De acuerdo con el diccionario de la Real Academia Española, la institución que controla la evolución de un idioma hablado por aproximadamente unos 600 millones de individuos en todo el mundo asegurando la unidad lingüística de la hispanidad, en sus dos acepciones oficiales un enigma es un enunciado de sentido artificiosamente encubierto para que sea difícil de entender o interpretar y luego una realidad, un suceso o un comportamiento que no se alcanzan a comprender, o que difícilmente pueden entenderse o interpretarse. Ambas acepciones vienen como anillo al dedo para definir el ascenso de Claudia Sheinbaum, quien el pasado domingo 2 de junio resultó electa y será presidente de México por los próximos seis años en reemplazo del saliente Andrés Manuel López Obrador. Sheinbaum es un verdadero enigma para quienes observamos la política de México desde otros países de América hispana, aunque al parecer también lo es para los mexicanos.
Un enigma que llega a la presidencia del segundo país más importante de nuestra región de la mano del propio López Obrador como sucesión exitosa de este en el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena). Después de gobernar durante seis años con la transformación de la política mexicana como mascarón de proa, López Obrador logró construir con relativa comodidad una sucesora en Claudia Sheinbaum. Esta dirigente que ahora se hace conocida en todo el mundo por llegar a la primera magistratura tiene como principal antecedente el haber sido alcalde —lo equivalente al cargo de intendente o jefe de gobierno en estas latitudes— de la Ciudad de México entre el 2018 y el 2023. Y no es ninguna nimiedad: con casi 10 millones de habitantes, la capital mexicana es la aglomeración urbana más grande de Hispanoamérica y la octava más grande del mundo, una urbe muy compleja y problemática que requiere de mucha gestión política para no colapsar.
Gestión política es lo que al parecer no le falta a Claudia Sheinbaum. A sus 61 años, Sheinbaum tiene cierta trayectoria como funcionaria del poder ejecutivo, inicialmente en la gestión del propio López Obrador mientras este fue intendente de la ciudad capital entre el 2000 y el 2006. Sheinbaum se desempeñó como secretaria de Medio Ambiente del Distrito Federal de México en esa gestión y luego fue jefa de la delegación de Tlalpan, la mayor alcaldía regional de la capital mexicana y donde se concentra alrededor del 20% de la población de ese gigantesco distrito. La nueva presidente de México no se postuló jamás a una banca de legislador, siempre funcionó en la política desde el lugar del ejecutivo y por el prospecto, a juzgar por ese curriculum, Sheinbaum parece estar al menos mínimamente preparada para ejercer el gobierno del decimotercero país más extenso y el décimo más poblado del mundo, una entidad nacional clave en la geopolítica sobre todo por su cercanía a los Estados Unidos.

Lo está, en principio, en la opinión de López Obrador, el presidente que el próximo 1º. de octubre deberá pasarle la banda presidencial. Aunque los medios de difusión dominantes hacen coro por estos días para jurar que Sheinbaum no es un “delfín” de López Obrador, la verdad es que el saliente mandatario fue quien más hizo fuerza para que Morena la nominara como candidata para las elecciones del pasado 2 de junio. López Obrador dice estar convencido (y no podría ser de otra forma) de la capacidad de gestión política de Claudia Sheinbaum y hace una apuesta que en cierto sentido es parecida o directamente igual a la que en su momento hizo Luiz “Lula” da Silva en Brasil al imponer como sucesora a Dilma Rousseff, quien fuera ministra de Energía y jefa de Gabinete en su gobierno y su fiel colaboradora histórica en el Partido de los Trabajadores. El primer dato duro de la realidad es que López Obrador emula a “Lula” da Silva, aunque desde luego con la esperanza de cosechar unos resultados algo distintos.
Dilma Rousseff nunca fue del todo aceptada por el establishment político de Brasil y fue eventualmente destituida al cambiar las circunstancias en medio a una guerra judicial que terminó retrasando el desarrollo del país en varios años. El primer dato de la realidad también indica que, al igual que Dilma Rousseff, Claudia Sheinbaum es la primera mujer en llegar a la presidencia de la nación. Tanto en Brasil como en México y en todos los demás países de nuestro continente —los Estados Unidos incluidos— existe una cultura política que no está acostumbrada a ubicar a una mujer a la cabeza del poder ejecutivo nacional. En los Estados Unidos eso de hecho jamás ocurrió, pasa por primera vez ahora en México y todo análisis político de aquí en más deberá tener en cuenta este primer dato a la hora de sacar conclusiones. Va a ser muy importante observar el nivel de hostilidad del establishment mexicano hacia Claudia Sheinbaum a partir del 1º. de octubre y durante los seis años proyectados de su mandato.
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