Tablas, pero alguien gana

En medio al desinterés general los dirigentes políticos siguen adelante con sus campañas electorales, aunque sin lograr demasiada atención por parte de unas mayorías que ven borrosa la línea divisoria entre oficialismo y oposición. Esta es una situación de tablas que no puede resolverse en las urnas y que además presupone un empate solo entre los dirigentes que ponen la cara. Desde el punto de vista del poder fáctico todo es ganancia a río revuelto y avanza el proyecto neocolonial en la Argentina mientras la política se entretiene en la grieta identitaria. ¿Quién podrá romper esta nefasta dinámica de parálisis y no representación de los intereses del pueblo en la política?
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Mientras los dirigentes vuelven a enfrascarse en una campaña electoral que no entusiasma a nadie más que a sus propios asesores y la militancia rentada que debe seguir fingiendo demencia porque de eso vive, en la sociedad se instala un estado que podría caracterizarse como de anomia o por lo menos de pérdida de fe en el sistema. El reflujo iniciado allá por fines de 2013 con el triunfo electoral de Sergio Massa y el consiguiente agotamiento del modelo económico kirchnerista toca un límite: el de la tolerancia de las mayorías populares frente a lo que en la última década larga, sin importar el color partidario en el gobierno, se percibe como una secuencia interminable de pálidas y shock.

Y así, en este estado de desazón colectiva, el electorado es convocado otra vez a las urnas para una elección de medio término que más allá del escándalo de un José Luis Espert implicado con el narcotráfico despierta poco interés en la opinión pública. No se ve campaña alguna en las calles, no hay identificación del elector de a pie con esta o aquella fuerza en pugna. El argentino tiene conciencia de que el régimen de Javier Milei es nocivo para sus intereses colectivos y entiende que dicho régimen está agotado, aunque no distingue claramente una oposición a ese régimen.

Más allá de todo el esfuerzo discursivo que hacen los dirigentes de ese reciclado del Frente de Todos que es Fuerza Patria por ocupar ese lugar de representación, no se percibe ningún espacio alternativo donde volcar la frustración acumulada con el mileísmo hasta aquí. Se da entonces esta situación extraña de un rechazo consensual al actual gobierno sin que produzca concomitantemente una adhesión a quienes se presentan como la oposición. El péndulo, en una palabra, ya no funciona como antes. El elector ha perdido la fe en que el voto en la urna se traducirá en una modificación sustancial de sus condiciones de existencia.

En estas circunstancias la política se paraliza al quedar enroscada en una dinámica de acusaciones cruzadas cuyo resultado es la suspensión de la transformación social, pues una clase dirigente ocupada de su propia agenda lo último que busca es hacer desde el Estado las obras y las reformas que las mayorías populares necesitan para estar mejor. El elector percibe esto o más bien lo intuye. No comprende cabalmente qué ocurre, pero sabe que algo ocurre y concluye que ninguna de las fuerzas políticas en pugna es el instrumento idóneo para hacer lo que hay que hacer. De ahí el estado de anomia que viene instalándose.

Alguien diría que se trata de una situación de tablas, de un empate por la negativa, esto es, nadie pierde porque nadie está en condiciones de ganar. Y en efecto parecería que es así, que hay un empate en virtud de que ninguna de las fuerzas en lucha puede ganar, aunque eso no significa que el juego no tiene un ganador. Es que por fuera de la rosca electoral la política como lucha por el poder en el Estado sigue con independencia de los dirigentes que ponen la cara. Hay una situación de tablas en lo electoral, pero en lo político alguien igualmente gana y viene ganando hace más de 10 años en la política argentina con la imposición de un proyecto.


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