En una reciente entrevista con el medio digital Sputnik, el filósofo, escritor y analista geopolítico ruso Aleksandr Dugin hizo avanzar un paso más el análisis de la lucha de civilizaciones entre Oriente y Occidente que se expresa en la que, en palabras del Papa Francisco, es una III Guerra Mundial “en cuotas” con sus conflictos proxy en Ucrania y también ahora en África, además de la consabida guerra comercial entre China y los Estados Unidos. Con una claridad de concepto y una honestidad brutal que ya son sus marcas registradas, Dugin adelantó que el liberalismo se encamina a la catástrofe luego de varias décadas de hegemonía ideológica global y que la propia ideología liberal ya está en su último acto desesperado: la deconstrucción del concepto de humanidad.
De la mente estratégica de Aleksandr Dugin surge la Cuarta Teoría Política, una suerte de relectura del nacional justicialismo peronista desde el punto de vista de los rusos. De hecho, la humanidad —en la opinión del propio Dugin— “solo puede ser comunidad” y Perón es “el profeta ontológico, el único que ha sido capaz de ver profundamente el problema fundamental de la humanidad, que es el del ser”. Desde ese lugar, que coincide con el de la tercera posición nacional justicialista en muchos aspectos, Dugin considera que “no hay hipótesis en la que la actual guerra se detenga mientras Occidente siga queriendo imponer su ideología liberal sobre el resto del mundo”.
En la visión del filósofo ruso, las recientes convulsiones sociales que tienen o han tenido lugar en los Estados Unidos y en Europa dejaron al desnudo una disconformidad creciente de los pueblos respecto a la incapacidad de las instituciones liberales para sortear los fracasos económicos del sistema y, a la vez, llevar a cabo una política exterior estable. Y que mientras eso pasa en Occidente, en las potencias emergentes como Rusia, China y la India, entre otras, empiezan a presentarse como viables las alternativas nacionales para reordenar el mundo. En medio al caos que va dejando la descomposición de la hegemonía liberal de Occidente surge un nuevo orden para la humanidad, basado este ordenamiento en la idea de la comunidad nacional ya prevista en la doctrina del peronismo.
“Ahora queda en evidencia que el liberalismo no tenía soluciones para los problemas que ayudó a crear”, dice Aleksandr Dugin. “Si observamos la perspectiva futurista expuesta en el cine y en el arte de Occidente, no vemos allí ni un solo escenario positivo. Todo es un Mad Max, todo es como en Armageddon, es pura distopía con catástrofe nuclear o ambiental. Por lo tanto, no hay en la cultura occidental una visión de un futuro posible para la civilización liberal que no sea la de una decadencia global. Este es un dato revelador del vacío interior que tiene el liberalismo, una ideología que en su génesis propuso una versión individualista del humanismo y ahora, no obstante, se acerca al transhumanismo y al antihumanismo”.

“Ese es precisamente el contenido de la agenda de Joe Biden y de Kamala Harris (presidente y vicepresidente de los Estados Unidos, respectivamente), la agenda de los progresistas contemporáneos estadounidenses que son abiertamente transhumanistas”, afirma Dugin agregando que “el liberalismo desde sus inicios fue un camino disimulado hacia el abismo” y que dicha disimulación se debió a que el objetivo intrínseco de los liberales siempre fue la destrucción de todas las formas de identidad colectiva como la familia, la religión y la nacionalidad y, finalmente, el reemplazo de todo eso por el individualismo. “Lo que finalmente quieren los liberales es ‘liberar’ a los individuos de su identidad humana, puesto que esta es la última forma de identidad colectiva”.
Para Dugin la descomposición o la degradación del liberalismo empezó a avanzar rápidamente apenas finalizada la Guerra Fría en los primeros años de la década de los 1990. Durante todo el siglo XX anterior a la caída del Muro de Berlín y la disolución de la Unión Soviética, el liberalismo tuvo su competencia ideológica en el fascismo y en el socialismo, razón por la que los liberales debieron mantener ciertas apariencias para granjearse apoyo internacional. “Lo que se ve ahora es que, desaparecidas esas alternativas políticas, el liberalismo global posmoderno se convierte en dictadura, en un sistema totalitario que le impone a la humanidad directamente la adhesión obligada al credo liberal”.
“Si Ud. no es liberal, entonces Ud. está condenado a ser un paria y quedará absolutamente aplastado. Así el liberalismo muestra al fin su verdadera naturaleza totalitaria, deja de ser atractivo y, al no serlo ya, debe imponerse universalmente sin dar explicaciones”, dice Dugin, metiendo el dedo en la más actual de todas las llagas: la ausencia de argumentación en los tiempos que corren acerca del proyecto político del poder fáctico global. Todo en esta posmodernidad distópica es autoritario, se hace mediante la imposición de una narrativa hegemónica, única, que no tolera la disidencia y lleva a cabo una persecución encarnizada contra los individuos, grupos y naciones que se atreven a disentir con la nueva religión globalista.

