En un estadio repleto y con toda la mística que es tan característica de la militancia kirchnerista, Cristina Fernández reapareció frente a su público el pasado jueves 17 de noviembre en ocasión de las celebraciones por el día del militante peronista. Y lo hizo como en sus mejores tiempos: el Estadio Único de la Plata fue un escenario de lujo donde el kirchnerismo emuló las multitudinarias concentraciones con las que supo sacudir a la provincia de Buenos Aires durante la campaña para las elecciones de 2017. Por su parte, a sus casi 70 años de edad, Cristina Fernández dio otra demostración de un carisma que permanece intacto, de un liderazgo con el que inspiró en las últimas dos décadas la mística militante en la construcción de un núcleo duro, durísimo.
Es precisamente en ese punto, en el de la mística endogámica hacia el interior de un núcleo duro que parecería ser inoxidable, donde puede adivinarse hoy el problema más serio que tiene Cristina Fernández entre manos y cuya resolución se asemeja a la del enigma. Implicada en un gobierno fracasado que ella misma creó y durante tres años sostuvo —a veces tácitamente y otras veces no tanto— la actual vicepresidente y artífice del hundido gobierno del Frente de Todos tiene por delante el desafío para nada sencillo de intentar despegarse simbólica y discursivamente de dicho fracaso, apareciendo como una alternativa real, viable de cara a las elecciones del 2023 que se avecinan.
El problema en muy resumidas cuentas es que la mística está intacta y no alcanza, no sirve para interpelar más que a los convencidos de siempre que forman el núcleo duro mentado. El carisma de la conductora está y es un factor decisivo en el sostenimiento de dicho núcleo duro, pero no está y tampoco se vislumbra un escenario en el que exista el consenso social necesario alrededor de la narrativa que el kirchnerismo necesita instalar de aquí a las próximas semanas, si es que realmente pretende imponer como candidata a la primera magistratura y con chances reales de ganar las elecciones a su máxima referente. Esa es la narrativa de que Cristina Fernández no tiene nada que ver con el gobierno del Frente de Todos, algo así como un relato épico en el que en los últimos años la conductora estuvo ausente o exiliada y que puede volver de ese exilio a devolverle al pueblo la esperanza perdida después de dos gobiernos de terror, el de Mauricio Macri y luego el de Alberto Fernández.

Esa es la narrativa ideal en el escenario actual de profunda crisis social y económica que resulta de esos dos gobiernos fracasados. El terreno es fértil para un relato de esas características, la narrativa del “salvador de la patria” que llega a poner orden en el caos es la que probablemente será decisiva en el voto en estas circunstancias. Todo está muy mal, cunde la desazón entre las mayorías y por lógica eso debe conducir al anhelo por el advenimiento del mesías, ya sea de un “outsider” simbólicamente no asociado a la dirigencia política tradicional o bien de un dirigente con enorme centralidad cuya gestión fue exitosa en el pasado y puede volver a hacer otra vez el truco. Esta última es la definición que el kirchnerismo debe adjudicarle a Cristina Fernández para que pueda postularse y ganar las elecciones.
Eso es problemático en la práctica, no obstante, por donde se lo mire. La idea de que Cristina Fernández “vuelve” a reeditar el buen gobierno de los años que en un sentido amplio van desde el 2003 al 2015 choca frontalmente con la realidad de que Cristina Fernández ya volvió en 2019 al triunfar en las elecciones de ese año el Frente de Todos con una fórmula armada por ella y en la que ella misma se presentó como candidata a vicepresidente. En otras palabras, la dificultad de instalar el “Cristina vuelve” en las actuales condiciones es que, más allá de los que ya están convencidos en el núcleo duro, es muy poco probable que alguien se lo vaya a creer. Y así no se ganan elecciones.
Se trata entonces de un relato inverosímil para cualquiera que tenga un poco de memoria a cortísimo plazo. Si Cristina Fernández no tiene nada que ver con el gobierno del Frente de Todos que hizo agua, ¿por qué no renunció en tiempo y forma al cargo de vicepresidente y se ubicó en la oposición? A este cuestionamiento que es muy corrosivo se sigue la simple argumentación de que Cristina Fernández no solo creó el Frente de Todos un sábado por la mañana en Twitter, es indiscutiblemente la madre de la criatura, sino que además nunca dejó de formar parte del gobierno resultante de esa creación. ¿Cómo instalar en el sentido común de las mayorías que “Cristina vuelve” si está claro que nunca se fue a ninguna parte?

