No es infrecuente en los círculos de la intriga política la expresión de que el kirchnerismo empezó a perderse y a dejar de tener un proyecto político definido cuando eligió escindirse del peronismo. Esa escisión tuvo lugar, al parecer, en algún momento entre el 2011 y el 2013, pudiendo ser que haya empezado en aquel año y culminado en este. Sea como fuere, al menos entre los militantes del peronismo entendidos estos como quienes orientan su praxis política en la observación de la doctrina del movimiento nacional justicialista de siempre, existe una percepción de que luego de una década ganada el kirchnerismo optó por tomar un rumbo distinto, se extravió durante una década perdida y el resultado de esa confusión se materializa en la catástrofe actual. Según esa percepción el ciclo kirchnerista tendría dos etapas muy marcadas: la primera, muy exitosa con el peronismo desde el 2003 hasta el 2013 y la segunda, la del fracaso socialdemócrata o progresista desde el 2013 hasta el presente.
Entonces al cumplirse la década ganada el kirchnerismo resolvió separarse del peronismo. ¿Pero qué significa concretamente para un ismo subsidiario y coyuntural el escindirse o separarse de su ismo madre y permanente, que en este caso es el peronismo? ¿Dónde se verifica objetivamente esa escisión? Muchos han tratado de definir esa separación por sus síntomas, sin llegar obviamente a ninguna parte con la conclusión. El abandono intermitente de la retórica peronista —que fue intermitente porque cada vez que se vio en dificultades el kirchnerismo volvió a apelar al discurso peronista para salir del brete—, la adopción de una agenda progresista que nada tiene que ver y además es directamente contradictoria respecto a la doctrina de Perón, el encumbramiento de dirigentes no peronistas y hasta antiperonistas. Todos esos y algunos otros fueron síntomas de la escisión del kirchnerismo respecto al peronismo, pero ninguno de ellos sirve por sí solo para explicar la escisión en sí misma.
En realidad, desde el punto de vista objetivo del kirchnerismo emanciparse del peronismo fue desconocer los fundamentos de la doctrina de Perón, fundamentalmente aquellos prescritos en ese famoso y breve decálogo que son las 20 verdades. Ese desconocimiento empieza ya y puede decirse que se resume cabalmente en la primera de esas verdades, según la que “la verdadera democracia es aquella donde el gobierno hace lo que el pueblo quiere y defiende un solo interés: el del pueblo”. En algún momento de su desarrollo como movimiento político el kirchnerismo quedó enceguecido por la ideología que lo fascinó desde siempre —la del socialismo del siglo XXI, una ideología que degeneró rápidamente hasta terminar siendo un vulgar progresismo urbano, pequeñoburgués, de panza llena y buenos modales— y dejó así de hacer lo que el pueblo quería para hacer lo que esa ideología exigía.

Eso es objetivo y puntual en tanto y en cuanto se trata de un cambio radical de praxis, un giro brusco en la forma de hacer política. No es lo mismo ser pragmático frente a la demanda social, que es dinámica y suele variar entre generaciones, que tener la rigidez dogmática de una idea fija que no se lleva muy bien con la herejía. Del pragmatismo peronista en el que los dirigentes se ajustan a la voluntad de sus representados al dogmatismo socialista, una praxis totalmente distinta en la que los dirigentes asumen la condición de “pedagogos” del pueblo, esto es, ya no hacen lo que el pueblo quiere, sino que le enseñan a partir de una ideología lo que es absolutamente bueno, bello y verdadero. Ese fue el tránsito concreto del kirchnerismo al emanciparse del peronismo, al declararse como superación y no como continuidad de este. Lo que el kirchnerismo hizo, por lo tanto, fue dejar de ser peronista al dejar de orientarse por los preceptos de la doctrina del peronismo.
En el momento de esa escisión el kirchnerismo dejó de ser peronista y pasó a ser una suerte de socialdemocracia que, en un revoltijo, mezcló en adelante ideas de izquierda con algo de filoperonismo en ciertas formas, sobre todo en el discurso para los tiempos de crisis. Y si bien la observación de que el kirchnerismo dejó de ser peronista nunca cae bien entre los kirchneristas y hasta se toma como una agresión, lo cierto es que esa separación es objetiva porque ninguna pertenencia política lo es por declamación, sino por praxis. Cuando en la forma de hacer política todos los días un dirigente, militante, partido o movimiento deja de orientarse por las generales de una doctrina o ideología, pues en ese momento se separa de esa pertenencia aunque siga usando y declamando su identidad. Un peronista no es quien se hace llamar como tal, es quien en su praxis aplica concretamente lo prescrito en la doctrina del peronismo.
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