De acuerdo con el diccionario de la Real Academia Española, que es una cosa implacable, dícese en nuestro idioma de un “fenómeno” que es “toda manifestación que se hace presente a la consciencia de un sujeto y aparece como objeto de su percepción”. La nada misma, como se ve, pues según esta acepción demasiado genérica un “fenómeno” podría ser más o menos cualquier cosa desde el punto de vista de quien lo observa. Un rayo sería así claramente un fenómeno tal como lo entendemos, más precisamente un fenómeno natural. Pero si toda manifestación que aparece como objeto de la percepción subjetiva será también un fenómeno, entonces no habrá que ir a buscar en lo material ni mucho menos en lo grandioso los elementos para llenar la categoría: prácticamente cualquier cosa percibida por el sujeto será un fenómeno de acuerdo con el diccionario oficial del idioma que hablamos unos 400 millones de hispanos alrededor del mundo, puesto que desde el ladrido de un perro hasta el paso a gran velocidad de un avión supersónico todo será un “fenómeno” en tanto y en cuanto sea asimismo una manifestación que se hace presente a la consciencia de un sujeto y aparece como objeto de su percepción.
Pero el diccionario de la Real Academia es implacable porque no da puntada sin hilo. En las cinco acepciones subsiguientes de la voz “fenómeno” aparece la “papa”, esto es, la definición precisa y puntual de aquello que solemos entender por “fenómeno” o de lo que frecuentemente utilizamos en el comentario de la política para intentar explicar lo que en un momento dado no tiene aún explicación. “Cosa extraordinaria y sorprendente” es como define un “fenómeno” en su segunda acepción de seis el diccionario de la Real Academia. Así es Javier Milei frente a la percepción de los analistas de la política que lo observan, es extraordinario porque rompe el molde de lo que se supone debe ser un dirigente político en la actualidad y además es sorprendente, puesto que nadie al parecer lo vio venir. De ahí que llamarlo “fenómeno” no solo es adecuado, sino que en el fondo es la única forma de definirlo hoy para quienes no están en condiciones de entenderlo.

El relativamente joven Javier Gerardo Milei no había nacido aún cuando la dictadura de Juan Carlos Onganía llevó a cabo la Noche de los Bastones Largos y tenía tan solo tres añitos cuando Juan Domingo Perón volvió del exilio a hacerse cargo de la Argentina después de 18 años de proscripción y destierro. Ayer, como se usa decir. Milei nació ayer y no se le conoce participación militante en la política argentina hasta hace prácticamente 15 minutos, que es cuando irrumpe en el escenario de modo extraordinario y sorprendente. Como un fenómeno. Nada se supo de él durante los años del kirchnerismo hasta 2015 y apenas tuvo cierta fama entre los poquitos que siguen la rosca de la política como polemista de televisión en los años del régimen de Mauricio Macri, casi siempre gritando cosas escandalosas para el pacato promedio y tratando de conseguir visibilidad a base de definiciones extremas que están siempre más cerca del meme en las redes sociales que de la política propiamente dicha.
Esa es, por cierto, la aplicación ideal del Teorema de Baglini, según el que los enunciados de un protagonista o candidato a protagonista son más irresponsables cuanto más lejos esté dicho individuo del poder y son, por el contrario, más sensatos y razonables a medida que va acercándose al objetivo. Los primeros años de la existencia de Javier Milei en el debate de lo público fueron los años del grito pelado, de la afirmación temeraria sobre básicamente cualquier tema y del escándalo con el fin de visibilizarse, sobre todo entre los que suelen impresionarse más con la pirotecnia, que son los jóvenes de un modo general. Y así, de polémica en polémica, Milei logró en quizá cuatro años o menos elevarse desde la condición de un total anónimo a ser señalado hoy por las encuestas como potencial participante de un ballotage en las elecciones de octubre de este año. En un sistema tan conservador como el nuestro, donde todo el andamiaje político existe para evitar sorpresas, son cada vez más frecuentes las opiniones de que Javier Milei puede llegar a ser presidente ya a partir del 10 de diciembre de este año. Extraordinario y sorprendente, sin lugar a duda.

La conclusión más fácil sería la de que se trata de un “outsider” clásico, es decir, de un elemento que es ajeno a la política y que de un momento a otro irrumpe en ella, trastornándola. Así fueron, por ejemplo, el escritor Mario Vargas Llosa en las elecciones peruanas de 1990 y el mismísimo Donald Trump en los Estados Unidos hace unos pocos años. Vargas Llosa estuvo a punto de convertirse en presidente de Perú al triunfar en primera vuelta, aunque no pudo contra la alianza del establishment que hizo causa común con Alberto Fujimori para derrotarlo en el ballotage. Distinta suerte corrió Trump, quien barrió uno por uno a sus rivales en las internas del Partido Republicano estadounidense y finalmente atropelló a una Hillary Clinton que era la propia expresión del statu quo, además de ser favorita en todas las encuestas hasta las elecciones. Vargas Llosa y Trump trastornaron, este último mucho más que el primero, la política en sus respectivos países al desordenar el esquema tan celosamente cuidado por el exclusivo club de los dirigentes tradicionales. Y por eso son considerados “outsiders”.
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