Crónica de un fracaso anunciado

Como un profeta, Guillermo Moreno anunciaba ya desde el minuto cero el resultado del experimento contra natura de Cristina Fernández con el Frente de Todos. Era la crónica de un fracaso que estaba escrito en las estrellas, expuesto en un programa de televisión mientras el júbilo se apoderaba de la militancia ante la perspectiva de terminar con el régimen macrista. Hoy, con el diario del lunes, es fundamental el reconocimiento y el recuento de la historia, la reivindicación de un dirigente que puso en juego su prestigio para defender la doctrina del peronismo. La caza de brujas siempre es una inutilidad, mientras que la historización de los procesos y su consiguiente autocrítica es un elemento esencial de la construcción política con el fin de evitar la repetición de los errores del pasado.
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La tarde del sábado 18 de mayo de 2019, en que Cristina Fernández anunció por las redes sociales su candidatura a vicepresidente en una fórmula encabezada por Alberto Fernández, Guillermo Moreno fue invitado a un programa de televisión en Crónica. Y allí hizo el pronóstico en caliente de que ese gobierno, de llegar a serlo ganando las elecciones, lo que efectivamente ocurrió, no iba a ser un gobierno peronista. El corolario del pronóstico que hizo Moreno ese día en Crónica fue entonces el que ese experimento iba a fracasar.

Moreno decía en ese momento que Cristina Fernández se había equivocado en su elección de poner a Alberto Fernández como candidato a presidente, pero esa afirmación no venía a modo de rechazo a la idea de constituir un frente para ganar las elecciones. Hacer un gobierno con toda su amplitud en un esquema frentista no es un problema, el peronismo siempre hizo eso. El peronismo siempre dio lugar en su gestión a los cuadros de otras fuerzas políticas para realizar el proyecto nacional con un gobierno verdaderamente frentista, sumar fuerzas entre los que piensan distinto, tener apertura, etc. El problema era ubicar directamente en el poder ejecutivo, que es unipersonal, a un no peronista.

Ese fue el error de Cristina Fernández al darle —con los votos peronistas— la presidencia a un socialdemócrata. En esa opinión expresada en vivo ese 18 de mayo, Moreno preveía que cuando Alberto Fernández tuviera la lapicera el país no iría hacia una cosmovisión peronista, sino a una cosmovisión neoliberal y socialdemócrata de un mundo que, además, ya para 2019 había terminado. Entonces Cristina Fernández, al formar así el Frente de Todos, puso como candidato a presidente a un no peronista que expresaba el pasado o una realidad mundial que ya no existía. Cristina Fernández eligió al peor.

Guillermo Moreno en los estudios de Crónica. Mientras la generalidad de la militancia y de los dirigentes en las segundas y terceras líneas festejaba la unción de Alberto Fernández como candidato a presidente para derrotar a Mauricio Macri, Moreno adelantaba en vivo y en caliente que ese experimento estaba destinado al fracaso. En ese momento le llovieron los agravios a este peronista doctrinario y algunos incluso lo tildaron de “traidor”, pero el tiempo puso otra vez las cosas en su lugar: los traidores eran quienes Moreno, con mucho coraje, señalaba.

¿Por qué decía Moreno en soledad aquello mientras muchos festejaban la “jugada magistral” que se había hecho para derrotar a Mauricio Macri? Básicamente porque Guillermo Moreno conoce a Alberto Fernández hace tres décadas y ya sabía que no tiene principios y valores humanistas y cristianos, que no es ni jamás fue un hombre de proyecto colectivo para construir comunidad en la Argentina. Fernández es un individualista socialdemócrata en lo cultural y un neoliberal en lo económico, es decir, lo opuesto a un peronista. Todo eso decía Moreno esa noche en Crónica TV frente a panelistas que se preguntaban si no había llegado la hora de “aggiornar” la doctrina peronista.

Pero ese “aggiornamento” era un engaño, el peronismo no va a actualizarse volviéndose socialdemócrata. Los principios y valores de la doctrina peronista no están sujetos a modificación según el gusto ideológico de otros ni podrían estarlo. El peronismo puede y debe actualizarse en sus formas, aunque nunca en su esencia. Para graficarlo, Moreno ponía entonces como ejemplo la transformación de la Iglesia católica diciendo que en su infancia el cura daba la misa en latín y de espaldas a los feligreses, hasta que un día eso se actualizó y la misa empezó a darse en el idioma del país con el sacerdote mirando a la grey. Pero los principios y valores del catolicismo permanecieron inalterados.

