Cambió la suerte

La muy sorpresiva liberación de Julian Assange después de 12 años entre persecución, confinamiento y reclusión en un régimen penal más bien propiamente aplicado a los grandes terroristas es una fuerte señal de que un cambio mayor en el orden geopolítico está a punto de revelarse frente a la opinión pública, plasmando simbólicamente lo que ya es concreto en la realidad. Los medios de comunicación tradicionales no lo dicen porque no pueden publicitar una derrota del establishment globalista de los Estados Unidos, pero la evidencia indica que algo cambió y hoy Washington no puede imponer toda su voluntad sobre la comunidad internacional.
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En un hecho que tomó por sorpresa incluso a los mal llamados periodistas en los medios de comunicación corporativos de los países centrales, Julian Assange fue liberado por la justicia británica el pasado lunes 24 de junio en el marco de un acuerdo judicial del que todavía se desconocen todos los detalles. Después de 12 años entre el confinamiento en la embajada de Ecuador en Londres y la reclusión en celda solitaria en la cárcel de máxima seguridad de Belmarsh, Assange se subió a un avión, hizo una escala en las islas Marianas del Norte para cumplir parte del acuerdo y se dirigió a su Australia natal, donde desembarcó ya como un hombre libre.

Esa parte del acuerdo que Assange cumplió en las Islas Marianas del Norte fue un declararse culpable del delito de espionaje en perjuicio del gobierno de los Estados Unidos. Eso, al parecer, fue todo: con tan solo aceptar la culpabilidad Assange quedó libre en una causa que desde el pronóstico no podía terminar con otro resultado que la pena de muerte para el acusado. Nadie entendió nada y es probable que pase mucho tiempo hasta que alguien logre entender y/o explicar por qué los Estados Unidos cambiaron la posibilidad segura de freír a Assange en una silla eléctrica por una simple admisión de culpa que tiene virtualmente ningún valor. Eso fue lo que pasó y, de nuevo, nadie entiende por qué pasó.

De darse en esta ocasión lo que generalmente se da en casos como este, los detalles del acuerdo permanecerán en secreto por muchos años y no será posible, por lo tanto, comprender la maniobra por el lado de la observación de la rosca judicial. Es poco probable también que Assange hable, precisamente para no estropear sea lo que fuere lo que haya firmado para salir en libertad tras un largo calvario de 12 años. El cincuentón Assange ha pasado más de una quinta parte de su vida confinado o detenido, razón por la que sería comprensible que firme una capitulación aceptando una culpabilidad que no tiene. En su lugar, cualquiera de nosotros hubiera hecho lo mismo y máxime con dos hijos pequeños esperando fuera de la cárcel.

El asunto es que si los detalles del acuerdo no se conocen y Julian Assange tampoco habla, entonces la única forma de acercarse al conocimiento sobre lo que pasó para que se produjera su liberación súbita —o al menos súbita para la opinión pública, que no conoce las etapas de la negociación— será mediante la aplicación del método hipotético-deductivo. No hay manera de saber qué pasó, en un palabra, sin construir un razonamiento con todos los argumentos conocidos que pueden haber tenido incidencia en la liberación de Assange. No se trata de adivinar, sino de deducir lógicamente.

Los argumentos son los de la geopolítica, juego que Assange entró a jugar en 2010 al publicar en WikiLeaks los secretos más sucios del poder global de los Estados Unidos, tanto en lo militar como en lo diplomático. Al hacer eso, Assange se hizo de enemigos muy poderosos, gente que no suele tolerar que le “mojen la oreja” y mucho menos que la dejen expuesta frente a la opinión pública dando explicaciones. Eso fue lo que hizo Assange: comprometió la fachada hipócrita de unos criminales de lesa humanidad que al momento de ser desenmascarados se creían absolutamente impunes.


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