Vínculos históricos, políticos, sociales, étnicos, religiosos y familiares de centenares de años unen profundamente a Ucrania y a Rusia, las naciones enfrentadas desde fines del pasado febrero en una cruenta guerra con profundas raíces geopolíticas y estratégicas. Una guerra cuyos antecedentes y orígenes pueden hallarse no en Moscú ni en Kiev sino más al este, en Washington o acaso en Londres. Todas las guerras implican un desastre humanitario, pero para el observador desprevenido algunas guerras podrían tender a parecer más desastrosas que otras, pues la cobertura mediática y las reacciones políticas que suscitan no siempre guardan relación con la gravedad de los “daños colaterales” derivados de la acción de guerra, sino más bien con los actores que intervengan y las simpatías que estos cosechen o repelan por parte de los “formadores de opinión”.
El pasado 24 de febrero tuvo lugar una “operación quirúrgica” destinada a derribar en suelo la flota aeronaval de Ucrania y a partir de ese momento la guerra no ha cesado. Tras una serie de advertencias orientadas a disuadir a Ucrania de continuar las violaciones de derechos humanos en Donbass y sus intentos por incorporarse a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), el líder ruso Vladímir Putin dio inicio a las acciones destinadas sobre todo a frenar el avance de las tropas occidentales que desde la disolución de la Unión Soviética vienen ganando terreno hacia oriente.
La OTAN rompió su propio compromiso de no expansión, el que había pactado con Mijaíl Gorbachov luego de la disolución de la Unión Soviética. Mientras que por aquel entonces la OTAN estaba constituida por unos doce países, en la actualidad la integran unos treinta, lo que demuestra la ruptura de los acuerdos establecidos que comprometían a los Estados Unidos, Gran Bretaña y la actual Unión Europea a no incorporar territorio a su zona de influencia hacia el centro y el este del viejo continente. El resultado de la violación de esos acuerdos es un virtual cerrojo que se cierra en torno a Rusia, acorralando al país más extenso del planeta.

En 2014 se produjo el golpe de Estado en Ucrania que derrocó al presidente “prorruso” Víktor Yanukóvich, en una operación orquestada por los Estados Unidos y la OTAN, que puso al frente del país a un presidente aliado a los Estados Unidos. Hace veinte años en la región de Donbass, cuya autonomía Ucrania se comprometió a reconocer sin cumplir jamás con lo pactado, tiene lugar una guerra civil abierta. Como consecuencia de los enfrentamientos entre civiles en esa región se calcula un total de unos quince mil muertos, incluidos entre quinientos y mil niños y adolescentes. De las violaciones sistemáticas de los derechos humanos por parte del ejército ucraniano en la región de Donbass la prensa internacional se ocupa poco y nada.
Putin viene desde hace tiempo haciendo énfasis en el incumplimiento de los acuerdos de Minsk, en los que Ucrania se comprometía a terminar el asedio de la población rusa en Donbass, a la vez que denunciaba el avance hacia el este por parte de la propia OTAN. Pero la gota que rebalsó el vaso fue el pedido abierto por parte del presidente Zelenski, quien solicitó pasar a formar parte del propio Tratado del Atlántico Norte.
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