El jefe de la nueva hegemonía

Con todos los pronósticos confirmados y Sergio Massa finalmente ungido como el candidato “del consenso” en el frentetodismo reciclado como Unión por la Patria, empieza en la Argentina un nuevo ciclo político que, al parecer, será también una nueva hegemonía para los años venideros. Nace el massismo como fuerza política con vocación de cerrar la grieta uniendo a los dirigentes en torno a un proyecto político determinado: el proyecto de las élites globales y sus corporaciones en el marco de la III Guerra Mundial en curso. La geopolítica es determinante para nuestra política de cabotaje y después de muchos años habrá otra vez un rumbo definido. ¿Buena o mala noticia para los argentinos? Pues depende del ángulo de observación y de una infinidad de variables que a partir de ahora empiezan a discutirse.
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Poco más de 24 horas después de ser ungido como candidato de una falsa unidad en el Frente de Todos reciclado, que tiene ahora Unión por la Patria como nombre de fantasía, Sergio Massa daba nacimiento al neomassismo —a la combinación del propio massismo y del kirchnerismo tardío— con un bautismo épico. En un acto realizado en el Aeroparque Jorge Newbery que contó con la presencia de Cristina Fernández, de toda la plana mayor del kirchnerismo e incluso con lo que queda de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, Massa anunció la recuperación simbólica de un avión que se utilizó durante la última dictadura para realizar los llamados “vuelos de la muerte”. La aeronave fue adquirida y restaurada para emplazarse luego en el predio de la antigua Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) y será un símbolo de la causa de los derechos humanos, que ha sido central en el discurso político en la Argentina en los últimos cuarenta años.

Lo primero que se deduce de la descripción del acto y sus finalidades es que Massa inició su campaña electoral llevando a cabo la inteligente maniobra de apropiarse simbólicamente de una causa que es prácticamente sagrada para la totalidad de un kirchnerismo al que pretende absorber. Mediante el ingenioso y a la vez ya gastado ardid de ponerse al frente de las demandas de los representados, una estratagema central en el pensamiento de ciertos intelectuales orgánicos como Ernesto Laclau, Massa puso el primer ladrillo en la construcción de un edificio: el del massismo como hegemonía en una nueva era que empieza. Pero para empezar esa construcción Massa necesita del capital inicial que es precisamente el kirchnerismo tardío, una minoría militante numerosa y muy intensa que se ha quedado huérfana de liderazgo al retirarse Cristina Fernández.

De un modo muy simplificado, el plan de Sergio Massa podría resumirse en asumir una herencia política que probablemente habría quedado vacante en la lucha por la sucesión entre los interesados. Y luego utilizar esa herencia a modo de capital inicial en la construcción de algo mucho más grande que la herencia en sí misma. Massa necesita el trasvase inmediato de la minoría intensa kirchnerista para sumarla al massismo propio y con eso ir a luchar la batalla electoral, una batalla que hoy por hoy es una cuestión de colarse en un ballotage. Allí, en una segunda vuelta que probablemente estará teñida por una apatía que es casi anomia, Massa pretende hacerse votar por su núcleo duro y por el núcleo duro del kirchnerismo, por supuesto, pero fundamentalmente quiere hacerse votar por gente que no es massista ni es kirchnerista, hacerse votar no por ser el mejor candidato ni por tener el mejor programa. Massa quiere hacerse votar por la mayoría de los electores simplemente por exclusión, por ser el menos malo, el “malo conocido” o porque los demás son directamente inviables.

Con las lágrimas de Malena Galmarini quedó bautizado el nuevo massismo en la combinación del kirchnerismo tardío en proceso de disolución y el massismo de siempre. El acto realizado en el Aeroparque Jorge Newbery tuvo la presencia de Cristina Fernández en el rol de reina que abdica y la temática de los derechos humanos, sacramentando así el traslado del capital político del kirchnerismo al bolsillo de Massa. Al hacerse con la principal bandera histórica de los kirchneristas y al recibir la unción de la conductora saliente, Massa envía a los soldados la señal inequívoca de que se ha constituido en el nuevo jefe del espacio hacia el futuro.

Nada de eso es muy complejo ni está fuera del alcance de la comprensión del observador promedio. Es lo que describíamos en estas páginas, en la 64ª. edición de esta Revista Hegemonía, es la ingeniería electoral de Sergio Massa para quedar entre los dos más votados en octubre y luego ganarle a su rival en noviembre por descarte. Massa no tiene ningún logro para presentarle al pueblo argentino más que el de haber diferido un estallido económico y social que debió haber ocurrido en julio del año pasado. Más allá de eso, Massa llega a estas elecciones siendo el ministro de Economía de un país al borde de la hiperinflación y con aproximadamente la mitad de su población por debajo de la línea de pobreza. ¿Toda esa catástrofe se dio durante la gestión de Massa como ministro? De ninguna manera, pero Massa tampoco hizo mucho desde ese lugar por mejorar la situación.

No, Massa no tiene logros rutilantes de gestión para mostrar y llega a las elecciones como candidato de un oficialismo fracasado, desmoralizado y en retirada. Por lógica, Massa tendría que obtener una votación muy exigua, desde luego insuficiente para llegar al ballotage. En las condiciones de una política normal un Massa cuya gestión como ministro de Economía estuvo promediando la mediocridad del gobierno al que representa sería inviable como candidato, desde luego, pero las condiciones de la política argentina distan muchísimo de ser normales. La política argentina normalmente es muy identitaria y lo es mucho más todavía en los tiempos que corren: hay una buena parte del electorado dispuesto a definir su voto no en base a la observación de la realidad o al programa de los candidatos, sino en base al color de la camiseta del candidato al que vota. Y eso es lo central en esta ingeniería electoral massista.


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