La historia argentina está repleta de pasajes heroicos que muchas veces, por razones de interés sectario de quienes tienen el poder para escribirla, no llegan a ser del conocimiento de los pueblos que hoy son libres gracias a la acción desinteresada y patriótica de sus protagonistas. En los vericuetos de esa historia conculcada está el General Martín Miguel de Güemes como uno de los más destacados próceres de nuestra primera liberación, un héroe de la patria que pese a serlo no ha tenido en dos siglos todo el reconocimiento que le es debido. Y la razón de ello es la antipatía histórica de las clases dominantes oligárquicas hacia su figura y fundamentalmente hacia lo que Güemes representó en su tiempo.
Pero la historia siempre es una narrativa, como veíamos, escrita por quienes pueden escribirla, razón por la que es necesario hurgar en ella hasta desentrañar lo que está oculto. Entre los próceres de nuestra joven nación, Güemes —el único general argentino caído en acción y el único con dicho rango que dio literalmente su vida por la independencia— debe estar necesariamente en un lugar destacado. Amado por las clases populares del norte de nuestro país y despreciado por la oligarquía, el General Güemes fue un hombre de alcurnia que no obstante prefirió acompañarse de sus gauchos, de la gente de a pie, para llevar a cabo una de las mayores hazañas militares y por lo tanto políticas de toda América.
Esa hazaña fue la Guerra Gaucha, denominación creada por el escritor Leopoldo Lugones para definir la guerra de guerrillas con la que Güemes le impuso duras derrotas al ejército realista y a los contrarrevolucionarios con el fin de aportar al esfuerzo general de liberación nacional. Ese aporte de Güemes fue esencial para que el General José de San Martín pudiera alcanzar el objetivo de darle al continente la libertad. El Plan Continental de San Martín jamás hubiera podido ejecutarse sin la Guerra Gaucha en el frente septentrional, que era por donde bajaban los realistas venidos desde Lima y Potosí a sofocar a sangre y fuego los anhelos de independencia del que entonces era el incipiente pueblo-nación argentino.

Mucho antes de eso, allá por el año 1806 y mientras estas tierras aún estaban incorporadas al imperio español, un jovencísimo Güemes (que tenía en ese momento tan solo 21 años) protagonizó en el marco de la Reconquista frente a la primera invasión inglesa el episodio de la captura de la nave británica Justine. Viendo que el barco había encallado por una bajante del Río de la Plata, Güemes dirigió una carga de caballería para abordarlo y lo tomó, sí, a caballo. La captura de un barco por una partida de caballería, como se sabe y por evidentes razones, no es algo que ocurra todos los días. Para Güemes lo extraordinario era cosa de rutina.
El General Güemes también tuvo participación destacada al año siguiente, en 1807, en la Defensa ante la segunda invasión inglesa. Y si bien no tuvo en esa ocasión la suerte de ver encallada alguna nave de guerra enemiga en la bajante del río, contribuyó otra vez para frustrar los planes coloniales de la corona británica en nuestra tierra. Güemes había sido trasladado junto a su regimiento desde Salta a Buenos Aires por el virrey Rafael de Sobremonte, quien preveía una agresión inglesa contra la costa del Río de la Plata y no se equivocaba. Sobremonte no lo sabía, pero al ubicar a Güemes en la escena hizo un movimiento estratégico decisivo para garantizar el triunfo contra la piratería de los ingleses.
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