Un plan económico y, sobre todo, político

La nefasta idea de que economía y política corren por carriles distintos fue exitosamente instalada por la dictadura en los años 1970 y sigue haciendo estragos en la conciencia. Hoy, muchos esperan de Sergio Massa un plan económico que saque a la Argentina del pozo, pero no hay nada de eso. Lo que Massa necesita para triunfar y convertirse en el salvador de la patria es el apoyo político de quienes manejan los hilos del mundo. Si las élites globales “rescatan” a la Argentina con un nuevo préstamo de miles de millones de dólares el plan de Massa va a tener éxito y allí está el nuevo orden mundial instalándose en la Argentina por los próximos muchos años bajo la conducción del propio Massa.
202208 2 00

Con la finalidad de imponer a sangre y fuego el naciente neoliberalismo en la economía, pero también en la cultura, la dictadura de Jorge Rafael Videla apeló en los años 1970 al artilugio de cambiar la titulación universitaria de los economistas de nuestro país de “Economía política” a “Economía” a secas. Ese cambio, que podría parecer a primera vista una cosa menor, una anécdota o un dato de color, está en la base del triunfo de la ideología neoliberal no solo en nuestra región con los golpes de Estado en Chile (1973) y Argentina (1976), sino además en el propio corazón del imperialismo con el advenimiento de las Margaret Thatcher en el Reino Unido y los Ronald Reagan en los Estados Unidos de América.

El cambio en la titulación apuntaba básicamente a instalar la prosaica idea de que la Economía es una ciencia exacta, una cosa técnica que no tendría implicaciones humanas, esto es, políticas. Así, los economistas serían como científicos frente a un tubo de ensayo o más bien como matemáticos frente a una fórmula de cálculo, unos sujetos cuyo trabajo sería netamente técnico y aprehensible en su totalidad por la precisión de la lógica. Claro, la dictadura venía con el mandato del Plan Cóndor a implementar un neoliberalismo profundamente nocivo para las mayorías populares y para el país de un modo general, por lo que necesitaba en ese momento una coartada para justificar el mal que estaba a punto de hacer. Esa justificación fue decir que el plan era económico y para nada político, que el neoliberalismo era una cosa técnica que surgía de la ciencia pura y no podía discutirse por la política.

El daño causado por la instalación de esa idea demoníaca fue enorme, tan grande que dura hasta los días de hoy. Aún hoy hay mucha gente convencida de que la economía va por un carril y la política por otro, piensa que la política es la rosca de los dirigentes por cargos y prebendas mientras unos muy científicos economistas van aplicando sus fórmulas para el mayor beneficio del conjunto. Eso evidentemente es una patraña y lo es, sencillamente, porque ninguna medida económica tiene efecto práctico si los sujetos afectados por ella no la acatan. Los economistas pueden presentar fantásticos planes económicos, pueden presentar uno de esos por día si quieren e igualmente van a fracasar una y otra vez si en la sociedad sobre la que ellos trabajan no existe un consenso alrededor de esos planes. Y ese consenso, como se sabe, es un consenso político.

Por cuenta y orden del Plan Cóndor estadounidense, la Junta Militar argentina impuso el entonces naciente neoliberalismo en la Argentina para la total aniquilación del aparato productivo nacional y también para poner de rodillas a los trabajadores, que en ese momento se encontraban muy bien organizados y dispuestos a resistir. La separación simbólica de la política y la economía fue el ardid que esa dictadura utilizó para derrotar al pueblo argentino mediante la instalación de la idea de que la economía es la técnica pura y la política, en cambio, es opinión. Pero la verdad es que todo es opinión.

