Escándalo, estupor y conmoción generalizada. La impactante imagen de un arma apuntada contra la cabeza de la vicepresidente, la dirigente con mayor centralidad en el escenario político nacional, en lo que hasta aquí se define política y mediáticamente como un intento de magnicidio. En un país como la Argentina esta es por definición la instancia en la que toda la política y toda la opinión pública se movilizan dramáticamente, el punto de convergencia de los opinólogos en los medios tradicionales y también en las redes sociales. No se habla de otra cosa: al momento de escribir estas líneas, varias horas después del suceso, la agenda del debate público se encontraba todavía copada por toda suerte de especulación sobre un magnicidio que afortunadamente no fue.
De una manera o de otra, la sociedad argentina entera seguía movilizada bajo el influjo de la conmoción del debate emocional impuesto por los dirigentes y por los formadores de opinión en los medios. En una metáfora deportiva, la situación se asemejaba a un hipotético partido de fútbol en el que, tras la sanción de un polémico penal, los comentaristas se dedicaran en lo sucesivo a discutir esa sanción y abandonaran el relato del propio juego, que naturalmente sigue. A casi 72 horas del intento de magnicidio, los fijadores de agenda en el país abundaban aún en detalles sobre el fracasado tirador y sus miserias personales, insistían con el análisis exhaustivo del funcionamiento de las armas de fuego y con la opinión especulativa de un sinnúmero de “expertos” o, en una palabra, llenaban la agenda con los más minuciosos detalles de esos segundos dramáticos en los que un tal Fernando Sabag Montiel tuvo bajo la mira de lo que parecería ser una pistola a Cristina Fernández de Kirchner.
Todo el debate de lo público consagrado a especular sobre lo que será ahora materia de una investigación judicial. Y es entendible que así sea, máxime si se tiene en cuenta que un intento de magnicidio no es cosa que ocurra todos los días, es algo que impacta en la consciencia colectiva al no ser normal que los civiles atenten contra los dirigentes. Es entendible y aun así no deja de ser el comentario reiterado sobre una falta cuyo tiro libre ya se ejecutó y no sobre las consecuencias de esa ejecución en un partido que sigue disputándose. Es el viejo problema de los medios de difusión en su propósito de siempre, el de generalizar la confusión: al concentrarse en un hecho particular y no en sus múltiples consecuencias, los operadores mediáticos logran el objetivo de ocupar la totalidad de la agenda con lo trivial y, lo que es más grave, invisibilizando lo realmente esencial. Todo eso sin la necesidad de mentir.

Eso es así y no porque un intento de magnicidio sea menor, sino porque la especulación no aporta en la dilucidación del caso. En realidad, las horas y horas de programación televisiva y radial y los ríos de tinta que hacen correr en la prensa escrita se reducen finalmente a dos hipótesis, dos posibilidades que podrían expresarse en una sola línea. O bien Sabag Montiel actuó solo o lo mandaron a hacer. De ser cierta esta última opción, es probable que jamás sepamos la verdad sobre quienes fueron los instigadores y los autores intelectuales del fallido atentado, ya que el poder con la capacidad para armar estas operaciones es el mismo que controla tanto la justicia como los medios. Y entonces ni la una ni los otros permitirán jamás que se sepa la verdad.
El problema de las consecuencias empieza por la posibilidad de que sea verdadera la primera hipótesis, a saberla, de que Sabag Montiel es un “lobo solitario” que motu proprio resolvió un buen día apuntar un arma o similar contra la cabeza de la primera dirigente de un país, vaya uno a saber con qué finalidad. Si eso hubiera sido realmente así, entonces la Argentina estaría envuelta ya en un clima de época al que diez de cada diez dirigentes y periodistas oficialistas optaron por describir como el resultado del “discurso de odio”. He ahí la primera consecuencia política que los formadores de opinión evitan todavía abordar con la estrategia de poner todo el foco sobre un hecho de cinco segundos, porque si hay un cambio en el clima de época el intento de magnicidio contra Cristina Fernández no marca el final, sino el comienzo de una etapa violenta de la política argentina.
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