Entre las categorías más clásicas de la ciencia política en el siglo XX se encuentra la del “Efecto Le Pen”, muy utilizada para explicar en la práctica cómo actúan los altos niveles de imagen negativa combinados con núcleos duros cristalizados en el sistema electoral en dos vueltas. El “Efecto Le Pen” es la propia explicación práctica, como veremos, de por qué existe el ballotage en las elecciones.
La segunda vuelta electoral se realiza allí donde ningún candidato logra una mayoría calificada de los votos. En algunos países como Brasil, por ejemplo, esa mayoría requerida para resolver una elección en primera vuelta es del 50% más uno de los votos válidos, algo muy difícil de lograr en ese país. De hecho, desde la recuperación de la democracia y la realización de las primeras elecciones directas después de promulgada la nueva Constitución en 1988, solo Fernando Henrique Cardoso fue capaz de superar el umbral mínimo exigido y ganar en primera vuelta. Y además lo hizo dos veces consecutivas, en 1994 y 1998. Todos los demás presidentes electos, con el popular “Lula” da Silva incluido, tuvieron que confirmarse en el ballotage.
En la Argentina la ley electoral es más laxa en ese sentido, admitiendo como mayoría suficiente para ganar en primera vuelta el 45% más uno de los votos válidos y hasta el 40%, siempre y cuando ese porcentaje se logre con 10 puntos de ventaja sobre el segundo candidato con más votos. En estos casos no existe la necesidad de una segunda vuelta electoral.
En teoría, el ballotage existe para que el candidato ganador sea electo con un mínimo de legitimidad, es decir, para evitar que un presidente tenga que iniciar su gobierno con pocos votos. La legitimidad de origen de un gobierno suele asociarse con su caudal electoral y es precisamente por eso que en aquel 2003 de enorme fragmentación política se decía que, ante la desistencia de Carlos Menem, el nuevo gobierno de Néstor Kirchner nacía débil al triunfar con un escaso 22% de los votos.

Pero en la práctica el ballotage es una garantía del sistema, una especie de barrera de contención contra los llamados outsiders o aventureros. Es en los escenarios de gran fragmentación donde suele ocurrir que un candidato o parcialidad con piso muy alto y techo muy bajo obtenga alrededor de un tercio de los votos, más que cualquiera de sus contrincantes. Para evitar que candidatos así ganen las elecciones y trastornen el sistema es que existe el ballotage.
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