Sin argumentar, por lo tanto, el liberalismo difunde viejas zonceras —en el decir de Arturo Jauretche, un detractor de los liberales de su tiempo— en las que atribuye a su sistema de ideas el progreso económico y tecnológico de la humanidad. Pero Dugin pone en tela de juicio esas afirmaciones zonzas al observar que todos los supuestos “éxitos” de la ideología liberal tuvieron su correlato de ruina en otros aspectos claves de la organización social. “El liberalismo hizo su ‘progreso’ en base a la destrucción de la comunidad, a la reducción de la cultura y la intelectualidad humanas a una subcultura simplista de reacciones”, sentencia Aleksandr Dugin.
También son para Dugin “comprobadamente falsas” las reivindicaciones de supuesta superioridad económica de los países liberales de Occidente. “Desde fines de los años 1970 China viene registrando un crecimiento rápido en un esquema o modelo político claramente antiliberal. En contraste, muchos países en desarrollo que siguieron las recomendaciones de los organismos financieros internacionales dirigidos por Occidente tuvieron varias décadas de estancamiento económico”. Está claro que entre esos organismos se destaca el Fondo Monetario Internacional y quizá la Argentina sea en las relaciones promiscuas con ese usurero el mejor ejemplo de lo expuesto por Dugin en términos no solo de estancamiento, sino de caída al abismo por seguir las “recomendaciones” del liberalismo occidental.
Aunque el liberalismo todavía es practicado y hasta reverenciado en países del Occidente colectivo, en la opinión de Dugin la dominación ideológica liberal “está perdiéndose gradualmente” y Moscú tiene mucho que ver con eso al acelerar el proceso de descomposición. La operación militar especial que Rusia lanzó sobre Ucrania escaló rápidamente hacia una lucha generalizada contra la supremacía geopolítica de Occidente. “Al buscar la victoria”, dice Aleksandr Dugin, “el Estado ruso se impuso a sí mismo la obligación de romper completamente con el nihilismo profundo y con la naturaleza tóxica del sistema liberal de Occidente y luego de redescubrir su verdadera identidad civilizatoria”.

“No es contra Occidente que estamos luchando, sino contra la pretensión de universalidad de Occidente, ese intento de ser la medida de todas las cosas. Luchamos contra la negativa de Occidente a la consideración de que la cultura, el sistema político y la sociedad de Rusia puedan construirse sobre principios propios, totalmente distintos a los del liberalismo”, aclara Dugin. “Occidente no acepta alternativa alguna a sus principios y mientras eso siga siendo así, mientras los occidentales sigan con ese comportamiento, no hay ninguna hipótesis en la que la actual guerra se detenga”. Para los rusos, como se ve y al igual que Perón, esta guerra también es ontológica, es una cuestión profunda de ser o no ser.
Dugin también adelanta que dicho proceso no se dará solamente en Rusia, sino que se expandirá por todo el mundo. “Más temprano que tarde China estará en la misma situación frente a la hegemonía, los países de África y de Medio Oriente ya están despertando y lo mismo pasa en América hispana, en Brasil y en la India. Somos la humanidad, somos la mayoría global que no lucha contra Occidente y sí contra el racismo, la hegemonía y la pretensión de universalidad occidental. Y mientras dicha pretensión siga existiendo nuestra lucha continuará”, concluye el filósofo ruso.
La obviedad es ululante y es que el liberalismo es un pecado mortal para los pueblos-nación que buscan su independencia definitiva para hacer de sí mismos lo que mejor les parezca y no lo que dictan desde los centros del poder global y globalista. Y también que lo antagónico al liberalismo no es ni podría ser el socialismo, pues se trata de hermanos gemelos nacidos de una misma matriz jacobina. La alternativa al liberalismo que hoy sostiene la hegemonía Occidental sobre las neocolonias es la tercera posición nacional justicialista que Aleksandr Dugin llama Cuarta Teoría Política, aunque es tan solo y universalmente la comunidad organizada en la que todos los individuos se realizan y ninguno queda al costado del camino.
Todo está escrito, ya vino el profeta ontológico. Es solo cuestión de volver a leer y de ponerse a hacer.