Entonces, desde el punto de vista del peronismo que no pierde de vista sus principios y valores, la fórmula presidencial encabezada por un neoliberal socialdemócrata era un error y era un engaño, pues la gente no iba a votar al peronismo con Cristina Fernández, sino a la socialdemocracia con Alberto Fernández en el lugar de poder. Esa consigna del momento de “Alberto al gobierno, Cristina al poder” era falsa. La realidad es que Alberto Fernández iba a ser elevado al poder a tomar decisiones y, al conocerlo de larga data, a sabiendas de que no era y no es peronista, Moreno supo ese mismo día que nuestro país no iba a tener un gobierno peronista.

La transformación de la Iglesia católica como metáfora de la actualización doctrinaria en la política. La Iglesia supo cambiar las formas hasta ajustarlas al tiempo presente, descartando las excesivas formalidades de los rituales sagrados, pero sin tocar lo realmente sagrado: la doctrina de la fe católica, a la que adhieren cientos de millones en todo el mundo. La transformación es constante y la Iglesia sigue intentando adaptarse al día actual, pero sin modificar lo esencial que es la propia razón de su existencia. El peronismo es algo parecido en ese sentido y debe cuidar su doctrina para no perder su finalidad como movimiento de representación de las mayorías en la política.

Mientras fue presidente del Partido Justicialista de la Capital Federal, Alberto Fernández cerró prácticamente la actividad partidaria e incluso llegó a sugerir que los peronistas porteños no cantáramos más la Marcha “para no ofender a los compañeros de otras identidades”. Fernández se siente cómodo entre esos “compañeros”, con militantes no peronistas como Gabriela Cerruti, por ejemplo, a quien finalmente ubicó como vocera del gobierno. Ese 18 de mayo Guillermo Moreno recordaba que Cerruti sostenía por esos días la siguiente prosaica idea: “No hay pasado ni hay futuro, solo hay presente”. Posmodernismo y socialdemocracia en su máxima expresión, ese es el lugar donde Alberto Fernández se siente cómodo.

En posesión de toda esa información Moreno supo al instante que un gobierno del Frente de Todos encabezado por Alberto Fernández iba necesariamente a fracasar y, lamentablemente, no se equivocó. Era la crónica de un fracaso anunciado ya desde el prospecto por las características individuales y las convicciones ideológicas de quien había sido elegido para conducir el proceso. El Frente de Todos en la forma de su constitución fue útil para echar del gobierno al macrismo salvaje, pero inútil para gobernar después de eso. La Argentina necesitaba otra cosa después del 2019 para superar esos cuatro años de agresión contra los intereses permanentes del pueblo.

Y eso porque Alberto Fernández tuvo la lapicera para tomar las decisiones, un presidente que en materia económica se referencia en Martín Lousteau. ¿Cómo reivindicar a un país después de cuatro años de saqueo oligárquico con las ideas del ideólogo, valga la redundancia, de la resolución 125? No, no había forma de tener éxito así, después del macrismo la Argentina estaba necesitando un proyecto político peronista que planteara la ruptura con la matriz económica neoliberal de la socialdemocracia, no a un presidente socialdemócrata cuya política económica fue neoliberal y dio naturalmente continuidad al salvajismo macrista.

Alberto Fernández y Martín Lousteau, conspirando como de costumbre contra los intereses permanentes del pueblo argentino. Fernández y Lousteau son los ideólogos de la Resolución 125, en la que el Estado cometió el error de meter en la misma bolsa a terratenientes y chacareros, uniendo a todos para enfrentar al gobierno recién nacido de Cristina Fernández a principios de 2008. ¿Habrá sido ese un error o realmente eso era lo que buscaban Fernández y Lousteau? El gobierno de Cristina Fernández sobrevivió al trance luego de estar contra las cuerdas durante varias semanas, aunque el resultado fue el abrirse una grieta ideológica de la que la Argentina sigue siendo rehén hasta los días de hoy.

