Después de un año largo de imposición del proyecto neocolonial a ultranza con la necesaria destrucción de lo poco que quedaba de calidad de vida entre las clases trabajadoras medias y populares, el régimen de Javier Milei sigue vigente como si ni un solo día hubiera pasado desde el 10 de diciembre de 2023. En estos casi 14 meses desde entonces mucho se ha especulado sobre una hipotética caída en la valoración positiva del presidente y del régimen mileísta como un todo, aunque eso no se verifica en la práctica. Con una velocidad inusitada que ni Mauricio Macri ni Alberto Fernández pudieron imponer cuando les tocó el turno para hacer la demolición, Milei transformó a la Argentina en un país cuesta arriba para el pueblo sin que dicha transformación revirtiera para él en costo político alguno. La verdad objetiva es que, en términos políticos concretos, Milei está hoy aún más fuerte que al asumir la presidencia.
Lo está porque además pudo en este tiempo hacer la construcción política que no tuvo ni necesitó tener para ganar las elecciones. Habiendo asumido en diciembre de 2023 con un discurso pronunciado de espaldas al Congreso, con el fin de simbolizar que no tenía ilusiones de dominar el parlamento y pensaba en consecuencia gobernar por decreto, en un año Milei descubrió que dejando la cuestión de la cooptación de voluntades en manos de sus operadores la trama podía tejerse. Ahora Milei tiene el apoyo suficiente en ambas cámaras para avanzar con prácticamente cualquier reforma y, por lo tanto, está políticamente más fuerte que hace un año. Milei tiene más o menos el mismo nivel de apoyo popular que en 2023 —mal que les pese a quienes le pronosticaron una vida corta— y además tiene en su bolsillo a esos mismos diputados y senadores que en un principio prometían serle hostiles.
Esa es la realidad efectiva más allá de las expresiones de deseo de quienes no saben analizar la política y piensan que la opinión militante ideologizada mueve el amperímetro. Es lamentable, sin lugar a duda, que esté tan fuerte un régimen cuyo objetivo primario o directamente único es el desguace de la Argentina para su posterior remate en una mesa de saldos, pero no por triste deja de ser cierto. Y los “analistas” que no saben analizar, en vez de observar la realidad para sacar las conclusiones del caso, intentan adaptar esa realidad a sus hipótesis insistiendo en que el régimen de Milei es débil, que solo se sostiene mediáticamente y que en cualquier momento va a derrumbarse solito, como por arte de magia. Pero nada de eso va a ocurrir mientras Milei tenga la bendición de un establishment político que lo sentó en el sillón para que haga precisamente lo que está haciendo.

Lo que los “analistas” no ven es eso, es el pacto hegemónico que la política argentina suscribió con el fin de imponer las reformas exigidas por el poder fáctico en el marco de un reordenamiento geopolítico a escala mundial. Nuestros “analistas” de las expresiones de deseo se agarran de la opinión de la militancia sobreideologizada para concluir que Milei pende de un hilo, pero ignoran aquello que es verdaderamente decisivo: la voluntad de los dirigentes. Nadie se ocupa de indagar en el reverso de la trama para saber por qué tantos intendentes, gobernadores, diputados, senadores y demás jefes políticos se han plegado a un régimen mileísta al que habían jurado combatir y que ahora sostienen apasionadamente por cuenta y orden de un poder fáctico global que está por encima de todos ellos y parecería ser invisible.
Estas son las razones por las que nadie entiende cómo un régimen cipayo y autoritario como el de Milei puede sostenerse con tanta fortaleza política, sin ningún cuidado del estrago que está causando y que seguramente va a repercutir con efectos muy deletéreos en el mediano y en el largo plazo. Nadie entiende cómo puede ser eso, la opinión pública está absolutamente confundida y la responsabilidad la tienen los intelectuales que no saben, no pueden o no quieren hacer un correcto análisis de la realidad política para que el pueblo esté mejor informado. La intelectualidad argentina en su casi totalidad fue tragada por la grieta y lo único que hace es gritar aquellas consignas ideológicas que mejor se ajusten al extremo al que se afilia cada intelectual “analista” del momento. Dicho de otro modo, el análisis político ya no existe, fue reemplazado por la opinión subjetiva.
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