El estatuto legal del coloniaje

Mientras la rosca política interna es colmada por firuletes ideológicos en una grieta donde ya nadie entiende muy bien qué es lo que se discute, avanza en la política real el consenso alrededor de la recolonización de la Argentina por parte del poder fáctico estadounidense. En el marco de una III Guerra Mundial que ya está en curso, aunque tarda en declararse formalmente, los Estados Unidos necesitan tener el control de los recursos de nuestro territorio para sostener una posición de privilegio respecto al bloque oriental que asciende. Y al igual que el imperio británico en su momento, los colonialistas de Washington quieren la legalización de su estatuto del coloniaje para dejar la vaca argentina muy bien atada.
202210 5 00 b

Tras el golpe de Estado que en septiembre de 1955 derrocó al gobierno peronista y fue legitimado por la historia oficial llamándose “Revolución Libertadora”, Arturo Jauretche se encontraba refugiado en Montevideo allá por el año 1956. Desde ese exilio, Jauretche le escribía en cierta ocasión a Ernesto Sábato una carta en la que le recriminaba al intelectual devenido en golpista el intentar “resolver las ecuaciones de la historia por el camino de las aberraciones mentales y psicológicas”. En concreto, Jauretche reprochaba a Sábato lo publicado por este en El otro rostro del peronismo, un libro escrito con el solo fin de hacerles el caldo gordo a los antiperonistas de la “fusiladora” mediante la afirmación de que el peronismo se había fundado diez años antes sobre el resentimiento de las masas populares. Esa aseveración a todas luces arbitraria, cuyo fin fue el sumar falacias al esfuerzo de desperonización, molestó muchísimo al gran pensador de lo nacional y motivó el envío de la carta en cuestión, la que aparece luego publicada en la forma de nota al pie en Los profetas del odio y la yapa ese mismo año infausto de 1956.

La carta es una breve diatriba dirigida por Jauretche a un Sábato que en 1955 se había enrolado en las filas golpistas y que, desde ese lugar, miraba al peronismo con los ojos de un gorila, ignorando que las masas populares al abrazar a Juan Domingo Perón habían sido interpeladas por la esperanza y no por un vulgar resentimiento. Pero la misiva también es un valioso documento histórico en el que Jauretche deja como legado a la posteridad la definición sintética de la influencia británica en nuestra política y del proyecto político de una oligarquía que siempre funcionó como personera cipaya de los intereses coloniales en estas latitudes. La correcta interpretación de las palabras que Arturo Jauretche le dirige a Ernesto Sábato en esa carta es la clave para comprender toda la historia argentina posterior a 1810 hasta la actualidad, incluida en ello la presente coyuntura.

Lo que Jauretche le dice a Sábato es que la clase dominante oligárquica sostiene un orden ahistórico de atraso colonial ajustado a los intereses de otros, un proyecto político agroexportador que resulta en un país para pocos y cuyo destino es el de “granero del mundo” en atención a las necesidades de las potencias centrales, pero sobre todo en desmedro de la soberanía, la dignidad y el bienestar material de los criollos de aquí. “Cualquier ensayo de la realidad argentina que prescinda del hecho fundamental de nuestra historia”, escribe Jauretche, “es solo un arte de prestidigitación que hurta los términos del problema, que están dados por la gravitación británica en sus tres etapas”. El hecho fundamental al que alude Jauretche es la condición colonial y, a renglón seguido, el gran patriota enumera las tres etapas de esa condición, que son el intento de balcanización del territorio, la creación de las “condiciones de granja” mediante el fomento de un “progreso” exclusivamente entendido como desarrollo agrícola y ganadero y, finalmente, la oposición a la integración industrial y comercial de la economía argentina para garantizar las condiciones óptimas de una organización social “de grandes señores, peones de pata al suelo y una clase intermedia de educadores, profesionales y burócratas para su instrumentación”.

Ernesto Sábato le entrega a Raúl Alfonsín el informe final de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP). Después de participar en el golpe de 1955 y darle la mano a Videla, Sábato logró presidir la CONADEP, dando otra demostración de su habilidad para caer siempre parado. Arturo Jauretche no vivió para presenciar esta absurda escena, pero de haberlo hecho difícilmente se habría sorprendido. Sábato siempre fue un gran gorila, un antiperonista en un sentido estricto.

He ahí lo esencial, la clave propiamente dicha. Mediante la reacción o la acción regresiva de una oligarquía que impedía el desarrollo industrial, la diplomacia británica se aseguraba en ese momento el control de un territorio balcanizado y convertido en granja para la satisfacción de sus necesidades estratégicas en los rubros de alimentos, materias primas y combustibles. Esa es la definición más sintética y precisa del proyecto político colonial de la oligarquía cipaya en todos los tiempos, por lo que años más tarde el propio Jauretche dirá en Política nacional y revisionismo histórico, palabras más o menos, que dicho proyecto preveía la existencia de una población ínfima y socialmente organizada de la siguiente forma: un reducido grupo de familias oligárquicas dueñas de todo, una “clase intermedia” dedicada a la administración de los negocios de aquel grupo de familias y del Estado —lo que en la práctica vendría a ser la misma cosa— y, véase bien, una masa de “peones pata al suelo lo más cercano posible al infraconsumo”.

Ese es el ordenamiento de una economía primaria en el clásico esquema agroexportador que por definición no está diseñado para generar los puestos de trabajo suficientes para todos y, en consecuencia, condena necesariamente a enormes mayorías populares a la marginalidad y a la exclusión. Es el esquema de cualquier nación africana y ese no es un proyecto de país, sino de colonia. En una prosaica carta a un intelectual orgánico del enemigo, Jauretche expone de una vez y para siempre la estrategia imperialista de sometimiento por una clase dominante que en realidad es subalterna, esto es, la imposición ab extra de una oligarquía reaccionaria que responde a los intereses foráneos y arrastra en el proceso a todo un pueblo-nación a la miserable condición colonial. Pero no fue en 1956, sino muchísimo antes, cuando estas observaciones jauretcheanas empezaron a aparecer frente a los ojos de una opinión pública que habría de olvidarlas para repetir su historia una y otra vez.


Este es un contenido exclusivo para suscriptores de la Revista Hegemonía.
Para seguir leyendo, inicie sesión o suscríbase.

No puedes copiar el contenido de esta página

Scroll al inicio
Logo web hegemonia

Inicie sesión para acceder al contenido exclusivo de la Revista Hegemonía

¿No tiene una cuenta?
Suscribase aquí

¿Olvidó su contraseña?
Recupérela aquí.

¿Su cuenta ha sido desactivada?
Comuníquese con nosotros.