Toda economía es política y además toda política es económica, porque todo lo que se discute en la política es una simple cuestión de pesos y centavos: la política es la herramienta para transformar la realidad y esa transformación ocurre cuando la política logra hacer más consenso que coerción, como explicaba Maquiavelo. Y la transformación de la realidad es, a su vez, una transformación económica. No existe el curar de palabra ni se resuelven los problemas sociales sin que en esa resolución medie una redistribución de los recursos existentes. Todo se resuelve con pesos y centavos, que es una forma de decir que la transformación de la realidad solo se hace materialmente, o es demagogia y humo. Toda economía es política porque la técnica económica depende del consenso para su aplicación y toda política es económica porque en su aplicación transforma la realidad material.

Pero el daño cultural está hecho y no son pocos los que todavía creen en los Domingo Cavallo, en los “técnicos puros” cuya fórmula mágica va a resolver los problemas de la economía si se aplica correctamente de acuerdo con el manual de instrucciones. En una palabra, el sentido común tiende a creer que los planes económicos son eso, son unas ideas técnicas que para tener éxito solo dependen de la capacidad técnica de quienes las van a realizar, los economistas. La dictadura de los años 1970 sigue triunfando culturalmente en tanto y en cuanto esas ideas siguen existiendo en la conciencia colectiva. Y entonces los pueblos son una masa más bien bruta y fácil de ser engañada.

La idea de la dictadura de Videla fue muy utilizada por Carlos Menem en evitar que las masas entendieran el golpe de Cavallo y se va a utilizar intensamente otra vez ahora para que las mayorías no entiendan el golpe de Sergio Massa, el nuevo superministro de Economía que seguramente presentará en los próximos días un plan económico milagroso, pero muy técnico, desde luego, con el que va a sacar del pozo al país enderezando una economía nacional absolutamente chocada. Así, Alberto Fernández hará la parte “política”, esto es, hará de jarrón chino o de cualquier otro elemento decorativo mientras Sergio Massa hará la parte “económica”, o la aplicación del plan económico “técnico” que salvará la patria.

Domingo Cavallo se montó sobre la idea previamente instalada por la dictadura para, ya en los años 1990, llevar a cabo la continuación del proyecto neoliberal sin que nadie discutiera demasiado. Se instaló por los medios que Cavallo era un “economista brillante” que sabía mucho de lo suyo y no hacía política. Y entonces a las mayorías les pareció que lo mejor era dejarlo trabajar tranquilo. Y así le fue a la Argentina en su loca separación de política y economía.

Eso es pensamiento mágico, ni más ni menos. Y la verdad es que, para adelantar un poco las conclusiones de este modesto texto, Sergio Massa hará todas las partes y el gobierno de Alberto Fernández ya terminó. A partir de ahora, Massa será el nuevo presidente de facto de la Argentina, poder ejecutivo que ejercerá desde el Superministerio de Economía. El presidente sin votos va a aplicar un plan económico, por supuesto, pero que tendrá que ser profundamente político si no quiere fracasar. En una palabra, Massa vino a lograr el consenso que Alberto Fernández no pudo lograr y que Cristina Fernández —la otra socia de la coalición— claramente tampoco podría.

Es fundamental comprender que cualquier plan económico mediocre es lo suficientemente bueno si tiene consenso en su aplicación y que, de modo opuesto, cualquier plan económico genial es malo y fracasa si no tiene ese consenso. Para que un plan económico funcione solo tiene que tener cierto orden en su aplicación, algo de lógica y el apoyo político de la mayoría de los actores involucrados. Cuando un plan económico tiene eso, un plan económico funciona. Pero para que exista el apoyo político de los actores involucrados, la autoridad que aplica el plan debe tener los medios materiales para su realización o, mínimamente, hacer creer a los demás que está en condiciones de obtenerlos. Y ese es exactamente el trabajo que tendrá que hacer Sergio Massa a partir de ahora.

Concretamente, Massa tiene que presentar la solución para los siguientes problemas primarios: la escasez de dólares en las reservas del Banco Central y la abundancia de pesos argentinos en la calle, problemas que combinados resultan en la devaluación de la moneda nacional y en las respectivas inflación y recesión. Entonces Massa debe llenar las reservas del Banco Central y debe además “chupar” los pesos que andan dando vuelta en la calle (y son una montaña de pesos) para que su plan económico funcione. Y el atento lector se preguntará cómo demonios se hace semejante cosa.

