Cosas raras pasan en Europa

La humillación de un Zelenski arrojado al lugar de paria por la Casa Blanca marca el fin de una era y dispara una serie de consecuencias al otro lado del Atlántico. Con Trump señalando que los Estados Unidos ya no financiarán la OTAN ni la confrontación con Rusia, los europeos sorpresivamente hacen un discurso belicista cuya finalidad solo puede ser rascar algo del botín en Ucrania, buscar una capitulación más o menos honrosa o ambas cosas a la vez. Europa ya no tiene el respaldo de los yanquis y ahora se enfrenta a la dura realidad de ser la región más pobre del mundo, sin colonias y además sin padrinos. La multipolaridad es un hecho al que los europeos deben ajustarse y el amague de “resistencia” liderado por Emmanuel Macron no puede ser otra cosa que una maniobra simbólica para maquillar su inminente e inevitable sumisión a Moscú. Detrás de las cortinas de humo la verdad es que Europa se dirige al destino de subalterno en el que perderá su papel privilegiado y dependerá de la buena voluntad de Rusia para sostener su nivel de vida.
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Cosas extrañas empezaron a ocurrir en Europa después de la tragicómica reunión en la Casa Blanca donde Donald Trump humilló y arrojó al lugar del paria a Volodímir Zelenski. Esa reunión, que todavía aparece como una anécdota frente a los ojos de la opinión pública global por lo pintoresco del comportamiento de sus protagonistas, marca en realidad un quiebre o un punto de inflexión en la historia del siglo XXI. La opinión pública todavía se ríe de la discusión entre Trump y Zelenski y, al reírse, no termina de comprender la importancia de lo sucedido para la política internacional.

Las cosas extrañas que pasan hoy en Europa son todas consecuencias del maltrato y del desaire de Trump a un Zelenski que vino a buscar dólares y se fue con las manos vacías y además desautorizado. Al ver eso, los europeos entendieron aquello que venía insinuándose por lo menos desde 2018, que Trump no tiene ganas de seguir sosteniendo la llamada “rusofobia” de los europeos, que no quiere ninguna guerra contra Rusia y tampoco está dispuesto a seguir enviándole más de 800 mil millones de dólares anuales a Europa con el fin de mantener activa la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).

Los europeos “cazaron al vuelo” aquello que el sentido común ya percibió hace rato. Al ver la “meada” de Trump a Zelenski tanto Macron como todos los demás líderes de Europa se dieron cuenta de lo que pasa y es que los Estados Unidos están cancelando el Plan Marshall de un modo metafórico, esto es, están poniendo fin a 80 años de intervención en el subcontinente europeo. En pocas palabras, Europa al fin entendió —ya era hora— que el establishment de los Estados Unidos puso a Trump en la presidencia para hacer precisamente lo que está haciendo.

No, Trump no es ningún loquillo fuera de control que desafía a las clases dominantes de los Estados Unidos, eso no existe en la política. Trump es la expresión de esas clases dominantes para terminar con una hegemonía global unipolar que los Estados Unidos ya no pueden sostener. Trump viene a hacer precisamente eso y una de las tareas que debe ejecutar es el soltar las cosas que a los Estados Unidos les salen caras y dan poco rédito en lo económico. Europa es, entre esas cosas deficitarias, para Washington la más deficitaria de todas.

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La idea de que Donald Trump es loco porque grita y se comporta de una forma heterodoxa, algo extravagante, es muy funcional a los intereses de las clases dominantes estadounidenses pues el proyecto de destruir la hegemonía unipolar puede ser exitoso o puede resultar en una catástrofe. Pero esa destrucción debe realizarse y para ello designan a Trump. Y si se da lo último, si la derogación del actual ordenamiento jurídico internacional resulta ser perjudicial para los Estados Unidos, el establishment tendrá en Trump el chivo expiatorio ideal: estaba loco, actuaba por su cuenta y no sabía qué hacía, dirán.

Y tampoco es un fenómeno sorpresivo ni mucho menos. Ya en 2018, en su primer mandato presidencial, Trump interpeló cara a cara al entonces secretario general de la OTAN Jens Stoltenberg en una cumbre de la alianza realizada en Bruselas. Allí Trump lo encaró al noruego y le preguntó sin vueltas qué ganaban los Estados Unidos con financiar el 70% y más del presupuesto de la OTAN para que Europa provoque a los rusos por una parte mientras sigue comprándole gas a la mismísima Rusia. Stoltenberg no supo qué decir, balbuceó alguna idiotez en idioma bárbaro y ahí quedó la cosa.