Inspirándose en las ideas equivocadas de Martín Lousteau y no en lo clásico, como prescribe la doctrina peronista, Alberto Fernández no podía obtener otro resultado que el actual fracaso. ¿Cuál fue el plan económico del gobierno del Frente de Todos desde diciembre de 2019? De acuerdo con su conductor, quien confesó no creer en los planes, fue ninguno. El gobierno de Alberto Fernández no tuvo un plan económico para afrontar la contingencia de levantar la quiebra con endeudamiento del país y así no se puede. Y no hubo plan económico porque Fernández no quiso tenerlo, puesto que el peronismo doctrinario con el propio Guillermo Moreno a la cabeza presentó públicamente un plan coherente ya a mediados de 2020, el que fue olímpicamente ignorado por el presidente.

Sin planificación no se construye nada ni se hace peronismo. Como se sabe, la tradición peronista es la de los planes quinquenales y del plan trienal. El peronismo es la planificación del Estado para el equilibrio en el contexto de una economía de mercado. El peronismo es la tercera posición precisamente por eso, porque no incurre en el libertinaje propuesto por el libre mercado del liberalismo ni tampoco cae en el maximalismo socialista, en el que todo es Estado y la iniciativa privada se destierra. El peronismo es el santo grial del equilibrio necesario para la construcción de una comunidad organizada. Ese es el plan económico, el proyecto de país, del peronismo.

Alberto Fernández tuvo la lapicera porque el poder ejecutivo es unipersonal, sus decisiones fueron naturalmente equivocadas —no podrían ser acertadas al desprenderse de un marco teórico errático— y en consecuencia el gobierno del Frente de Todos fracasó. El resultado es el repunte de ideas extremas de un “liberalismo” que se presenta como ultra, aunque en realidad es neo. Al fracasar el gobierno que había venido como respuesta a las esperanzas de un pueblo maltratado por el régimen oligárquico de Macri, queda la puerta abierta otra vez para que vuelvan a instalarse los verdaderos enemigos del pueblo en el Estado. La derrota en la política tiene nefastas consecuencias para el que pierde y aquí perdió el pueblo argentino en su conjunto.

La planificación, una característica central del peronismo como doctrina, como movimiento y como instrumento para gobernar en el Estado en representación de los intereses permanentes del pueblo argentino. Alberto Fernández declaró abiertamente y en reiteradas oportunidades no creer en los planes, esto es, su desprecio por la planificación en la gestión. Más allá de que eso no tiene nada que ver con el peronismo, está claro que un gobierno incapaz de planificar es un gobierno que ya nace fracasado. Eso fue lo que le pasó al gobierno del Frente de Todos.

Y no es cuestión de darle simplemente la razón a Moreno al confirmarse los pronósticos propios, eso no tiene finalidad ni utilidad. Se trata de aprender con la experiencia y de no cometer otra vez el mismo error. El peronismo debe reorganizarse en base a su doctrina, rechazar los intentos de “aggiornamento” por parte de quienes pretenden descaracterizarlo para privar al pueblo argentino de su representación natural y volver rápidamente a hablar el idioma de nuestra gente. El fracaso del Frente de Todos debe servir para que los peronistas reivindiquen la tradición política que históricamente hizo funcionar a la Argentina favoreciendo la producción que genera trabajo y restaurando el amor y la felicidad en el pueblo.

Todo eso sin cuidado de la opinión ideológica del antiperonismo o del no peronismo por derecha y por izquierda. Los principios y valores expresados en la doctrina son los que deben orientar a los peronistas en el proceso de reordenamiento de las bases que se abre a partir de ahora. Los días más felices para el pueblo argentino fueron cuando el peronismo estuvo en su justo equilibrio doctrinario, cuando no se dejó enloquecer por el griterío de los extremos. Aprender del error y reconstruir es la tarea de los peronistas hoy. El pueblo argentino espera el renacimiento del movimiento que representa en la política su cultura, su sentido común, sus esperanzas y, en una palabra, todo su ser nacional.

Es por eso que “peronista” y “argentino” son sinónimos. El neoliberalismo, la socialdemocracia y demás ideologías importadas que únicamente existen en las cabecitas europeas de quienes no quieren identificarse con nuestro pueblo no sirven para el argentino. Este pueblo es mestizo y, por lo tanto, profundamente peronista. Y no entiende ni acepta otra cosa que lo propio.


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