Alrededor del año 150 a. C. Catón el Viejo solía finalizar sus discursos en el senado romano con la locución Carthago delenda est, incluso cuando el propio discurso y el debate en cuyo contexto ese discurso se daba no tenían nada que ver con Cartago. Catón insistía y podría decirse que tenía como un proyecto personal la destrucción de aquella ciudad púnica ubicada al noroeste del actual territorio de Túnez. Después de muchas idas y vueltas y enfrentándose a una feroz oposición en el mismísimo senado de Roma, Catón sería honrado post mortem por la destrucción de Cartago a manos de Escipión Emiliano. Cartago fue arrasada por Roma, su riqueza fue saqueada y su población fue vendida como esclava, que es como se usaba en esos tiempos al saldarse la guerra.
La cuestión es que Catón el Viejo no pudo imponer su voluntad en el senado mientras no hubo un casus belli, esto es, un motivo para hacerle la guerra a Cartago. Ese motivo apareció cuando los fenicios atacaron los dominios de Masinisa en Numidia, también en el norte de África. Ese era un aliado de Roma en la región y el ataque terminó siendo tomado muy a pecho por los romanos, quienes lo utilizaron como pretexto para avanzar contra Cartago en la realización del proyecto de demolición de Catón el Viejo.
Lo que se ve ahí es el mecanismo eterno de la geopolítica con las cuestiones imperiales resolviéndose por la vía de la guerra y, además, de la lógica. Ya en la antigüedad romana una campaña militar debía tener una premisa, una justificación real o inventada para poder realizarse. No era porque un dirigente en el senado se le ocurriese atacar que se atacaba, hacía falta algo más. Hacía falta un pretexto. Ahora como entonces, la política intenta satisfacer a la opinión pública mediante la construcción de un discurso con cierta coherencia interna que dé como conclusión necesaria la guerra.
Nada de eso cambia y probablemente jamás cambiará mientras la política exista. Y eso mismo estamos viendo hoy en la mal llamada guerra de Ucrania —que en realidad no tiene mucho que ver con Ucrania, sino con una pugna mucho más grande entre Oriente y Occidente— donde ambos bandos en lucha buscan ese pretexto convincente, concluyente y decisivo que les permita avanzar contra el verdadero enemigo, destruirlo, saquear sus riquezas y esclavizar a sus pueblos con la imposición de un orden afín a ese propósito. He ahí, en pocas líneas, la descripción de la geopolítica desde la antigüedad hasta los días de hoy.
Entonces Ucrania delenda est, Ucrania debe ser destruida para que pueda realizarse un proyecto geopolítico global. Los ucranianos quizá todavía no lo hayan comprendido del todo, pero están siendo usados por el poder global como carne de cañón en la provocación a Oriente a la espera de un casus belli que sirva de pretexto para resolver finalmente la cuestión de fondo en la geopolítica actual: la forma que va a tener el ordenamiento jurídico del mundo para lo que queda de este siglo. Roma hoy necesita la renovación de su hegemonía y la tiene que lograr en el campo de batalla.
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