Sergio Massa, Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner, al principio del triunfo del Frente de Todos. Hasta allí las cosas seguían indefinidas y luego la contingencia sanitaria pospuso durante más de un año la resolución sobre quién iba a quedarse con el capital político construido en las elecciones de 2019. Esa definición al fin llegó, Massa triunfó, Fernández pasó oficialmente al lugar del elemento decorativo —que para eso fue contratado— y Fernández de Kirchner pactó las condiciones de su rendición. Un cambio de era no puede frenarse cuando el péndulo gira y ella lo sabe. Y el péndulo giró hacia el sentido común liberal, otra vez.

En primer lugar, está claro que las reservas en dólares de un país como el nuestro se consiguen básicamente de dos maneras: mediante las exportaciones de las riquezas del país o mediante el endeudamiento, el financiamiento externo. El esquema mental dominante impondrá el concepto de que la solución más fácil es la primera, es decir, que Massa debería de alguna forma persuadir a los exportadores a hacer lo suyo, que es precisamente exportar. ¿Quitar retenciones, devaluar la moneda de entrada para estimular las exportaciones del grano que ahora mismo está bien guardado en los silos? Eso es lo que los exportadores quieren, pero se trata de una mediocridad que bien pudo haber hecho un Martín Guzmán e incluso una Silvina Batakis sin hacer consenso con nadie, solo alterando variables de las finanzas desde un despacho.

Sergio Massa no puede haber venido a hacer eso, sería muy poco. Massa tiene lo que ni Guzmán ni Batakis tienen y jamás tendrán, a saberlo, el apoyo del poder fáctico global y por eso puede hacer algo muchísimo mejor que alterar variables financieras para que los agroexportadores liquiden sus granos y ya. Fíjese el atento lector en lo siguiente: el poder fáctico global está muy interesado en que Massa triunfe, cosa que puede verificarse a simple vista con la observación de información pública, como la afiliación de Massa a la embajada de los Estados Unidos —que ya quedó demostrada hace mucho con la publicación de los cables diplomáticos en WikiLeaks— y la propia reacción de los “mercados” ante el anuncio de Massa como superministro de Economía. Bajaron el riesgo país y las cotizaciones del dólar en las pizarras, subieron las de los bonos de la deuda argentina, hubo bienvenida de los especuladores de las finanzas a Sergio Massa y también hubo éxtasis en la redacción de InfoBAE, el medio que en realidad funciona como boletín oficial de las embajadas de los Estados Unidos e Israel en la Argentina.

¿Y entonces? Pues entonces que Massa llega con el respaldo del poder del dinero y hasta podría decirse que ese poder ha urdido una paciente trama para que Massa llegara allí, lo que es asunto para otro artículo, en el que deberán analizarse las razones por las que al poder fáctico global le interesa el triunfo de Massa a punto de invertir muchísimo en dicho triunfo. Para lo que nos interesa decir aquí basta con saber que Sergio Massa es un agente del poder del dinero y puede muy bien ser “rescatado” (como ocurrió con Mauricio Macri, por ejemplo) por ese poder con un jugoso préstamo de varios miles de millones de dólares, con los que puede llenar de golpe las reservas del Banco Central de la República Argentina. Y a partir de ahí empezar su jugada, que es la verdadera jugada magistral.

Muy dependiente de las exportaciones de productos primarios, la Argentina está muy atenta a qué harán los agroexportadores con la soja que tienen actualmente acopiada. Pero quizá esa no sea la principal preocupación de Sergio Massa, puesto que existe otra forma de llenar de reservas al Banco Central: el endeudamiento. Si el poder favorece a Massa con un jugoso crédito, toda la economía se estabiliza de golpe y las exportaciones se normalizan, con lo que las reservas aumentarán aún más. El plan es sencillo, pero efectivo. Y solo requiere de poder político para llevarse a cabo.

