Al calor del movimiento popular que exigía elecciones directas en Brasil luego de dos décadas de dictadura, que ya se hacían largas, la apertura democrática entregada en transición y a regañadientes por el General João Baptista Figueiredo tenía su clímax en abril de 1984, aunque no precisamente de la manera deseada entonces por las mayorías populares. La dictadura iba retirarse luego de haber impuesto cambios profundos en el país en 21 años, pero no iba a permitir la realización de elecciones directas ya en 1985 y así los brasileños iban a ser privados de darse directamente un gobierno en plena democracia. Las elecciones de 1985 serían indirectas, esto es, limitadas a un colegio electoral conformado por legisladores (diputados y senadores nacionales, además de delegados de las legislaturas de los Estados de la federación, lo equivalente a las provincias argentinas) electos tres años antes en la primera etapa de la apertura democrática. Fracasaba así en su objetivo central el movimiento “Directas Ya”.
El pueblo no pudo votar al retirarse el gobierno militar en 1985 y el primer gobierno civil desde 1964 no iba a tener la legitimidad del voto popular, lo que tendría consecuencias. La primera de esas consecuencias fue la necesidad de acuerdos parlamentarios para la presentación de las listas de candidatos, lo que en la práctica de la rosca significó la concreción de todo tipo de negociados a espaldas de las mayorías populares. Lejos de presentarle a la sociedad un proyecto de país de cara a la nueva etapa democrática, para triunfar en el colegio electoral los candidatos debieron ocuparse más bien de entrar en alianzas contra natura y así fue como la dictadura saliente pudo controlar el proceso y hacer la transición de acuerdo a sus propios intereses. Intervenir en la composición de todas las listas en pugna, como se sabe, es el método infalible para garantizar un resultado político más allá del resultado electoral.
Entonces el candidato favorito de los pueblos en ese año de 1985 no pudo ganar las elecciones con el voto popular y tuvo que tejer en el colegio electoral los acuerdos necesarios para ganar con el voto indirecto. Tancredo Neves fue ese favorito, el que sintetizaba en el momento el deseo mayoritario por un gobierno civil de carácter democrático. Neves fue el candidato a presidente de Brasil por el Movimiento Democrático (MDB) y representó en esas elecciones indirectas de 1985 a todos los que desde las más distintas tradiciones ideológicas se habían opuesto a la dictadura, por lo que resultó electo con 480 votos (un aplastante 73%), muchos más que los 180 obtenidos por el candidato de la Alianza Renovadora Nacional (ARENA), Paulo Maluf, quien reivindicaba abiertamente el legado de la dictadura saliente y proponía continuar el proyecto político de los militares en un gobierno civil.

El observador superficial que además no conozca el desenlace de esta historia pensará que con o sin elecciones directas la voluntad popular se impuso, puesto que el candidato electo en 1985 fue finalmente el que venía con un proyecto democrático y no el que, por el contrario, proponía la continuidad civil de la dictadura. Pero conviene no olvidar que, al impedir la realización de elecciones directas, la dictadura forzó en el ámbito parlamentario, en la rosca de la camarilla, la composición de alianzas cuyo contenido no necesariamente iba a representar los intereses de los pueblos. Y eso fue justamente lo que ocurrió con el MDB en aquel 1985 de la apertura democrática tutelada: para ganarle a la ARENA en el colegio electoral, Tancredo Neves se vio obligado a hacer muchas concesiones a sectores que nada tenían —ni tienen ahora, ya que siguen existiendo en la política de Brasil— de democráticos. Una de esas concesiones fue el lugar de la vicepresidencia.
Para ganar aquellas elecciones fue necesario un frente lo más amplio posible y Neves amplió tanto su alianza que formó no solo una verdadera “bolsa de gatos” con dirigentes representativos en la política real de intereses contradictorios entre sí, sino que además hizo que el MDB en la Alianza Democrática tolerara en su seno a dirigentes afines a la dictadura, o que los propios militares habían ubicado en la Alianza Democrática para hacer aquello de no poner todos los huevos en una misma canasta. Neves se metió en la cama con el enemigo designando como candidato a vicepresidente al oligarca norteño José Sarney, quien hasta hace pocos años fue en Brasil un superpesado de la política. Afiliado a la ARENA hasta 1984, José Sarney hizo buena parte de su carrera política a la sombra de la dictadura militar, llegando a ser gobernador y luego senador. Sin embargo, a pocos meses de las elecciones de 1985 y tras dos décadas de participar activamente como dirigente en la dictadura, Sarney se afiliaba súbitamente a un MDB al que había combatido e incluso reprimido. ¿Un cambio radical de bando? ¿Por qué?
Este es un contenido exclusivo para suscriptores de la Revista Hegemonía.
Para seguir leyendo, inicie sesión o
suscríbase.