Un rabino, un exvicepresidente de la DAIA y la propia DAIA. Y detrás de ellos una miríada de loros pagados, pero también gratuitos. Todos con la misma cantinela mecánicamente repetida: el lamento por el deceso de un “argentino israelí” que, según los mismos reproductores de la cantinela, cayó en cumplimiento del deber. “Estamos muy tristes porque cada soldado es nuestro hijo o nuestro hermano”, escribía en Twitter con total desfachatez Sergio Pikholtz, el exvicepresidente de la DAIA en cuestión. “Hoy esta guerra infame desatada por los palestinos terroristas se llevó a Ilán Cohen, un chico argentino israelí que estaba combatiendo en Gaza”. Estaba en marcha la operación genérica cuya naturaleza se atribuye a Joseph Goebbels que es la repetir y repetir una mentira hasta que ella, la mentira, se instale con la fuerza de una verdad.
Lo más sustancial primero. La DAIA es la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas, una poderosa oenegé que funciona en el complejo entramado de instituciones del lobby israelí por el mundo. Se trata de una organización internacional por definición al representar a asociaciones israelitas argentinas, aunque en realidad la DAIA es una organización paraestatal de esa potencia genocida llamada Israel. Y de argentina no tiene nada más que el hecho de operar en estas latitudes. La DAIA representa los intereses de una potencia extranjera como lo hace, por ejemplo, cualquier AmCham en representación de los intereses de los Estados Unidos.
Pero claro, la DAIA es muy distinta a la AmCham y a todas las demás oenegés del imperialismo porque afilia por religión. La DAIA representa los intereses del Estado de Israel, pero tiene entre sus afiliados a argentinos cuya única razón para formar parte de dicha asociación ilícita es la condición de ser judío. Aquí arranca una mezcolanza peligrosa en la que por comulgar en un determinado culto religioso algunos individuos terminan actuando en contra del interés nacional del país en el que nacieron y/o viven, del país al que deben el 100% de su lealtad. Engañados por una pertenencia religiosa esos individuos traicionan a la patria, a veces sin tener mucha conciencia de que lo hacen.

Es como si, hipotéticamente, todos los católicos de Argentina fueran primero católicos y después argentinos, esto es, no fueran argentinos en absoluto. Y por ser católicos se congregasen en una oenegé financiada por el Estado del Vaticano con el fin de defender los intereses de dicho Estado. A nadie se le ocurre eso, los católicos no hacen semejante cosa. En términos nacionales los católicos argentinos son argentinos y después son católicos, lo que en sí ya está mal expresado porque ahí no hay algo antes y otra cosa después, argentino y católico no están ambos en la categoría de nacionalidad. ¿Entonces por qué judío sí lo está y ser judío implica rendir lealtad al Estado de Israel y al Estado del país donde un judío vive?
Es que no implica nada de eso, ahí está la mentira. Un argentino judío es —o al menos debió serlo— simplemente un argentino de religión judía, no un “argentino israelí”. De hecho, hay una buena cantidad de argentinos judíos que siguen el ejemplo del ya fallecido Héctor Timerman, quien según Cristina Fernández fue un buen patriota porque “primero fue argentino y después fue judío”. Lo que en realidad quiso decir CFK en su panegírico dedicado a Timerman es que Timerman no compró la mentira de la lealtad obligada al Estado de Israel por el solo hecho de ser judío. Timerman defendió hasta el último día, lo mejor que pudo, los intereses nacionales de un solo país y ese país es la Argentina, no Israel.
Pero hay otros judíos que consumen el humo vendido por Pikholtz, por la DAIA y por sus repetidores loritos y consideran, en consecuencia, que deben lealtad al Estado de Israel. Hay judíos así en la Argentina y en prácticamente todos los países. Eso fue lo que pasó a Ilán Cohen, quien al parecer nació y creció en la Argentina hasta que un buen día su lealtad al Estado de Israel lo llevó a Medio Oriente a tomar las armas y a pelear una guerra en la que la Argentina no tiene nada que ver. A Cohen lo llaman ahora “argentino israelí”, pero eso no existe. Cohen optó por enrolarse bajo la bandera de una potencia extranjera y ahí nomás tomó la decisión de ser nacional de esa potencia, de ser israelí. Cohen, que Dios lo tenga como a Timerman, pero en lugares distintos, fue un israelí a secas.