Pero la cosa habría de venir con cola porque Trump habló ese día con el sentido común y lo que se revela así en el discurso político normalmente dispara más cuestionamientos. El establishment yanqui reemplazó a Trump por Biden para hacer un último intento en el sentido de sostener el orden internacional que nació en 1945 con Hiroshima y Nagasaki, pero pronto se percató de que eso no iba a funcionar. Putin puso los dos pies dentro de Ucrania y allí quedó estacionado diciéndoles a las clases dominantes de los Estados Unidos que Trump tenía que volver o iba a haber guerra mundial.

La guerra mundial, como todo el mundo ya sabe a esta altura del partido, no es viable en un contexto de proliferación de armamento nuclear. Rusia tiene aproximadamente la mitad de las bombas atómicas existentes y no puede ser derrotada por ese motivo, no hay forma de plantearles una amenaza existencial a los rusos sin que estos destruyan el mundo en el proceso si sienten que los van a invadir. Putin planteó la guerra mundial como única consecuencia del sostenimiento forzado de la hegemonía unipolar de 1945 por parte de los yanquis, las élites de los Estados Unidos vieron que eso no podía ser y volvió Trump con la idea opuesta.

Rusia además tiene ese “as de espadas” que es el misil hipersónico. Al igual que Truman con la exclusividad de la tecnología nuclear en 1945, hoy Putin puede extorsionar a todos los demás e imponer su voluntad pues tiene en sus manos aquello que nadie más tiene y es la posibilidad de lanzar sus ojivas nucleares a una velocidad que neutraliza cualquier defensa. Para que se tenga una idea, Rusia puede poner una bomba atómica hoy en el centro de Londres o de París en alrededor de 8 minutos y sin posibilidad de que esos misiles sean interceptados por el enemigo.

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Momento cumbre de la historia del siglo XXI en el que Trump interpela al entonces secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, planteándole por primera vez la inutilidad de dicha alianza desde el punto de vista de los Estados Unidos. Ese encuentro —que fue más bien un encontronazo— se dio a mediados de 2018 y fue relativamente muy poco difundido por los medios aquí en las colonias. Nadie supo en ese momento ver que Washington anunciaba un giro copernicano en su política exterior pues con el cierre de la OTAN se termina la intervención en Europa y renacen los Estados Unidos como potencia regional americana en un contexto de multipolaridad.

Entonces Trump volvió a cazar el ratón, vino otra vez a resolver la cuestión que en su primer mandato todavía no estaba del todo clara en la cabeza de las élites yanquis. Ahora la cuestión está resuelta, el establishment en los Estados Unidos ya entendió que no puede sostener el orden internacional actual sin que eso resulte en la destrucción del mundo y por eso opta, inteligentemente, por plegarse a la tesis rusa de la multipolaridad. Ahora en la mesa de las decisiones se sentará más de uno. Además de Washington, tendrán que sentarse Moscú y Beijing allí, como mínimo.

La primera condición para materializar ese nuevo orden internacional es el reconocimiento de la geopolítica de los continentes que respeta el hecho fundamental de los océanos como límites naturales. El continentalismo es eso mismo, es lo opuesto al atlantismo de Harry Truman y de todos los que vinieron después hasta Biden afirmando la existencia de una continuidad territorial y política entre los Estados Unidos y Europa sobre el Atlántico. No hay más atlantismo, al humillar y al desterrar a Zelenski Washington informó que Europa está fuera de la zona de influencia de los Estados Unidos y más bien está muy dentro del continuum territorial de Rusia.

El analista internacional ruso Fyodor Lukyanov observa con precisión en un artículo para la Rossiyskaya Gazeta, un medio oficial del Kremlin que se dedica al análisis geopolítico desde el punto de vista de Rusia, que sin cuidado del resultado de la actual controversia en Ucrania existe una crisis interna en el Occidente colectivo, esto es, en la alianza entre los Estados Unidos y Europa occidental, que está rota. Y que el propio concepto de “Occidente” está cuestionado y no tanto por factores externos, sino más bien por el interés económico que pueden tener los Estados Unidos en la cosa.

“Durante décadas Washington interpretó que el proyecto europeo era un activo valioso para la difusión de las políticas occidentales bajo el liderazgo de los Estados Unidos”, dice Lukyanov. “Pero ese cálculo cambia porque los Estados Unidos no ven a Europa hoy como un activo y no tienen vergüenza en expresarlo”. En otras palabras, lo que explica Lukyanov es que ya no existe la Unión Soviética, Rusia no se opone al capitalismo y Europa, por lo tanto, no sirve para la difusión ideológica propia del sistema y ni siquiera como un cordón sanitario, puesto que no hay socialistas soviéticos del otro lado de la medianera.

