El día que cayó la Unión Soviética

Una infamia que Occidente quiere olvidar, pero que ha determinado la geopolítica en los últimos treinta años. La desintegración de la URSS y del bloque socialista en el Este pusieron la hegemonía unipolar en manos de los Estados Unidos y el poder en manos de las corporaciones.
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Después de seis años de convulsiones continuas había llegado la hora de sellar de manera simbólica el fin de una época: el 25 de diciembre de 1991 se produjo la renuncia televisada de Mijaíl Gorbachov; sin dejar pasar mucho tiempo se arrió del mástil principal del Kremlin la bandera de la Unión Soviética y se reemplazó por la bandera de la República Federativa de Rusia, que había sido aprobada unos meses antes.

Finalmente, el 31 de diciembre se inauguró oficialmente la Confederación de Estados Independientes (CEI), integrada por nueve de las antiguas repúblicas de la URSS.

A diferencia de lo ocurrido dos años antes con la caída del Muro de Berlín, en esta ocasión no más de 3000 personas salieron a la calle a festejar. Cuando los canales internacionales de televisión registraron el acontecimiento la escena mostraba una presencia mayoritaria de turistas; incluso los fuegos artificiales fueron provistos por la televisión alemana para animar la transmisión.

En su mensaje, el presidente ruso, Boris Yeltsin, se dirigió al pueblo ruso sin la presencia de miembros del gobierno, funcionarios o dignatarios de la iglesia. Dijo que el futuro se presentaba duro para todos, que habían heredado una tierra devastada, “pero no era Rusia la que había sufrido una derrota, era la idea comunista la derrotada, un experimento al cual fue sometido el país”. Pasaba por alto que durante la mayor parte de su vida había sido un obediente apparatchik. En ningún tramo del discurso hizo referencia a su antecesor; no solo habían tenido a lo largo de los años innumerables desavenencias, sino que el presidente de Rusia estaba profundamente disgustado por el discurso en el cual Gorbachov anunció su renuncia, ya que este se refirió a los logros que se habían alcanzado durante sus años de gobierno en términos de libertad y democracia y manifestó su disconformidad con el desenlace de los acontecimientos.

El resentimiento de Yeltsin llegó aún más lejos: Gorbachov fue declarado persona no grata en los círculos oficiales de Moscú. Un diario publicó que Gorbachov había autorizado a la KGB a que espiara al futuro presidente. Uno de los dirigentes que compartió esos años con ambos llegó a afirmar que Yeltsin albergaba un “profundo odio” hacia Gorbachov. Por su parte, en sus memorias, Gorbachov afirma que “las circunstancias que rodearon su partida fueron de las más incivilizadas, herencia de las peores tradiciones soviéticas” y da cuenta de la larga serie de desplantes a los que fue sometido.


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