Lo fue porque tomó las armas de Israel como soldado y en ello juró matar y morir por Israel. ¿Qué pasaría si el día de mañana Israel le declarara la guerra a la Argentina? Pues el buen Cohen se encontraría movilizado con las tropas de Israel y en contra de la Argentina, lógicamente. Esta es la razón por la que no se puede rendir lealtad a dos patrias: cuando los intereses de la una y los intereses de la otra entran en conflicto, cosa que ocurre mucho más frecuentemente de lo que se cree, el individuo enrolado y armado no puede declararse neutral ni mucho menos pelear en ambos bandos. Va a pelear necesariamente del lado en el que optó voluntariamente por enrolarse como militar y va a matar a los nacionales del otro bando.
Como en la guerra los connacionales no se matan entre sí, salvo que se trate de una guerra civil, no puede haber un argentino tomando armas en un ejército que no sea el argentino. Es una cuestión más bien práctica que teórica, los países existen y también existen las reglas y las leyes que ordenan jurídicamente esa existencia. Las nacionalidades existen por una razón, no es cuestión de por cuál selección hincha cada individuo cuando se juega un mundial de fútbol. Las nacionalidades existen para que el hombre sepa cuál es su interés colectivo y lo defienda cuando ese interés se contradiga con otro o con otros intereses nacionales de individuos con nacionalidades distintas a la suya. Parece complicado y es lo más sencillo que hay. Patria hay una sola y no es necesariamente la del territorio donde uno nació, sino la que uno opta conscientemente por defender una vez que está en condiciones de hacerlo.
Cohen llegó a la edad adulta y debió estar en sus cabales cuando optó por defender los intereses nacionales de Israel, razón por la que Cohen fue israelí y no argentino. No hay ningún problema ni pecado en ello, Cohen no hizo nada malo. Cohen creyó que su patria estaba en Israel y obró en consecuencia, fue fiel a sus convicciones. El error está en quienes le vendieron esa idea a Cohen, lo sacaron de una tierra de paz y lo mandaron a morir en una zona de guerra. Pero en realidad el error y el crimen están en lo que hacen esos mercaderes con la imagen de Cohen una vez que ya murió. Lo que ellos hacen es simular un duelo por el “argentino israelí” Ilán Cohen cuando ahí no hay ningún argentino. Lo único que hay es un israelí.

Ahora bien, la cuestión sería determinar por qué el Estado de Israel hace lo que hace, por qué promueve el curro de la “doble nacionalidad” por una simple pertenencia religiosa o una supuesta pertenencia racial. Lo primero que salta a la vista es el hecho de que innumerables argentinos y americanos en general tienen la llamada “doble nacionalidad”. Eso se da porque los países de nuestra región son jóvenes, son países formados por inmigrantes que tuvieron hijos y nietos, quienes en determinado momento optaron por adquirir la nacionalidad de sus antepasados. Así, hay en la actualidad, por ejemplo, argentinos, uruguayos y brasileños con pasaportes italianos, españoles y portugueses. Eso es mucho más común de lo que se cree y lo es todavía más al desmejorar aquí las condiciones sociales y económicas.
Ahí está el punto: un argentino en particular y un americano en general solo adoptan la nacionalidad de sus antepasados europeos por razones económicas, lo hacen con el único fin de adquirir el derecho a trabajar legalmente en Europa cuando aquí en América el trabajo escasea y/o hay inestabilidad. Pero el americano que hace los trámites de su nacionalidad doble y llega a Europa con un pasaporte europeo no lo hace para enrolarse en las filas del ejército italiano, español o portugués. De hecho, es muy frecuente el caso del que obtiene un pasaporte español y no va a España a trabajar, sino que termina en otros países de Europa donde los salarios son más altos e incluso en los Estados Unidos. No es una cuestión de ser hijo o nieto de españoles o italianos e ir a jurar lealtad a España o a Italia.
En realidad, el americano con nacionalidad europea adquirida raramente deja de ser americano y la prueba de ello es que en su casi totalidad los que emigran de acá a trabajar en Europa más temprano que tarde vuelven, ya sea luego de haber logrado el objetivo de ahorrar algún dinero, luego de haber fracasado en el intento, cuando la coyuntura en Europa ya no es tan buena o simple y prosaicamente cuando ya extrañan demasiado a los suyos. Cuando algo de eso ocurre el criollo “pega la vuelta”. El hecho es que el americano siempre vuelve y eso habla a las claras de una pertenencia única, no de una “doble nacionalidad”.

