Tenía que llegar y naturalmente llegó el día. El hombre, por santo que sea, sigue siendo hombre y por ello finito, limitado. Y tras doce años de tener el honor de verse representados en el Vaticano por Francisco toca ahora a los argentinos y a los demás americanos despedirlo. Falleció en Roma después de luchar durante varios meses con los problemas de salud que lo tenían a maltraer y en ese sentido, que es precisamente el del amor cristiano y no egoísta, nadie debería ponerse triste porque ahora descansa el que estaba sufriendo.
Francisco fue el primer Papa americano y el primero no oriundo de un Viejo Mundo que hoy está más viejo que nunca. El dato, aunque objetivo y en teoría bien conocido por todos, a menudo suele perderse de vista. Suele pasar que el argentino y el americano olvidan que una institución de dos mil años vino a buscar aquí a uno de los nuestros y lo sentó en su trono. No es cosa que ocurra todos los días, más bien se trata de un hecho superlativo que además está hablando a las claras de lo anteriormente dicho: el Viejo Mundo está más viejo que nunca y necesita refrescar.
Esta es la forma adecuada de leer el hecho de que después de dos milenios la Iglesia católica haya venido a buscarse un jefe a la joven Argentina. Hace más o menos medio siglo la Iglesia entendió que los italianos ya no cazaban el ratón y fue a buscar primero a un polaco y luego a un alemán, se resistió mientras pudo a salir de la vieja Europa. Y cuando ya no pudo, al ver que la necesidad de aggiornar implicaba mirar el mundo más allá de los límites europeos, no fue a los Estados Unidos —como era de esperarse en aquellos días— como continuación de Europa en América. Vino a Hispanoamérica y más precisamente a la Argentina.
Nada de esto es accidental ni pasa porque los cardenales colegiados quieran en un momento honrar simbólicamente a este o aquel país. Pasa porque los cardenales buscan al más apto en cada etapa para sortear los desafíos históricos del momento. Y ahí está la conclusión: el más apto estaba “más o menos en el fin del mundo” (como dijo el propio Francisco al hablar por primera vez desde el balcón a una Plaza de San Pedro repleta), tenía que ser así porque la Iglesia necesitaba frescura y lo más fresco que hay en el mundo, como se sabe, está aquí en América.
Lo que el atento lector verá en esta 87ª. edición de la Revista Hegemonía no es un homenaje a Francisco ni nada conmemorativo en virtud de su paso a la inmortalidad. En las siguientes páginas lo que hay es un análisis frío de la coyuntura geopolítica desde el 2013 a esta parte, o la comprensión de por qué la Iglesia católica decidió darse un jefe hispanoamericano y argentino en vez de hacer la voluntad del poder imperial de Washington. Para reafirmar su superioridad los estadounidenses querían que el primer Papa americano fuera uno de los suyos, pero Roma necesitaba otra cosa.
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