En el marco del proceso permanente de distracción y estupidización de la sociedad cuyo fin es moldear un cuerpo social absolutamente idiotizado y funcional a los intereses del poder, apareció para los últimos días del mes de julio en las redes sociales y en los medios una desopilante controversia alrededor de la figura de Julio Argentino Roca. La disputa, en todo basada en esa distorsión de la narrativa histórica que es tan típica de las naciones jóvenes como la nuestra, tuvo como disparador la decisión del gobierno municipal de San Carlos de Bariloche de remover del Centro Cívico de esa ciudad turística patagónica la estatua del General Roca, reemplazándola por un monumento a las Madres de Plaza de Mayo.
Esa contradicción supuesta, la de un Roca saliente por derecha y de unas Madres de Plaza de Mayo entrantes por izquierda, fue suficiente para instalar en la grieta una disyuntiva que en realidad es falsa. Y aun siéndolo puso a pelear intestinamente a los argentinos por razones ideológicas allí donde la ideología es contraproducente en la ponderación de los hechos. En otras palabras, tomaron a un prócer de la unidad nacional, lo ubicaron en uno de los extremos ideológicos de la actualidad oponiéndolo a una causa que a su vez, simbólicamente, se ubica en el extremo opuesto. Al meter a las Madres de Plaza de Mayo en la discusión, el ingeniero social encargado de instalar en el debate un asunto que ya no debería debatirse logró su objetivo: dividió a los argentinos en una disyuntiva falsa.

En la política posterior a la revolución burguesa de 1789 en Francia, como se sabe, la derecha y la izquierda son dos polos ideológicos mutuamente dependientes en una retroalimentación continua. La derecha solo existe en tanto y en cuanto la izquierda también exista, la una y la otra dependen de la salud del que llaman rival para subsistir. Y para eso la derecha y la izquierda van apropiándose de todo lo que existe, repartiéndose todo lo que hay en dos mitades. Así, el General Roca será de derecha, pero para que eso funcione es necesaria una contracara de izquierda, el antagonista necesario en cuya afirmación esté implícita la negación de Roca. La novedad es la utilización de la causa de las Madres de Plaza de Mayo para materializar hoy ese antagonismo.
Hasta aquí lo radicalmente opuesto por izquierda para que Roca sea de derecha fueron los que en la época de Roca se llamaban los “indios” y ahora, por la neolengua orwelliana de lo políticamente correcto del globalismo, se llaman “pueblos originarios”. La disyuntiva ha sido entre Roca y los indios, a los que Roca arrasó en la Campaña del Desierto para unificar el territorio de la Argentina. Roca de derecha y malo e indios de izquierda y, aunque algo abstractos, buenos. Fácil, sencillo y binario, apto para la comprensión de cualquier subnormal. De hecho, ese es método clásico de la historiografía liberal hollywoodense para hacer narrativa: de un lado los buenos y del otro los malos, todo absoluto y nada en el medio. No hay lugar para la duda.
Pero en Bariloche eso ya no es muy potable. A raíz de los recientes conflictos territoriales entre “mapuches” y pobladores criollos de la región, la imagen del indio absolutamente bueno quedó manchada, no puede ser bueno el que saquea e incendia la pequeña propiedad rural, usurpa terrenos fiscales, corta caminos y avanza contra los destacamentos de Gendarmería para reclamar pretendidos derechos ancestrales, también discutibles por otra parte. En Bariloche no iba a caer nada bien el retirar la estatua del General Roca reemplazándola por algún símbolo indio y entonces los ingenieros sociales fueron a buscar otro ícono fácilmente identificable con la izquierda para reforzar la idea de un Roca de derecha. Ese ícono fueron las Madres de Plaza de Mayo, las que están separadas de Roca por un siglo de historia.

La maniobra fue exitosa porque en el contexto de una campaña en la que la cuestión electoral ya está resuelta —puesto que todos los candidatos con chances reales de ganar las elecciones representan al poder fáctico— lo que se logró fue desviar la atención y entretener en escaramuzas ideológicas a quienes deberían estar más bien preocupados por la falta de una opción real en las urnas. El pueblo-nación argentino se encamina a votar sin elegir nada en absoluto y para que eso no esté en tela de juicio la hegemonía impone otra vez la agenda del debate ideológico sobre el sexo de los ángeles entre una derecha y una izquierda supuestas que son rivales en la teoría y socias en la práctica.
Entonces ahí están todos los politizados viendo si tiene la razón la derecha y Roca fue un prócer o si, por el contrario, Roca fue un genocida y la izquierda tendrá la razón borrándolo de la historia mediante la destrucción de los símbolos que lo recuerdan. Nadie gana nada con ello, pero muchos optan por radicalizarse y apasionadamente buscan los extremos: la derecha da por sentado el que Roca es de derecha y la izquierda hace lo propio con las Madres de Plaza de Mayo. Y aunque nada de eso es real —la integración del territorio nacional no es de derecha ni de izquierda y tampoco lo es la causa de los detenidos desaparecidos por la dictadura, ambas son cuestiones del más puro sentido común—, la cosa igualmente funciona, las posiciones se cristalizan y un ladrillo más es retirado de la construcción política de la Argentina como proyecto nacional.

