En siglos de tradición cristiana en Occidente y en las colonias, la navidad ha sido la celebración universal por antonomasia más allá de las pascuas y el día de acción de gracias, tan típico de los cristianos protestantes anglosajones, especialmente en los Estados Unidos, que tienen un significado si se quiere menor o geográficamente restringido en comparación con la costumbre cultural de reunirse en familia cada 24 de diciembre para celebrar la nochebuena y la llegada de la fecha que convencionalmente se considera como la del nacimiento de Jesucristo. Alrededor de todo el planeta, casi una tercera parte de la humanidad o unos 2.400 millones de cristianos detienen sus actividades habituales para las celebraciones de la fecha más importante del calendario. Guerras y revoluciones se han puesto en pausa durante casi dos milenios desde la Antigüedad tardía hasta el presente para que en familia el hombre pudiera cumplir con una tradición que siempre ha sido mucho más cultural que religiosa, aunque para algunos sin menoscabo de este último elemento.
Guerras y revoluciones, como veíamos, se han visto interrumpidas momentáneamente por navidad, al igual que otros eventos de gran magnitud a lo largo de la historia. La navidad es lo más sagrado en un sentido ampliamente cultural incluso para los pueblos en países donde el cristianismo ha languidecido hasta virtualmente dejar de existir en la práctica y es también por eso que más allá de la incidencia de la religión el hábito de conmemorar la navidad se ha generalizado hasta convertirse en un sinónimo de civilidad, con un sentido más bien ecuménico. Es una tradición fuerte de la humanidad en Occidente y en sus colonias de América, África, Oceanía e incluso en algunas partes de Asia, en virtud de la acción colonizadora occidental desde el siglo XV en adelante. Una tradición fuerte a la que nadie se había animado a cuestionar, por lo menos hasta el presente.
Pero una auténtica señal de los tiempos habría de darse en los últimos días de este 2021 —el que pasará a la historia como el año en el que se quiso suspender la navidad por decreto— cuando a pocas horas de nochebuena el titular de la Organización Mundial de la Salud (OMS) Tedros Adhanom Ghebreyesus lanzó al mundo una dura advertencia: celebrar la navidad en familia podría ser peligroso en el marco de la pandemia del coronavirus. En línea con dicha advertencia, la OMS “recomendaba” suspender las celebraciones de la festividad más importante para el tercio cristiano de la humanidad, lo que fue recibido con una mezcla de estupor y chacota en países como el nuestro. “Es mejor cancelar ahora y celebrar más tarde, que celebrar ahora y estar de luto más tarde”, decía Tedros Adhanom, desde la comodidad de una rueda de prensa en Suiza, refiriéndose a las celebraciones de navidad.

Se quiso entonces suspender por decreto o por “recomendación sanitaria”, que equivale en los días de hoy a un decreto, la navidad desde uno de los centros del poder global en el mundo y esa maniobra se instrumentó con el señalamiento de los peligros de contagio del coronavirus en la mesa familiar. La observación superficial que carga sobre las individualidades la explicación de los procesos políticos concluirá que a un Tedros Adhanom etíope, ateo y marxista la navidad le tiene sin cuidado al no ser parte de su tradición cultural o ideológica, pero esa sería una explicación escasa, digna de la tradición historiográfica liberal. No sería por el gusto estético o ideológico de un solo hombre que un organismo multilateral como la OMS se pondría en frente a prácticamente un tercio de la población mundial materializada en una cristiandad multitudinaria, eso no tendría sentido.
¿Qué cosa habrá motivado entonces al exguerrillero del Frente de Liberación Popular de Tigray a intentar suspender la festividad cristiana universal? Pues está claro a esta altura de los hechos que la OMS realmente no persigue un fin sanitario, sino más bien geopolítico, o que no existe para ocuparse de la salud mundial. Más allá de la figura de un Tedros Adhanom investigado por Human Rights Watch por una gestión autoritaria como ministro de Salud en Etiopía, la OMS que él dirige con mano de hierro apoyado principalmente por China y por famosos “filántropos” como Bill Gates, entre otros oscuros magnates, es el equivalente al Fondo Monetario Internacional (FMI) en todo lo que se refiere al control y a la gestión global de lo sanitario. Podría decirse entonces que la OMS es el FMI de los fármacos o que, alterando el orden de los factores, el FMI es la OMS de las finanzas. Sea como fuere, lo que hay en realidad son organismos multilaterales de saqueo a la soberanía política y a la independencia económica de las naciones, allí donde la “multilateralidad” no es más que un pretexto para la imposición de una estrategia colonial que no es nueva, aunque se presenta como novedosa: el sometimiento de países al poder global ya no por la fuerza de las armas, sino por la destrucción de sus estructuras sociales.
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