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El criminal de lesa humanidad Harry Truman determinó el orden mundial para todo lo que quedaba del siglo XX y lo que va de este siglo XXI al arrojar dos bombas atómicas sobre un Japón ya derrotado con la sola finalidad de extorsionar a los soviéticos. El proyecto de Truman es el atlantismo, es la unión contra natura de los Estados Unidos con Europa sobre el Atlántico y es lo que está terminando hoy con el continentalista Trump. Ahora Europa occidental tendrá que vérselas sola con Rusia mientras los yanquis se ocupan de su continuum territorial americano y tratan de mitigar la paliza económica que están recibiendo a manos de China.

Bien mirada la cosa, después de haber resultado destruidos en las dos grandes guerras del siglo pasado y de haber perdido sus colonias, los europeos solo fueron ricos mientras a los Estados Unidos les convino esa idea de riqueza para contrastar con la Unión Soviética y combatirla. Esa Europa rica que existe en la cabeza de algunos no es real por lo menos desde hace un siglo, Europa solo es “rica” en un sentido financiero y por la ayuda de los Estados Unidos. Europa es por lejos la región más pobre del mundo, no tiene virtualmente ninguna riqueza natural ni capacidad productiva relevante. Es un subcontinente museo y poco más que eso.

Los europeos son, eso sí, grandes consumidores de energía y de alimentos, son parásitos en un sentido estricto y así los ven los continentalistas que hoy se alinean detrás de Trump. Hasta la potencia de la revolución industrial europea se perdió al deslocalizarse su industria a China, no queda nada de nada. ¿Por qué los yanquis deben seguir sosteniendo a los europeos? ¿Con qué finalidad, para obtener qué rédito o para llevarle la contra a quién? No hay respuestas, Europa no sirve para nada y los estadounidenses, como señala oportunamente Lukyanov, son pragmáticos y no van a sostener una cosa que les sale carísima y no tiene utilidad geopolítica alguna.

Por eso empiezan a pasar cosas rarísimas en Europa. La más rara de ellas es el súbito consenso entre los líderes europeos desde Lisboa hasta Berlín alrededor de la necesidad de seguir apoyando a Zelenski contra el “dictador malo” de Putin. En vez de reflejar la decisión del presidente de los Estados Unidos e intentar quedar bien con este para que Washington no les cierre la canilla, los europeos desafían discursivamente a Trump gritando en los canales de televisión y en Twitter que van a seguir con la guerra en Ucrania. Eso es raro, es un comportamiento ilógico, pero solo si uno no conoce la naturaleza ladina de los parásitos en general y de los europeos en particular.

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Imagen de la línea de montaje en una fábrica de la “alemana” Mercedes Benz en China. El carácter “alemán” de este fabricante de automóviles va entre muchas comillas y es similar al de todas las demás industrias europeas que fueron deslocalizadas, mayormente a China y al sudeste asiático, a partir de los años 1970. Europa ya no tiene ni siquiera la potencia de su propia revolución industrial, solo tienen papeles y títulos de propiedad intelectual que los chinos no suelen respetar. Y por lo tanto ese es un continente museo que probablemente vivirá de la ayuda rusa y de los ingresos del turismo.

Por una parte, lo que pueden estar intentando hacer los europeos con su desubicada rebeldía respecto a Washington es meterse en la discusión por el reparto del territorio ucraniano. Teniendo en cuenta el hecho ya expuesto aquí de la pobreza proverbial de Europa, sería lógico que los europeos quisieran sacar alguna tajada de los abundantes minerales, tierras raras y alimentos que puede producir Ucrania. Cuando hablan de armarse para combatir contra los rusos en el frente oriental, los europeos les están diciendo tanto a Washington como a Moscú que quieren participar del botín a cambio de no seguir pudriéndola.

De hecho, tanto Gran Bretaña como Francia hicieron grandes inversiones en el proyecto de fagocitarse a Ucrania en la posguerra. Londres, por ejemplo, firmó con Kiev un acuerdo a 100 años para la “cooperación” —los ingleses no cooperan con nadie, son vulgares vampiros— en materia de energía y de recursos naturales minerales, que son esas tierras raras tan codiciadas por la industria de la tecnología. Y también hay un préstamo de Gran Bretaña al régimen de Zelenski por unos 3 mil millones de dólares, empréstito que se respalda en los activos incautados a los rusos y que claramente constituye un adelanto financiero por la compra de soberanía.

