Días atrás se dio a conocer una nueva encíclica del Papa Francisco titulada Fratelli tutti. Si la anterior, Laudato si, fue interpretada como la encíclica “ecológica” dedicada al cuidado de “la casa común”, el núcleo del nuevo texto se posa, desde mi punto de vista, en un tema sensible para Europa: la cuestión migratoria. La ocasión parece propicia para indagar en la perspectiva de un Papa que algunos sectores han calificado de “populista” y hasta de “marxista” pero que también recibe críticas desde la nueva izquierda.
¿Por qué Francisco es acusado de populista y marxista? En principio, por su diagnóstico. Es que él entiende que el actual sistema económico apoyado en el individualismo y en ese relativismo cultural tan propio de los tiempos posmodernos deriva en lo que él denomina una “cultura del descarte”. A esto debemos sumarle el hecho de que Francisco afirma que este modelo deviene necesariamente en un globalismo que acaba imponiendo una cultura hegemónica que elimina la diversidad cultural. Bajo esta lógica globalista, la fraternidad es solo aparente y los humanos, en vez de transformarse en prójimos, se convierten en, apenas, socios.
Pero, sobre todas las cosas, Francisco considera que hay una prioridad del bien común y que la comunidad es más que una suma de individuos. En este sentido, el sujeto de la historia es el “pueblo” y en especial el “pueblo trabajador”. Sin embargo, en Fratelli tutti lanza varias advertencias a quienes intenten acusarlo de “populista”. Por un lado porque afirma que los débiles son manipulados tanto por los liberales como por los populistas; y por otro lado porque se encarga de aclarar que defender la idea de “pueblo” no lo transforma en un “populista”.
Es que para Francisco —a diferencia de lo que podría afirmar la denominada “izquierda populista neomarxista y neolacaniana” de, por ejemplo, Ernesto Laclau, para la cual el pueblo no es algo dado sino una “construcción” que se genera tras la articulación de demandas insatisfechas— el pueblo es una entidad “mítica”. En el parágrafo 158 lo indica así: “Pueblo no es una categoría lógica (…) Es una categoría mítica (…) Cuando explicas lo que es un pueblo utilizas categorías lógicas porque tienes que explicarlo: cierto, hacen falta. Pero así no explicas el sentido de pertenencia a un pueblo (…) Ser parte de un pueblo es formar parte de una identidad común, hecha de lazos sociales y culturales. Y esto no es algo automático, sino todo lo contrario: es un proceso lento, difícil, hacia un proyecto común”.

Sin embargo, Francisco inmediatamente trata de separarse de las lecturas del “populismo de derecha” porque entiende que éstas acaban en un nacionalismo expulsivo que en vez de entender que “pueblo” es una categoría abierta, arrojada a la interacción con los otros, postulan una noción cerrada de pueblo como algo homogéneo y dado.
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