Sería de lo más impropio afirmar que la política argentina está repleta de sorpresas. Bien mirada la cosa, no hay sorpresa alguna en el comportamiento errático de unos dirigentes a los que no les sobra el coraje para enfrentarse al poder fáctico y terminan normalmente claudicando. Así ha sido la historia de nuestra política casi siempre desde 1955 a la fecha: un recuento de claudicaciones, algunas bastante dolorosas para el pueblo allí donde grandes esperanzas había sobre este o aquel proyecto.
Raúl Alfonsín y Carlos Menem son dos ejemplos de ello por antonomasia, si se quiere. Alfonsín llegó después de la dictadura y se inauguró en el poder político con un discurso que hasta los días de hoy emociona por lo menos al que no conoce a Alfonsín. Tras el discurso con aquella cita del preámbulo constitucional, el “padre de la democracia” consolidó no solo los efectos de la derrota en Malvinas, sino además la política económica neoliberal de la dictadura bajo una pátina socialdemócrata bien patética. Y lógicamente terminó envuelto en llamas, en medio a una catástrofe en la economía y un bochorno en la política que lo obligó a irse antes de tiempo.
Alfonsín se fue escupiendo sangre, como se decía en la época. En su lugar asumió un Menem que se presentaba como la reencarnación de Facundo Quiroga y a poco de caminar ya se echó en brazos del imperialismo estadounidense imponiendo aquí el Consenso de Washington. El pueblo tenía en Menem quizá aún más fe que en Alfonsín, ahora sí iba a andar eso de la democracia. Pero Menem defraudó muy mal a quienes lo siguieron y dejó en miserable estado a todos los demás.
Alfonsín y Menem fueron dos claudicaciones entonces, fueron dirigentes que llegaron con gran apoyo popular y finalmente impusieron regímenes de gobierno de corte antipopular. Seguramente no porque lo hayan deseado, nadie quiere hacer el mal para quedar como un hijo de puta en su propio país, como solía decir el General Perón en aquel diálogo con el embajador británico. Alfonsín y Menem gobernaron directamente contra el pueblo que los eligió porque claudicaron ante el poder.
Una claudicación es eso, es un querer y no poder, es llegar con una intención determinada y luego encontrarse con que existe un poder superior al que no conviene hacer enojar. Miedo, los dirigentes políticos no revolucionarios tienen miedo y como cualquier hijo de vecino tiemblan ante la extorsión. Y luego claudican, dejan de defender los sueños del pueblo que los votó y en ellos depositó su fe para representar los intereses particulares del poder que los extorsiona.
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