¿Dónde estás, corazón?

Una esperanza para algunos, una dirigente jubilada por Massa en la opinión de otros. Cristina Fernández volvió a mostrarse en público con el pretexto de “presentar” un libro publicado hace 20 años y dio la mejor de todas sus conferencias desde que dejó de ser presidente de la Nación, dejando definiciones muy precisas y un diagnóstico impecable del verdadero problema argentino. Y aunque con ello volvió a ilusionar a sus seguidores con un futuro retorno al centro de la política nacional, lo más probable es que dicho retorno jamás se produzca al haber expirado las ideas que la propia CFK optó por defender como banderas y a modo de doctrina para formar a su tropa. El problema de un reciclaje imposible.
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Después de otro largo periodo de inactividad y silencio, apareció Cristina Fernández una tarde de sábado en los últimos días de septiembre, en un evento controlado que contó con una nutrida asistencia de convencidos. Y luego de una charla formal para dirigentes y militantes encumbrados que duró una hora y media, CFK se dirigió a sus seguidores de a pie que por razones de aforo no habían podido ingresar al auditorio de la Universidad Metropolitana para la Educación y el Trabajo (UMET), establecimiento educativo de propiedad de Nicolás Trotta, en esta ocasión emulando quizá los mejores días de los míticos “patios militantes” que durante su gobierno sucedieron todas y cada una de las cadenas nacionales de radio y televisión. “De castas, herencias, derrumbes y futuro” fue el título de la charla, cuyo pretexto fue el de comentar el contenido de un libro publicado hace ya dos décadas y fue más bien un comentario de la coyuntura actual.

La obra literaria fue eso mismo, un pretexto para que CFK pudiera hacer otra vez una suerte de balance con gusto a catarsis frente a los que no pierden la fe en verla otra vez conduciendo los destinos del país. Sin cuidado de si eso es o no posible, es probable que CFK haya dado en la UMET la mejor y la más sustancial de sus conferencias posteriores a su paso por la Casa Rosada en términos de contenido político de alto nivel. Evitando en lo posible caer en lugares comunes y haciendo cierta economía de las ocurrencias —las que utiliza para provocar el aplauso de una audiencia embelesada y por eso poco interesada en el contenido del discurso en sí—, CFK dio finalmente con el núcleo del problema que aqueja a los argentinos desde hace ya bastante tiempo al desmitificar la cuestión del equilibrio fiscal como supuesto origen de todos los males. Y ahí residió el primero de sus varios aciertos durante la charla de una hora y media.

Con datos duros de la realidad que no admiten opinión, puesto que surgen de la precisión estadística, CFK demostró que el problema central de países como la Argentina o básicamente de cualquier país no es el déficit fiscal que está en boca de casi toda la dirigencia política en la actualidad, sino más bien la restricción externa ocasionada por el desequilibrio entre exportar productos primarios con poco valor agregado e importar manufacturas que son cada vez más caras y cuya demanda siempre es creciente. Esa es la tesis del deterioro de los términos de intercambio desarrollada por Raúl Prébisch y luego perfeccionada discursivamente por dirigentes como Fidel Castro para explicar la dependencia de nuestros países semicoloniales. CFK dio entonces en el clavo al demostrar eso, que el gasto social del Estado es una nimiedad en comparación, por ejemplo, a lo que el propio Estado paga en concepto de intereses de la deuda externa.

Haciéndose entrevistar por un Pedro Rosenblat que últimamente ha querido alejarse de la progresía y ya no por el agente verbitskista Marcelo Figueras, CFK envía otro mensaje a la tropa: va a intentar rodearse de otra gente a ver si logra la redención. Es difícil a esta altura del partido, pero no cuesta intentarlo y la intención es loable. Desparasitar siempre es un hábito sano.

El haber puesto el dedo en esa llaga fue uno de los logros de CFK por los que “De castas, herencias, derrumbes y futuro” puede haber sido su conferencia más lucida y, sobre todo, más política y socialmente útil hasta el momento. La ubicación del problema en el deterioro de los términos de intercambio para demostrar que el “plan motosierra” de Javier Milei es más fantasioso que peligroso, es más humo que bomba, además de la ubicación temporal de la debacle argentina en el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 fueron esos logros rutilantes de la exposición de CFK. Con los números en mano y con el uso de la lógica y de la historia, la expresidente llegó a la comprensión final de la problemática y también a la capacidad de sintetizar discursivamente dicha cuestión de modo que quepa incluso en el más modesto presupuesto intelectual.

Aunque sus acólitos probablemente no la hayan comprendido porque no están interesados en hacerlo, sino en adorarla acríticamente en esa especie de culto a la personalidad que tanto daño ha hecho a la política argentina en estos últimos años, CFK llegó finalmente al fondo de la cuestión central no solo para la Argentina, sino para todos los países afectados por el deterioro de los términos de intercambio. En una palabra, CFK trascendió el cabotaje de la politiquería chiquita que los dirigentes de por acá nomás hacen todos los días para el consumo de una opinión pública absolutamente idiotizada y dio definiciones que Gramsci calificaría a partir de Goethe como für ewig, tesis de gran profundidad por la naturaleza permanente de sus contenidos. Y con ello inauguró paradójicamente un problema nuevo: ¿Qué hacer ahora con la verdad expresada en sus palabras?


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