Véase que el primer efecto necesario de tener un Banco Central repleto de dólares en sus reservas es precisamente la inmediata revalorización de nuestra moneda nacional, el peso argentino. Como se sabe, la reciente explosión del dólar paralelo se produjo cuando la sociedad se percató de que el Banco Central se había quedado sin reservas para respaldar al peso argentino y corrió, en consecuencia, a retirar depósitos en plazo fijo para cambiar esa moneda nacional por dólares en el mercado negro. En sentido opuesto, un Banco Central con muchas reservas y con una tasa de interés alta en el mercado puede hacer que los inversores huyan de un dólar ahora estancado de nuevo hacia inversiones en pesos. De obtener el préstamo salvador, Massa logrará eso de entrada y la cotización del dólar, que es el termómetro del humor del argentino, naturalmente va a ir a la baja.

¿Cuánto bajaría? Pues mucho, puesto que por encima de los 300 pesos por dólar esa cotización está inflada por especulación. Probablemente no tanto hasta los niveles actuales del dólar oficial, pero seguro hasta un término medio en el que Massa podrá echar a rodar la segunda parte del plan: la devaluación del peso hasta ese nivel intermedio. Supongamos que por abundancia de dólares en el Banco Central la cotización del dólar bajara hasta 230, quizá 240 pesos, no es ninguna fantasía si se quita del centro de la escena la especulación sobre una escasez. Así, el dólar oficial y los dólares financieros se encontrarían en un punto intermedio respecto a los actuales y ahí está el “sinceramiento” del tipo de cambio sin la necesidad de una megadevaluación. ¿El resultado? La normal y fluida liquidación de exportaciones sin tocar las retenciones (o apenas corrigiéndolas para aceitar la negociación) y el inmediato desincentivo a las importaciones con las que el país sangra todos los días.

Inmediata tendencia hacia el equilibrio de la balanza comercial, como se ve, además de un Banco Central con cada vez más reservas a raíz de la normalización de las exportaciones. En un escenario así, que es de estabilidad, de buen pronóstico a futuro en el mediano plazo y de revalorización de nuestra moneda nacional, es presumible una inflación bajo control. Y lo es incluso porque un peso argentino revalorizado y también menos abundante (las tasas de interés altas lo “chupan” de la calle) reactiva la demanda de dinero, que hoy es inexistente. Los precios hoy son altos y escalan sin freno porque nadie quiere el peso y entonces nadie quiere vender nada a menos que sea por un precio que le permita al vendedor “cubrirse” de la devaluación, que es literalmente cualquier precio.

Muerto el rey, viva el rey. Minutos antes de oficializarse la asunción de Sergio Massa como presidente de facto en el lugar de superministro de Economía, Miguel Ángel Pesce “reventó” la tasa de interés del Banco Central en 800 puntos básicos, exactamente lo que Massa necesitaba para “chupar” pesos de la plaza. Pesce cooperó de entrada y fue mantenido, lógicamente, en su cargo. Pesce entendió rápidamente quién es el nuevo jefe y llegó a tiempo a rendirle su tributo.

De hecho, sin ir mucho más lejos, minutos antes de la confirmación de Sergio Massa como superministro de Economía, el Banco Central con Miguel Ángel Pesce a la cabeza “reventó” ya la tasa de interés en 800 puntos básicos hasta un 60% anual, dejando la mesa servida para que Massa empiece a gestionar sin tocar esa variable y pudiendo volver a subir las tasas dentro de un mes, pero ya desde los 60%. Massa armó el gabinete de su gobierno de facto e hizo cambios en todos los puestos que mueven la aguja en la economía, pero no tocó al presidente del Banco Central. Pesce sigue en su lugar porque evidentemente accedió a cooperar con Massa desde el vamos.

