Tras el alegato y el pedido de condena a Cristina Fernández por parte del fiscal federal Diego Luciani se dio otra vez en la política argentina una recomposición de los extremos bien marcados en la grieta binaria entre el kirchnerismo y su anti, el mal llamado macrismo. El escenario que se había vuelto demasiado complejo tras la consolidación del fracaso del gobierno de Alberto Fernández, un escenario en el que la polarización había perdido en intensidad, de pronto se simplifica otra vez con dos posiciones claramente opuestas entre las que no hay lugar para la tibieza. Luciani, el gorila, amenazó con tocar a la jefa y ahí está el límite sagrado tanto para los que la aman como para los que la odian. El gorilaje parece querer cruzar ese límite y suenan los tambores de guerra.
Y entonces la grieta tiene otra vez el aspecto clásico que supo tener más o menos desde el año 2008 hasta la disolución práctica del gobierno del Frente de Todos al caer en desgracia Martín Guzmán a mediados de este año. De una parte, en defensa de su conductora histórica, las múltiples versiones del peronismo autopercibido, el progresismo ideológicamente disminuido y, de un modo general, la izquierda en un sentido muy amplio; de otro, los que se identifican con la vieja fe gorila desde 1946 hasta el presente en todas sus posibles presentaciones: liberales, “libertarios”, progresistas “de derecha”, conservadores confundidos y contreras a secas, lo que hoy por hoy se suele llamar el macrismo silvestre o toda la jungla variopinta de los que se asocian más alrededor del no que del sí. Así se había organizado el esquema de la grieta en la política argentina luego del lock-out patronal del 2008 y a ese mismo esquema se ha vuelto tras la embestida judicial de Luciani.
La grieta no es un fenómeno de la naturaleza, por cierto, sino algo que alguien construye. Como era de preverse, la avanzada judicial de Diego Luciani desencadenó una serie de eventos políticos cuya consecuencia fue la reconstrucción de la grieta después de un momento de disolución simbólica de los bandos enfrentados. Dicho de otra forma, al concluir su alegato con un pedido de condena y confiscación de patrimonio contra Cristina Fernández, lo que Luciani hizo fue restablecer una situación que se había diluido a partir del fracaso del gobierno del Frente de Todos. El fiscal Luciani unió otra vez a los kirchneristas que estaban dispersos y, al mismo tiempo, unió a los antikirchneristas reactivos en el espanto del despertar de los que están en el otro bando.

Entonces la pregunta es por qué. Si se da por sentado el hecho de que Diego Luciani pertenece al famoso partido judicial, esto es, participa militando en aquella fuerza reactiva cuyo lado de la grieta es el opuesto al que ocupa el kirchnerismo hoy, ¿por qué habría el fiscal Luciani de propiciar la unidad de quienes estaban dispersos? La inexistente gestión del gobierno de Alberto Fernández en casi tres años había dejado al campo kirchnerista en un estado caótico de disolución y auguraba una victoria electoral sin sobresaltos del llamado macrismo en las elecciones del 2023, un triunfo prácticamente sin hacer campaña frente a un rival cuyas filas estaban rotas y cuyos soldados estaban desmoralizados. Lo que hizo Luciani fue recomponer esas filas, fue darles a los soldados de Cristina Fernández la motivación que estos necesitaban para luchar.
Vista la acción política del hombre más por sus resultados prácticos que por la declamación de sus intenciones, como enseña Maquiavelo, eso fue lo que en efecto hizo el fiscal Luciani y la pregunta sigue siendo por qué. ¿Por qué resucitar a la fuerza enemiga que se encaminaba a paso acelerado y sola hacia una catástrofe electoral y una disolución? ¿Por qué el partido judicial, como se dice en la jerga, le dio de comer al enemigo justo cuando este estaba a punto de morir por inanición?
Varias son las hipótesis que podrían explicar al menos en parte esto que parecería ser un sinsentido. La primera de esas hipótesis es la de que en el partido judicial son todos unos estúpidos absolutamente enajenados de los tiempos de la política, del poder y de la realidad en general. Así, en su estupidez y enajenamiento, a los que mueven los hilos de las causas en los tribunales no se les habría ocurrido mejor idea que avanzar judicialmente sobre la principal dirigente de una fuerza política justo en el momento de mayor debilidad de dicha fuerza. Esta es la hipótesis favorita de la “hinchada”, aunque también es la más descabellada de todas puesto que en el poder judicial de cualquier país lo que precisamente no hay son estúpidos. No hay ninguna posibilidad de que el partido judicial haya cometido un error o de que Diego Luciani haya actuado impulsivamente de manera inconsulta.