Es una suerte de préstamo de la Baring Brothers, sí, el método de los ingleses es muy bien conocido en todo el mundo: dinero fresco a cambio de la entrega de territorio y recursos naturales a futuro. Londres no querrá perder lo que invirtió allí y acá puede estar parte de la explicación de por qué Keir Starmer se empecina en llevarle la contra a Trump, el presidente del socio histórico de los británicos. Esta Entente Cordiale con más de un siglo de atraso que dicen estar armando en Londres y en París puede ser una extorsión con el fin de que Washington y Moscú no dejen a los europeos fuera del reparto del botín ucraniano.

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Emmanuel Macron y Keir Starmer, el pirata de turno en Gran Bretaña, aquí jurándole amor eterno a Zelenski en una de las tantas reuniones que hubo entre estos personajes. En realidad, tanto los franceses como los británicos pusieron dinero de sus arcas en Ucrania y no quieren que Trump los deje fuera del reparto de los despojos en la posguerra. La alocada decisión de desconocer los designios de Washington puede no ser alocada en absoluto, sino más bien responder a una estrategia a mediano plazo que los europeos hacen para “rascar” algo al momento de repartirse el territorio ucraniano entre los ganadores, que son Rusia y los Estados Unidos con sus corporaciones, fundamentalmente BlackRock.

Pero la respuesta correcta normalmente es la más simple y en estas cosas extrañas que pasan en Europa lo que debe haber es una sencilla maniobra simbólica cuyo fin es disimular la capitulación. Ya sin el apoyo de los Estados Unidos, los europeos saben que tarde o temprano deberán “ir con el caballo cansado” a Moscú, pedirle perdón a Putin y ponerse en la órbita de Rusia. Este es el destino natural de todas las regiones no autosuficientes: el alinearse con algún poder para asegurar su propia subsistencia. Europa la garantizó en 80 años plegándose a los Estados Unidos y ahora toca hacer lo mismo, pero sometiéndose a Rusia.

La maniobra en sí consiste en hacerse ahora los fanáticos de Ucrania y de Zelenski, ponerse bien en contra de Trump y transmitirle a la opinión pública en Europa la idea de que los países europeos —y sobre todo sus líderes— son poderosos, que son una fuerza geopolítica relevante en este actual concierto de las naciones. Pero eso no es cierto, Europa no tiene relevancia económica ni militar alguna comparada con los Estados Unidos, Rusia, China o incluso Irán y la India. Europa es un continente que fue rico mientras tuvo colonias y luego por la gracia de los Estados Unidos.

Pero ya no y entonces el hacerle la contra a Trump en el asunto Ucrania es lo que los estadounidenses llaman, en la de Shakespeare, un false bravado, una valentía impostada o directamente una bravuconada. ¿Con qué fin? Pues con el fin de convencer a su propia opinión pública y disimular lo que a todas luces es una capitulación. Los líderes europeos con Emmanuel Macron a la cabeza como punta de lanza quieren que el elector europeo crea que Europa es relevante y poderosa sin la ayuda de los Estados Unidos y, sobre todo, sin tener que someterse a Rusia ni a nadie.

Esa bravuconada, como todas las demás, dura lo que dura y esta maniobra tiene naturalmente dos etapas. La primera es aferrarse a Zelenski y hacer toda la pantomima de gritar esa adhesión en los medios y en las redes sociales, que es precisamente lo que hacen Macron y quienes vienen detrás de él. Macron habla de esa especie de Entente Cordiale para ir a la guerra contra Rusia e incluso del delirio de utilizar las escasas armas nucleares que Europa tiene, unas 500 en total sumándose las de los franceses y las de los británicos. El arsenal nuclear de Europa es menor que el de China y es una décima parte del de Rusia.

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En los primeros días de marzo —reincidiendo en el comportamiento que había tenido exactamente un año antes— Emmanuel Macron se puso un traje de halcón belicista que no calza bien en su personalidad afeminada. En una diatriba delirante, Macron propuso armar una nueva Entente Cordiale e incluso usar armas nucleares para correr a los rusos, como si eso fuera posible. Y es todo humo: Macron conoce mejor que nadie la realidad, sabe que los europeos son pobres, eunucos e impotentes frente a Rusia si los Estados Unidos no intervienen. La II Guerra Mundial es un ejemplo claro de ello.

La segunda etapa de la maniobra sería “descubrir” en Ucrania algún hecho demasiado vergonzante, un espantoso crimen de guerra, la existencia de neonazis en el territorio o incluso algún delito sexual de Zelenski, cualquier cosa sirve. Una vez “descubierto” ese hecho reprobable para el promedio ideológico de los europeos, que son gente bien “progre” y que se ofende con facilidad, los líderes europeos declararán solemnemente que ya no pueden seguir apoyando a Zelenski por no cumplir este los criterios morales de una Europa que se cree a sí misma la vara de medir de la humanidad.