De lograr lo anterior, Sergio Massa resuelve los dos problemas centrales de la economía que angustian al argentino hoy. Y si a eso le suma algún recorte más bien simbólico del gasto público, como cerrar ministerios superfluos e ideológicos para dar la señal de que está dispuesto a alcanzar el equilibrio fiscal en serio —la que hoy es una preocupación dominante en una opinión pública creyente de la hipótesis de un gasto excesivo como origen de todos los males—, Massa tiene entre manos en muy poco tiempo un escenario de estabilidad que va a contrastar fuertemente con el de las condiciones en las que le tocó asumir con expectativas de salvador de la patria el superministerio, esto es, tendrá la materia prima que necesita para fabricarse la narrativa de que efectivamente es un salvador de la patria.

Puede aducirse que un “sinceramiento” del tipo de cambio es una devaluación y que eso impactaría negativamente en la opinión pública. Eso es cierto, pero solo relativamente. Maquiavelo también enseñaba que, si un dirigente político debe hacer el mal, le conviene hacerlo todo de una sola vez y rápidamente, pues las masas tienen memoria más bien corta y pronto olvidan las ofensas si en lo sucesivo las cosas mejoran. Massa es el recién llegado con algún crédito, puede darse el lujo de llevar la cotización del dólar oficial de los actuales 140 pesos a unos 240 pesos o alrededores, esa sería una devaluación dolorosa del orden del 60%. Dolorosa, pero tolerable si se percibe como la condición para destrabar la situación y luego estar mejor.

Mauricio Macri, Joe Biden y Sergio Massa, la imagen del amor cipayo a los colores yanquis. La diferencia entre Macri y Massa es que este último es un cipayo puro, es un dirigente formado por el Departamento de Estado para llevar a cabo aquí el proyecto neocolonial. Por lo demás, Massa no tiene la oposición del kirchnerismo —porque llega con la venia de Cristina Fernández— y podrá gobernar tranquilo en la implementación de ese proyecto político, cosa que Macri jamás pudo ni podrá hacer.

También es razonable pensar que apelar a más endeudamiento después de la catástrofe macrista con el Fondo Monetario Internacional no es recomendable, pero eso también es relativo y fácilmente ajustable con un correlato bien elaborado. Sergio Massa asume en una situación de extrema urgencia y entonces puede construir un discurso en el que un nuevo préstamo externo se presente frente a la sociedad como la única forma de salvar un país quebrado. Habrá controversia, por supuesto, pero las mayorías tienden a incorporar la narrativa a su sentido común si perciben que ahí, en un nuevo endeudamiento, puede estar la salvación. Massa no es Macri y puede declarar que ahora sí el dinero del préstamo va a utilizarse para hacer el bien y no para fugar dólares en la bicicleta financiera y una infinidad de artilugios discursivos con alta probabilidad de éxito si la comunicación es buena y los medios de comunicación cooperan. Y van a cooperar, puesto que pertenecen a las mismas élites globales de las que el propio Massa es empleado.

Un plan económico es eso, es una cuestión política y, por lo tanto, de tener la capacidad de hacerla contando con el favor de quienes pueden torcer el rumbo si tienen interés en torcerlo. Sergio Massa puede llevar a cabo una parte, la totalidad o algo parecido a lo que aquí se describe a muy grandes rasgos y puede hacerlo porque representa los intereses de los poderosos del mundo, a quienes les interesa sobremanera instalar de manera estable y permanente a su gerente con hegemonía política total en la Argentina. ¿Para qué? Para, entonces sí, una vez habiendo triunfado y haciéndose del poder político en las próximas elecciones, Massa pueda realizar las reformas estructurales de corte neocolonial que las élites globales quieren hacer en nuestro país. Pero todo eso, como decíamos anteriormente, es asunto para un nuevo artículo que será el contenido central de esta 54ª. edición de esta Revista Hegemonía, la que está a pocos días de ver la luz.


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