En realidad, todo está fríamente calculado. El partido judicial argentino está muy bien asesorado por las mentes más brillantes de aquí y de la metrópoli, no hace nada de improvisación ni mucho menos. Puede ser divertida la imagen de unos gorilas equivocándose en sus estrategias como el coyote, al que la bomba marca ACME siempre le estalla en la cara cada vez que intenta atrapar al correcaminos, pero no hay nada de eso en la realidad fáctica. Suponer que los dirigentes del partido judicial son estúpidos es en el análisis el clásico error por subestimación que termina siendo funcional precisamente al sujeto subestimado. Entonces esta graciosa hipótesis es un bolazo.
Una segunda hipótesis un poco más fuerte sería la de la conveniencia de la grieta para quienes están tanto de un lado como del otro. Si bien es cierto que la recomposición del extremo duro kirchnerista le da un aire fresco a un gobierno que ya fracasó y ya no tiene en qué aferrarse más que en la polarización para tapar los baches, también es cierto que le da al llamado macrismo la unidad que este rejunte necesita para subsistir en la política. Y eso por una sencilla razón: el macrismo no es tal, no existe ninguna fuerza política que sea conducida realmente por Mauricio Macri o por cualquiera de los segundones cambiemitas que lo acompañan y tratan de ocupar su lugar. Los que hoy por hoy apoyan y votan a Juntos por el Cambio no lo hacen por Mauricio Macri, por Patricia Bullrich, por Horacio Rodríguez Larreta, por María Eugenia Vidal ni por ninguno de los exponentes políticos bobos y coyunturales del gorilismo, sino que lo hacen para llevarle la contra al kirchnerismo.

Es muy importante comprender que el mal llamado macrismo no existe sin la grieta, que el propio Macri y sus secuaces tendrían dificultades para acceder a una banca de concejal en cualquier distrito si no fuera porque representan un rechazo a un determinado proyecto y no un proyecto propio, el que no tienen ni podrían tener. Así, el caos y la disolución en el kirchnerismo resultan naturalmente en caos y disolución en el propio macrismo, este no existe sin aquel. De ahí el ascenso de Javier Milei y la rebelión de los radicales, las múltiples internas en Juntos por el Cambio o todo el lío que existe actualmente en las filas del gorilaje genérico. Si el enemigo no está de pie, tampoco puede estarlo el que existe sin más finalidad que la de combatirlo.
Es cierto, Mauricio no vive sin Cristina, aunque esta segunda hipótesis sigue siendo escasa para justificar tanto despliegue judicial y mediático. El partido judicial no pondría en juego su prestigio ni se expondría al escarnio público con el solo fin de ordenar las filas de una fuerza política precaria y pobremente conducida como es Juntos por el Cambio, eso no es factible. Lo único que puede sacar al partido judicial de la comodidad del anonimato que es tan típica de los burócratas es una orden expresa de quien realmente manda, del poder fáctico que en la Argentina no está porque no tiene su sede en ninguna colonia. El partido judicial y el lawfare existen de hecho, pero no están al servicio de intrigas de cabotaje en la pequeña rosca de los cipayos, no están para ser funcionales al pobre puterío de dirigentes subalternos como Macri y Rodríguez Larreta. El partido judicial y el lawfare son instrumentos propios y exclusivos del imperialismo globalista.
Queda a la vista que toda la movida del fiscal Luciani y las consecuencias forzadas por los medios de comunicación son una vulgar maniobra digitada desde Washington para encubrir la monumental reforma de la Argentina que Sergio Massa acaba de empezar. El General Perón solía decir que la verdadera política es la política internacional y está claro que en su definición no hay abstracciones ni se trata de una frase de efecto, toda la política de cabotaje no es más que un simple reflejo de lo que pasa en la geopolítica grande y mucho más aún en países semicoloniales como el nuestro.

