Minutos después de que Sergio Massa reconociera la derrota con un gesto de resignación extrañamente veloz, atípico del aparato electoral llamado peronista, el candidato electo Javier Milei sorprendió a todos no tanto por su discurso de la victoria, que fue ordinario, sino más bien por la estética de la puesta en escena que sus colaboradores armaron para que dicha alocución tuviera lugar. Confirmando su admiración mimética y culturalmente cipaya hacia los Estados Unidos de América, Milei tuvo como telón de fondo una pantalla azul en la que se veía un símbolo muy similar al sello presidencial de aquella potencia global. En lugar de la famosa águila calva se dispuso un pictograma representando lo que al parecer es la Casa Rosada, alrededor del que se leían las palabras “presidente electo, República Argentina” en vez de “sello del presidente de los Estados Unidos de América”. Algo ciertamente nunca visto en estas latitudes.
Esa mímesis de cipayismo explícito evidentemente tuvo rápida repercusión entre los simpatizantes civiles del mileísmo, los mal llamados “libertarios”, quienes en las redes sociales multiplicaron la difusión del símbolo hasta el infinito, en la mayoría de los casos intuyendo la similitud estética con la simbología oficial de los Estados Unidos sin llegar a comprenderla del todo. Sea como fuere, lo cierto es que la “sorpresa” preparada por los asesores de Milei para el primer discurso de su líder como presidente electo resultó ser un rotundo éxito de taquilla a partir de la lectura magistral del sentido común de buena parte de los electores y fanáticos mileístas. Empezaba allí una etapa en la que un gobierno electo en Argentina asumía sin intentar ocultar, sino más bien ostentando, con orgullo y como bandera, la sumisión política ya desde lo estético a una potencia extranjera.
Esa gran novedad del cambio de época actual fue rápidamente confirmada al viajar el propio Milei a los Estados Unidos a los pocos días de conocerse el resultado definitivo de las elecciones. Junto a su infaltable hermana —a la que Milei llama por el revelador apelativo de “El Jefe”—, Luis “Toto” Caputo y Gerardo Werthein, quienes se anunciaban en la previa como ministro de Economía y embajador en Washington del nuevo gobierno, respectivamente, Milei no perdió la oportunidad de hacer un gran despliegue de simbología judía durante la primera escala en Nueva York, lo que también confirmó algo que se veía venir hace ya varios meses: su intención de alinearse en relaciones carnales no solo con los estadounidenses, sino además con un Estado de Israel que en estos días lleva a cabo una limpieza étnica en Palestina. Y así, en el plano de lo simbólico, Javier Milei hizo todo aquello que se esperaba de él antes de asumir.

Pero no todas fueron rosas para sus seguidores de a pie que depositaron su voto hace tan solo unos pocos días y se pusieron al hombro la campaña de Milei en la esperanza de ver reeditado en la Argentina algo del trumpismo estadounidense y del bolsonarismo brasileño. Al llegar a Washington luego de la extravagante visita a una sinagoga neoyorkina, Milei fue a almorzar no con Trump, que era lo que los suyos hubieran deseado, sino con un Bill Clinton que es un verdadero ícono del “progresismo” demócrata yanqui y antitrumpista. Según la normalmente sospechosa crónica periodística, Milei habría causado una muy buena impresión en los dirigentes subalternos del Partido Demócrata que lo recibieron en representación de Joe Biden, lo que a su vez revelaría sus intenciones de acercarse a quien probablemente será el rival de Trump en las elecciones del próximo año.
Para disgusto y sorpresa de sus seguidores civiles, claro, aunque no así para quienes conocen las inclinaciones nacionalistas y antiglobalistas de Donald Trump y a la vez comprenden que la verdadera afiliación de Milei, más allá del discurso demagógico que hizo para instalarse, está muy lejos de eso. Al ser un títere del poder fáctico global, Milei funciona como un engranaje en la ingeniería social que ese poder impone para atar aquí la vaca de los recursos naturales del territorio y no tiene realmente voluntad propia. Ni siquiera puede emular a Jair Bolsonaro, quien en su tiempo y con cierto nivel de soberanía eligió con quién alinearse en el tablero de la geopolítica. Milei no elige, solo obedece órdenes y, en consecuencia, aquellas bravatas trumpistas de la campaña son eso mismo, bravatas para la tribuna. Humo.
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