En la práctica, esa cristalización es la del odio de un sector a los próceres que construyeron lo que hoy conocemos como Argentina y la del odio opuesto, el de otro sector hacia la causa de las Madres de Plaza de Mayo. Como se ve, el resultado es un tipo de fractura social tan profunda que normalmente no suele resolverse por medios pacíficos. Cuando una sociedad se divide por razones ideológicas en compartimientos estancos, en algún punto se salda la cuestión con una guerra civil. Al no ser posible acordar en nada puesto que la verdad absoluta está en ambos extremos, solo el hundimiento de uno o de ambos bandos puede resolver el conflicto.
Todo eso se basa en la manipulación de la narrativa histórica, la que se hace omitiendo datos de la realidad y/o presentándolos fuera de su debido contexto temporal. Es cierto que Roca avanzó contra los indios y en buena medida los liquidó, tal como explica la izquierda. Lo que la izquierda omite es que para mediados y fines del siglo XIX el indio era considerado un extranjero respecto a la naciente nacionalidad argentina, es decir, según los criterios del argentino de aquella época el indio ocupaba ilegalmente territorio que debió estar bajo la soberanía de la Argentina. Y como enemigo foráneo fue arrollado por los militares argentinos cuyo jefe era entonces Julio Argentino Roca.
El hombre en el contexto de su tiempo. Las pretensiones de la izquierda son absurdas al exigirle a Roca una “deconstrucción” que en esos días no existía y tampoco existe hoy más que en la cabeza de los ideologizados, una pequeña minoría en el cuerpo social. Roca respondía al sentido común de los argentinos de su época, actuó en consecuencia y llevó a cabo la sangrienta Campaña del Desierto, todo en esa época era sangriento. Pero la izquierda progresista y posmoderna del siglo XXI exige un Roca “plurinacional” y no muy preocupado por la existencia de vastas extensiones territoriales fuera del control del gobierno central. Como Roca no hizo nada de eso ni pudo haberlo hecho, la izquierda le dicta sentencia de cancelación y manda a borrar todos los rastros de su existencia.

Eso se llama anacronismo, es decir, observar hechos históricos pasados con las categorías del presente. No existe ni podría existir ni un solo documento histórico de ese último cuarto del siglo XIX en el que aparezca el nombre de Roca asociado con la derecha o la izquierda, nadie hablaba entonces de eso en esos términos. ¿De qué se hablaba? De la integración del territorio que se encontraba ocupado por indios no argentinos, que estaba en manos de extranjeros. Así lo veían los contemporáneos, incluso los más progresistas de esos días estaban de acuerdo con que la Patagonia debía integrarse al territorio argentino o sería posteriormente ocupada por Chile.
¿Eso hubiera deseado la izquierda progresista de nuestro tiempo? ¿Hubiera querido una Argentina privada, en beneficio de los chilenos, de un territorio donde existen ingentes riquezas naturales? ¿Por qué esa renuncia a la soberanía sería una cosa de izquierda? ¿En qué sentido es progresista querer el menoscabo de lo propio? Es inentendible y lo es precisamente porque esos son los cuestionamientos que no se hacen a la hora de ponderar al General Roca. Lo que se hace es simplemente juzgarlo anacrónicamente con las categorías del presente (las que Roca no pudo haber conocido porque solo iban existir muchas décadas después de su muerte) y condenarlo.
La izquierda progresista argentina difama muchísimo a Roca, pero no es la única que lo hace. También lo hacen los conservadores chilenos, quienes reproducen todo el discurso que atribuye a Roca los motes de “genocida” y hasta de “imperialista”. La obviedad es ululante: del lado de Chile no quieren a Roca porque impidió la expansión del país trasandino sobre la Patagonia, que hoy es territorio de Argentina. Y eso es totalmente comprensible, es fácil entender las razones por las que un chileno podría odiar a Roca. Difícil es comprender por qué habrían de odiarlo en Argentina, si en perjuicio de Chile los argentinos estamos sentados hoy sobre el octavo territorio más extenso y el quinto más rico del planeta mientras Chile no es mucho más que un pasillo seco y encerrado entre los Andes y el Pacífico.

Se suben también a la difamación del General Roca en nuestras tierras, por cierto, algunos “peronistas” bastante confundidos. Al calor del creciente entrismo progresista que hizo metástasis en el peronismo a lo largo de los últimos 20 años, ciertos “peronistas” parecen haber olvidado que durante el proceso de nacionalización de los ferrocarriles británicos el General Perón eligió homenajear a Roca bautizando el Ferrocarril del Sud, el más extenso de la provincia de Buenos Aires, con su nombre. Está claro que para Perón el General Roca había sido un prócer de la patria cuya obra de integración nacional el propio Perón se dispuso a continuar.
Sería interesante resucitar a Roca y someterlo a un juicio. Y si bien de una parte estaría la izquierda progresista en el lugar del fiscal de acusación, del lado de la defensa no estaría la derecha conservadora como suelen creer algunos. Los mejores abogados defensores del General Roca serían los peronistas que no olvidan su nacionalismo y consideran que en la base del proyecto de una Argentina grande necesariamente está la unidad del inmenso territorio que es, en buena parte, la obra o el legado de Roca. El veredicto podría desde luego adelantarse y sería no la simple absolución de Roca, sino más bien la confirmación de que ocupará para siempre un lugar destacado entre los próceres artífices del país que hoy los argentinos tenemos.