Así, la opinión pública europea dirá, con un suspiro de alivio, que sus líderes hicieron todo lo posible, que se pararon de manos frente a Trump y también frente a Putin, pero que al final lo de Ucrania era indefendible. No hay capitulación alguna, véase bien, lo que pasa es que murió la causa por la que Europa había jurado luchar “hasta el último ucraniano”. Queda entonces legitimada la capitulación y tanto Macron como los demás títeres que lo acompañan pueden ir al Kremlin a besarle la mano a Putin sin que nada de eso ofenda el orgullo de los europeos.

Nunca está de más señalar que el supuesto hecho vergonzante que Europa va a “descubrir” en Ucrania es ya un hecho bien conocido por los líderes europeos. Todo el mundo ya sabe que Zelenski comete crímenes de guerra, que tiene neonazis en sus filas —eso es el batallón Azov, precisamente— y probablemente que haya manoseado a una secretaria suya o algo peor. Europa va a “descubrir” ese hecho entre muchas comillas, lo va a revelar convenientemente cuando sea oportuno hacerlo. Y así podrá lavarse bien las manos para que un pequeñoburgués ideologizado en Estrasburgo, en Liverpool, en Copenhague o en Viena pueda dormir tranquilo.

De eso se trata, de hacer política con la hipocresía maquillando la realidad para cambiarlo todo y que nada cambie, como decía Giuseppe Tomasi di Lampedusa en El Gatopardo. La de Ucrania será otra de esas batallas que se libran para que todo siga como está. Ahora será Moscú y no Washington el centro de gravedad alrededor del que Europa orbitará por las siguientes muchas décadas. Y no hay cambio alguno: si a los europeos no les molestó ser durante 80 años obsecuentes de los estadounidenses, tampoco tiene que molestarles serlo de los rusos por los próximos 80 años.

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Emmanuel Macron y Joe Biden, aquí poniéndose bien cómodos el uno con el otro en el auge de la campaña en Ucrania contra los rusos. Durante 80 años los europeos se acostumbraron a parasitar en los Estados Unidos y a vivir muy por encima de sus posibilidades reales gracias a la constante ayuda que recibieron de esa superpotencia. Pero ahora a los yanquis el control de Europa no les sirve geopolíticamente y por eso es demasiado caro, no les conviene seguir sosteniéndolo y los europeos deberán buscar en Moscú un nuevo palenque en el que rascarse. Los está esperando Putin allí con los brazos abiertos y una pila de facturas impagas.

Siempre y cuando, claro, Moscú sepa respetar las jerarquías y les permita a las actuales clases dirigentes europeas el seguir siéndolo. Es probable que los rusos lo hagan, incluso porque esas clases dirigentes son serviles de los intereses foráneos y van a funcionar muy bien en la estrategia del Kremlin. Europa es como cualquier semicolonia, tiene sus cipayos dispuestos a todo con la sola finalidad de sostener sus privilegios de clase dominante. Ayer tocó arrodillarse frente a los yanquis y hoy toca hacerlo frente a los rusos, pero el esquema general de dominación en el cabotaje no cambia y por eso los líderes europeos quedan satisfechos.

He ahí en una síntesis muy apretada el nuevo ordenamiento jurídico global para lo que queda de este siglo XXI, por lo menos. El atlantismo de Harry Truman ha muerto, renace el continentalismo que Roosevelt no supo sostener en su momento y que pudo haber evitado esa gran tragedia que fue la mundialización de la guerra en 1941/1942. El continentalismo es mucho más útil para la humanidad porque impone el famoso “cada chancho a su rancho” y eso, como se sabe, suele servir como una panacea cuando lo que se quiere es evitar las grandes tragedias y demás desgracias.

Las cosas extrañas que pasan en Europa son cosméticas porque la última palabra ha sido dicha por quienes tienen realmente el poder de transformar la realidad. Al fin y al cabo, los europeos van a seguir siendo los hipócritas de siempre, van a seguir falsificando la narrativa para que no se note tanto el hecho incontrastable de que son pobres y parásitos. Y ahora dependen del humor y la buena voluntad de los rusos para que de su parasitismo resulte un nivel de vida más o menos aceptable en un subcontinente donde se acostumbra a producir poco y a consumir mucho, muchísimo más de lo que le corresponde a una semicolonia.


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