecanismo de chantaje fue la deuda, que también se derivó como instrumento de la derrota del Eje en la II Guerra Mundial y de los acuerdos de Bretton Woods. Este se materializó con la creación de los llamados organismos multilaterales de crédito, el Banco Mundial y principalmente el Fondo Monetario Internacional, destinados a propiciar el endeudamiento de países emergentes con el propósito oculto de someter su política económica y, en pocas palabras, establecer a nivel global toda una red de semicolonias incapaces de ejercer una política soberana sobre sus recursos.

Pero todo esto ya está a la vista, los países del Sur Global lo están observando y comienzan a sobresalir intentos por correrse del mecanismo de chantaje y sujeción. Lo que los pesimistas no logran ver a causa de su embotamiento mental por adoctrinamiento es que también lo saben los propios dirigentes políticos en los Estados Unidos, ellos no tienen la visión adulterada por la propaganda y pueden acceder a la realidad tal cual es. Los dirigentes políticos son plenamente conscientes de que su país está descendiendo desde una posición de potencia hegemónica global a un lugar privilegiado, pero no exclusivo, de potencia hegemónica regional en el contexto de un mundo multipolar.

Ellos lo saben y están trabajando para lograr que el descenso sea lo más suave posible y no un auténtico cataclismo. O bueno, al menos tan suave como se lo permita su idiosincrasia yanqui típica del cowboy temerario. El repentino interés en Canadá con el consiguiente cambio de gobierno en ese país y las declaraciones altisonantes de la administración de Donald Trump en torno a Groenlandia van de la mano con ese proceso de reconfiguración de la hegemonía estadounidense en un nuevo orden mundial multipolar.

Y todos estos hechos, desde la paulatina retirada de tropas de los Estados Unidos en cada uno de los conflictos de los que habían venido teniendo participación, hasta la multiplicación de movimientos tendientes a reafirmar la soberanía de naciones emergentes en todo el Sur Global, pasando por la culminación estratégica del conflicto histórico con Rusia; cada uno de esos hechos incontrastables son la demostración que toda persona inteligente necesita para terminar de una buena vez con el pesimismo. He aquí el antídoto al narcótico de la propaganda, aquí está la información que nos induce a concluir, a partir del ejercicio de un realismo militante, que el pesimismo no tiene sentido y que la actitud natural de todos los pueblos soberanos del mundo en los albores de este nuevo orden mundial no puede ser otra que la esperanza.

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El repentino interés de Trump en los territorios americanos de Canadá, Panamá y Groenlandia habla a las claras de su comprensión acerca del estado terminal del imperialismo yanqui a nivel global y de la necesidad de un descenso a la condición de potencia regional. Eso sumado a las veloces concesiones que hace a Rusia en Europa y el desmantelamiento de la OTAN son pruebas irrefutables del reacomodamiento en marcha. La realidad geopolítica se expresa a los gritos, aunque el pesimista de la inteligencia y el optimista bobo y arrastrado no logren comprenderla.

Estamos ingresando en la era de la humillación para los yanquis, una era en la que esa enorme carroza de desfile llamada Estados Unidos está empezando a desinflarse. Podemos decirlo de una buena vez y con todas las letras: el rey está desnudo. Lo ha estado desde hace mucho tiempo, pero el narcótico de la ideología nos hacía creer que aquello era un traje y no los cueros, las vergüenzas expuestas a los cuatro vientos.

La historia que se escribirá sobre este país en unos treinta o cincuenta años a partir de ahora va a ser mordaz, porque jamás en la historia de la humanidad ha habido un imperio más falso y fraudulento, fabricado de cartón pintado y sostenido sencillamente por obra y gracia de la extorsión y la propaganda.

Como consecuencia, la gente inteligente, la gente con sentido de la moral debería sentirse bien en estos días. Los hombres y las mujeres inteligentes deberían ser profundamente optimistas hoy y para serlo no necesitan más que practicar la información concienzuda, un realismo militante.

Ser optimista en 2025 no significa ser idealista, significa ser realista. Solo hay que ser un militante de la realidad sin disfraces para observar que el amo de los esclavos del mundo está avejentado, es débil y está senil. Se encuentra encerrado en un callejón sin salida y su hacienda es, por fin, nuestra. Será tiempo de poner manos a las obras.

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