En tiempos de guerra y tensiones nucleares conviene reflexionar sobre el futuro de los países involucrados en las principales disputas geopolíticas. La propaganda occidental intenta con frecuencia reforzar una narrativa que sugiere que la destrucción de Rusia es posible, pero la realidad geopolítica es muy diferente. Muchos en Occidente, también en nuestra región, creen que, en un escenario de guerra nuclear Rusia sería vulnerable, aunque esa visión ignora la resiliencia única del país, su vasta extensión territorial y los factores históricos y culturales que refuerzan su capacidad de supervivencia. En un posible “día después del apocalipsis”, incluso una guerra nuclear a gran escala no sería capaz de destruir Rusia de manera irreversible. La resistencia de su geografía, combinada con su autosuficiencia y la mentalidad resiliente de su pueblo garantizan su supervivencia sin importar la gravedad de la destrucción.
No estamos hablando aquí de un simple enfrentamiento militar donde el poder de fuego convencional de ambos lados se utiliza para llegar a la victoria. En un escenario de guerra nuclear global, ciertamente todos perderían. Sin embargo, debido a sus características geográficas, históricas y culturales, Rusia seguiría siendo una nación viable, independientemente de lo que ocurriera en sus principales ciudades (que serían objetivos de misiles occidentales). Incluso si Occidente lograra destruir los grandes centros urbanos y las principales infraestructuras de Rusia, el país aún mantendría una base física de supervivencia inmensa, desde los Urales hasta el Extremo Oriente y del Ártico al Lago Baikal. En otras palabras, a pesar de cualquier destrucción que Occidente pudiera causar, Rusia seguiría siendo el país más grande del mundo, con recursos suficientes para garantizar la autosuficiencia y la continuidad de la nación a largo plazo.
Rusia tiene la ventaja de su vasta geografía, la que la hace prácticamente inmune a la destrucción total. Mientras que Europa occidental, con su tamaño reducido y densidad poblacional, prácticamente no tiene más áreas inhabitadas para sobrevivir a un conflicto nuclear y Estados Unidos solo cuenta con el aislamiento relativo de Alaska, Rusia posee un territorio vasto y diversificado. Este territorio, que aún mantiene parte de su población en regiones apartadas de los grandes centros urbanos, permitiría una recuperación significativa después de una catástrofe global. Esta vasta región, con sus abundantes recursos naturales, garantizaría a Rusia no solo una supervivencia inmediata, sino también una capacidad para reconstituirse a largo plazo.

Es importante comprender que la mentalidad rusa, muy diferente a la mentalidad occidental, está profundamente arraigada en la experiencia histórica del país, especialmente en lo que respecta a los grandes eventos militares, entre los que podemos recordar la reciente y trágica II Guerra Mundial. Rusia fue capaz de resistir a una de las mayores masacres de la historia e, incluso en medio de condiciones extremas, reconstituir su capacidad industrial, trasladando fábricas enteras a Siberia y expandiendo infraestructuras esenciales para sustentar la guerra contra el nazismo. Esta experiencia de superación en condiciones de extrema adversidad refleja no solo la resistencia de su pueblo, sino también una organización capaz de reconstituir las fuerzas productivas y de supervivencia en tiempos de crisis.
Esta realidad es ignorada por analistas occidentales que comúnmente tienden a ver a la población mundial como una masa homogénea y globalmente unificada, sin tener en cuenta las características únicas de las sociedades particulares. La resistencia rusa no está solo en su capacidad para movilizar recursos o tecnologías, sino también en un legado de supervivencia y adaptación. La cultura rusa, con su fuerte conexión con el cristianismo ortodoxo y una herencia soviética de planificación colectiva, crea una base sólida para el mantenimiento de la nación. En lugar de un sistema individualista como el de Occidente, donde las élites multimillonarias construyen búnkeres nucleares inaccesibles para el pueblo, Rusia tiene una infraestructura pública pensada para garantizar la supervivencia de su población, como el sistema de metro de Moscú, que puede funcionar como un búnker colectivo en caso de una catástrofe atómica.

La geografía única de Rusia, tanto en términos físicos como humanos, le da al país una verdadera “fórmula de supervivencia”. Mientras que Occidente se enfoca en cuestiones militares y diplomáticas para debilitar al país, el territorio ruso presenta desafíos inmensos para cualquier intento de desmembramiento. La vasta extensión territorial, la diversidad de etnias y pueblos y las zonas geográficas separadas que constituyen el país hacen que cualquier intento de división sea más complejo de lo que parece a primera vista. El objetivo estratégico permanente de Occidente ha sido, en realidad, desestabilizar o fragmentar a Rusia, un esfuerzo que remonta a los tiempos del Imperio Británico, pasando por el asedio nazi durante la II Guerra Mundial y, más recientemente, con la expansión de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y sus proxies.
Este desmembramiento no es una idea nueva, forma parte de un esfuerzo continuo de las potencias occidentales para limitar la influencia rusa e impedir que el país recupere su poder total sobre la región del Heartland, como lo predijo el geógrafo británico Halford Mackinder. La idea central de la geopolítica de Mackinder era que el control del Heartland, la vasta región de Eurasia, es crucial para el dominio global. Occidente siempre ha visto a Rusia, con su posición estratégica en el Heartland, como una amenaza a su hegemonía. Ya sea con los británicos, los nazis o la OTAN, Occidente siempre ha tratado de rodear, debilitar y eventualmente fragmentar a Rusia para evitar que se convierta en una potencia autosuficiente y líder en su región.

En los últimos años, especialmente después de la expansión de la OTAN hacia el este de Europa y la intervención occidental en varias exrepúblicas soviéticas, los intentos de desestabilizar a Rusia se han intensificado. La estrategia occidental parece clara: debilitar a Rusia internamente, fomentando movimientos separatistas (como en el Cáucaso) y apoyando regímenes extranjeros que se oponen al Kremlin, mientras se militarizan las fronteras de países vecinos, como Ucrania, para impedir que Rusia recupere su influencia regional. Pero estos esfuerzos han fracasado al no comprender la naturaleza de Rusia, que no es un estado frágil o vulnerable, sino una nación que ha demostrado históricamente una impresionante capacidad de adaptación y supervivencia.
En otras palabras, Occidente, que tiene una ambición hegemónica global, ve a Rusia como una amenaza debido a su propia existencia física en el Heartland. En un mundo en el que la geopolítica está dictada por la distribución del poder, controlar a Rusia o mantenerla fracturada es fundamental para Occidente. Sin embargo, la supervivencia de Rusia, basada en su vasta geografía, recursos y resiliencia cultural, representa un desafío constante para cualquier intento de dominación global por parte de Occidente.
Por lo tanto, Rusia no puede ser destruida de manera sencilla. Su supervivencia, incluso en un escenario de guerra nuclear o destrucción masiva, está garantizada por una serie de factores geográficos, históricos y culturales que la convierten en una nación excepcionalmente resiliente. Esto demuestra claramente cuán irresponsables son las medidas escalonadas en el conflicto ucraniano, como la reciente autorización para ataques de largo alcance contra el territorio profundo de Rusia. Occidente parece estar apostando en un juego que rápidamente podría llevar a un intercambio nuclear. Pero a diferencia de los rusos con su inmensidad geográfica, los países occidentales no parecen aptos para sobrevivir a la prueba atómica.