“Todos vuelven a la tierra en que nacieron”, escribía allá por principios de los años 1930 el poeta peruano César Miró. “Al embrujo incomparable de su sol. Todos vuelven al rincón donde salieron, donde acaso floreció más de un amor”. La poesía de Miró se popularizó en la música de Rubén Blades y se convirtió en un himno de nostalgia para todo emigrante americano que desde del siglo XX en adelante se fue a buscar mejor suerte a Europa, a los Estados Unidos o a otros países desarrollados. Entonces todos vuelven, el argentino, el uruguayo y el brasileño con nacionalidad española, italiana o portuguesa vuelven. El criollo vuelve porque es de acá, sabe que es de acá, nunca tuvo dudas al respecto y únicamente se va por razones económicas, jamás ideológicas.
Eso no es lo que ocurre con los que adoptan la nacionalidad israelí. El que llega a Israel y se enrola en las fuerzas armadas israelíes ya sale de aquí con esa intención, lo hace por ideología al considerar que Israel es su país, que nació en la diáspora accidentalmente. El israelí es esa diáspora misma y no se considera argentino o de cualquier otro origen aun habiendo nacido y crecido en Argentina o en cualquier otro país donde, por la diáspora, fue a nacer por accidente. El israelí de la diáspora no es como el nieto del “tano” o del “gallego”, no tiene un verdadero vínculo espiritual con América y no es, por lo tanto, criollo. Es israelí al 100%, lo es ideológicamente y sin dudarlo.
El israelí de Israel —el que ya está allí, probablemente allí nació y allí está para recibir a los que de aquí se van, les pone un fusil entre manos y los manda a matar palestinos— sabe que eso es así, sabe que los advenidos de la diáspora también son un 100% israelíes en su conciencia y en su corazón. ¿Y entonces por qué Israel insiste en hablar de “argentinos israelíes” o de “uruguayos israelíes”, por ejemplo, si sabe que esa no es la verdad? ¿Por qué no los reivindica totalmente para sí?

He ahí el truco: Israel lo hace, reivindica como israelíes a todos los nacidos en la diáspora, hace todo lo posible para que jamás vuelvan a los países en los que nacieron y para eso los trata como si hubieran nacido en Israel, salvo cuando el individuo en cuestión muere con el fusil en la mano durante algún combate en las numerosas guerras que implican a Israel. Cuando eso ocurre, Tel Aviv habla del soldado caído como “argentino israelí”, “brasileño israelí”, “estadounidense israelí”, “francés israelí”, etc., es decir, saca a colación la nacionalidad doble que en vida ese soldado no ejerció porque siempre fue un 100% israelí. ¿Por qué?
Por una cuestión simple cálculo. La noticia de que un soldado israelí cayó en combate a manos de Hamas o de Hezbolá no genera nada en Argentina, ni siquiera es noticia, salvo que ese soldado sea “argentino israelí”. Lo que Israel busca es fabricar la solidaridad de todos los países, o al menos de la mayor cantidad posible de países, a su causa particular. Y lo hace implicando a la gente de esos países emocionalmente en dicha causa anunciando con bombos y platillos que un connacional suyo murió defendiéndola. El alma débil y fácilmente impresionable suele comprar desde la indignación por la muerte injusta (toda muerte lo es, por cierto, sobre todo para quienes no conocen las circunstancias en las que ocurre) de un compatriota y terminan asociando una cosa con la otra hasta simpatizar con la causa israelí.
Lo que las almas débiles no comprenden ni podrían comprender porque no se les explica la cosa es que allí no hay ningún compatriota, sino alguien que voluntariamente recusó serlo y optó por ser otra cosa. Ilán Cohen, quien tenía además nombre y apellido de israelí, como se ve, optó por no tomar la nacionalidad del país en el que nació por considerar accidental el hecho de ese nacimiento y optó, a continuación, por adquirir ideológicamente la nacionalidad israelí. ¿En qué sentido podría ser un sujeto como Ilán Cohen argentino? Cohen cometió un error, confundió religión y etnia con nacionalidad y al hacerlo, puesto que la Argentina no es un país cuyo criterio de pertenencia nacional es religioso ni étnico, eligió ser israelí y eligió tomar armas bajo esa bandera.

El alma débil no entiende eso y llora a Ilán Cohen como si fuera uno de los suyos, piensa en un argentino caído en combate y allí ganó Israel, instaló exitosamente el curro de la “doble nacionalidad” allí donde esa duplicidad jamás existió de hecho. Y con la idea instalada va reclutando en todos los países adeptos a su causa, que es una causa genocida y profundamente imperialista. Con el curro de la “doble nacionalidad” Israel logra convertir a individuos pacíficos que abominan el mal y jamás apoyarían nada que se parezca a un genocidio en cómplices de uno bien grande.
La doble nacionalidad simplemente no existe, uno siempre es nacional de una sola nación: de la que elige conscientemente al sentir propio el sistema cultural de dicha nación. Ilán Cohen, que en paz descanse, pudiendo optar por ser argentino eligió la nación de los israelíes. Lo hizo seguramente con criterios equívocos como los de la religión y de la etnia supuesta, pero lo hizo y en consecuencia murió armado y pertrechado, defendiendo en una trinchera los intereses nacionales de Israel.
Argentina y los argentinos no tienen nada que ver con eso y mucho menos tienen relación alguna con lo que Israel hace. Y al argentino criollo que no se va o vuelve si se tiene que ir le conviene comprender muy bien todo esto si no quiere importar de una zona de guerra unas “roscas” que le son ajenas y muy, muy peligrosas.