No, el partido judicial no trabaja para el mal llamado macrismo, sino que ambos son brazos de un poder imperial que ahora mismo tiene serios problemas para sostener su hegemonía a nivel global. La rebelión de los subalternos en Oriente es una realidad, China avanza hacia el lugar de primera potencia mundial en lo económico y Rusia desafía en Europa el ordenamiento resultante de la II Guerra Mundial y el Plan Marshall, los Estados Unidos están perdiendo terreno por todas partes. Y entonces la solución es recolonizar fuertemente el “patio trasero” americano con la aplicación de la Doctrina Monroe. A los Estados Unidos no les queda más opción que ajustar las clavijas en estas latitudes.
La Argentina es el octavo país más extenso y quizá esté entre los cinco o seis más ricos del mundo en lo que a recursos naturales se refiere. Entre esos recursos están la energía, el litio y los alimentos, cosas que China necesita en abundancia para garantizar su desarrollo de potencia global y, más aún, para defender su seguridad nacional: cualquier interferencia en el suministro de alimentos desde Sudamérica podría ocasionar terribles hambrunas entre los 1.400 millones de habitantes que tiene China, lo que a su vez resultaría en inestabilidad política. Los Estados Unidos lo saben, saben que no van a poder frenar el avance chino a los tiros, pero también saben que sí podrían limitarlo y controlarlo mediante el control, valga la redundancia, de los recursos naturales que China necesita para desarrollarse e incluso para subsistir en sus propios términos.
Sergio Massa es el exponente y el representante local de esa estrategia, lo que ya se sabe a ciencia cierta desde la publicación de los cables diplomáticos por WikiLeaks hace algunos años. Entonces Massa debe poder llevar a cabo su plan sin mayores perturbaciones y dicho plan empieza con un ajuste feroz que encauce la economía en un esquema de dependencia irreversible, un inicio necesario que establezca de entrada las condiciones en las que el juego va a desarrollarse de ahí en más. El que pega primero pega dos veces y el imperio lo sabe, debe permitir que Massa tenga la libertad para pegar primero y para eso no puede haber nadie oponiéndose al golpe que Massa da. Los medios tienen a todo el país en una esquina, en la de Juncal y Uruguay en Recoleta, mientras el poder real despliega su artillería por fuera de la comprensión general. Y esa es una brillante movida.

En resumen, lo que el partido judicial logra con el lawfare contra la principal dirigente de uno de los campos de la grieta es que ambos lados de la propia grieta están totalmente ocupados con la cortina de humo que el partido judicial hace. Tendrían que estar todos ahora mismo —kirchneristas, macristas, todos— contra Sergio Massa o mínimamente observando con lupa sus movidas, pero eso no pasa. Ahora están los unos contra los otros mientras Massa opera su plan por fuera de la vista de la opinión pública y cuando volvamos a prestarle atención a lo que Massa hace la vaca ya estará muy bien atada, con lo que el juego va a seguir desde ese punto y en esas condiciones. Todo es una cuestión de imponer las condiciones iniciales y determinar así desde qué lugar va a darse la discusión en cada momento, haciendo del propio proceso una cosa controlada desde el vamos.
El lawfare existe, es un instrumento del imperialismo y su principal objetivo no es necesariamente encarcelar ni sacar de circulación a los sujetos a quienes persigue, sino hacer la diversión —en un sentido militar de distraer— de la opinión pública para que otros hechos pasen inadvertidos y, por lo tanto, se impongan sin oposición. De hecho, entre apelaciones y dilaciones propias del proceso, el partido judicial argentino no podrá encarcelar y ni siquiera proscribir a Cristina Fernández en su tiempo de vida. Para cuando las causas superen las primeras instancias, las cámaras de casación y la Corte Suprema, Fernández será ya muy anciana como para tener protagonismo real en nuestra política. El objetivo es obligarla a defenderse y en ello llevarse las atenciones tanto de griegos como de troyanos. El buen sentido común popular sabe muy bien y hace tiempo que el tero nunca pone el huevo allí donde canta. Y entonces la cuestión se reduce a prestarle más atención al huevo que al canto del tero.