También es cierto que desde el punto de vista de los kirchneristas existe un exilio real en la vicepresidencia cuando ese lugar lo ocupa el dueño de los votos. Legalmente hablando, el poder ejecutivo es unipersonal y le corresponde al presidente de la Nación en soledad, razón por la que no deja de ser cierto que un vicepresidente “no corta ni pincha” a la hora de definir el rumbo de una gestión de gobierno. Eso es así y aún así, valga la redundancia, sigue siendo muy difícil despegar simbólicamente a Cristina Fernández del gobierno del Frente de Todos en la conciencia del elector argentino promedio. Todo indica que, en caso de que la conductora del kirchnerismo efectivamente se presente como candidata, la oposición va a cargar las tintas sobre los hechos de que Cristina Fernández creó el Frente de Todos y de que, como se ve, jamás renunció a su lugar de vicepresidente ni exigió que los suyos renunciaran a los cargos políticos que ocuparon en el gobierno puestos ahí a dedo por ella.
¿Cómo venderle entonces al argentino promedio desideologizado y poco interesado en la intriga política, que es la enorme mayoría del pueblo, que Cristina Fernández no tiene nada que ver con el gobierno del Frente de Todos y que en 2023 “vuelve” a reeditar los días más felices? Nada de eso es fácil, ciertamente. La narrativa ideal del mesías que viene o que vuelve para la redención general en una situación crítica es fundamental para lograr el triunfo, pero es muy difícil de vender cuando del otro lado están todos los dirigentes opositores gritando en todos los medios que eso no es así. El kirchnerismo corre el riesgo de hacer un papelón, de entrar a una campaña electoral con un relato al que pueden transformar rápidamente en chacota con el simple contraste entre lo que se dice y lo que realmente ocurre.
He ahí lo que puede pasar: puede armarse todo un “operativo clamor” por el “retorno” de Cristina Fernández y con eso establecerse una estrategia electoral, tan solo para encontrarse con que los de en frente ya tienen preparado el antídoto de antemano. La jugada es evidente, si Cristina Fernández se presenta como candidata a presidente para las elecciones de 2023 necesariamente tendrá que hacerlo con la narrativa del retorno triunfal similar al de Perón en el bienio 1972/1973. Pero sí, la jugada es demasiado evidente y predecible y quizá por eso mismo no sea la que esté diseñando ahora mismo el kirchnerismo. La oposición está esperando que eso ocurra y ya tiene preparado todo el arsenal para destrozar ese relato con la eficiencia de la sincronización discursiva de sus dirigentes y la fuerza devastadora del aparato mediático hegemónico que esos dirigentes tienen a disposición. ¿Puede ser por ahí?

Puede serlo, precisamente porque no se vislumbra ninguna alternativa. ¿Con qué argumentos puede presentarse ante la sociedad como candidato a presidente y en medio a una crisis terminal el artífice del gobierno que propició esa crisis? ¿Cómo explicarles a las mayorías que sufren el rigor de una economía devastada la inexistencia de una relación entre un vicepresidente de un gobierno y ese mismo gobierno, aunque esa inexistencia sea real? Esa es la clase de “conspiranoia” que requiere de una enorme cantidad de explicaciones y por eso tiene todas las de perder porque las elecciones se ganan más bien con eslóganes que con argumentos bien elaborados y racionalmente expuestos. El eslogan de “Cristina vuelve” tiene pocas probabilidades de instalarse con valor de verdad en el sentido común si el enemigo instala antes el eslogan opuesto de que, en verdad, Cristina Fernández jamás se fue a ninguna parte. ¿De dónde vuelve, si no se fue?
Escenarios
Además de esas dificultades inherentes a la instalación de la narrativa ideal para ganar las elecciones del año que viene, es importante tener en cuenta que actualmente no existe ningún escenario en el que Cristina Fernández pueda postularse como candidata a presidente de la Nación y ganar las elecciones. Vistas las cosas como están al día de hoy, el 2023 es una incógnita que en el prospecto se ve como una disyuntiva, o como una opción binaria que depende de qué tanto éxito tendrá Sergio Massa en la misión que se ha propuesto. Massa puede triunfar o puede fracasar en su plan de estabilización de una economía que hoy tiene inflación y tasas de interés efectivas por encima del 100% anual. La moneda está en el aire y según cómo caiga habrá un escenario para las elecciones del año que viene.
Supóngase al efecto el primer escenario, el del triunfo “milagroso” de un Massa que logra poner coto a la inflación galopante y, al mismo tiempo, logra restaurar parte del poder adquisitivo perdido por el trabajador en los últimos siete años. Está claro que si Sergio Massa hace eso la opinión pública va a tender naturalmente a valorar muy positivamente la gestión del “superministro” de Economía y algún optimista dirá que en tal escenario Cristina Fernández podrá capitalizar adjudicándose parte del éxito, puesto que Massa llegó a tener el control de la política económica gracias a que ella lo puso allí. Massa hace el truco, la economía del país se estabiliza al menos momentáneamente, el gobierno del Frente de Todos se salva del fracaso promediando una gestión mediocre sobre el final del mandato y Cristina Fernández cosecha los resultados.
Es altamente probable que Cristina Fernández haya designado a Sergio Massa como “superministro” de Economía precisamente con esa finalidad, a saberla, la de “salvar las papas” luego de tres años de masacre económica contra las mayorías populares trabajadoras y medias. Cristina Fernández puso a Massa ahí para que Massa haga el truco, para que el 2023 sea un año económicamente bueno y así poder presentarse como candidata a presidente con algún argumento. Es un buen plan, es un excelente plan dadas las circunstancias, pero hay un escollo: el propio Sergio Massa.

Como se sabe, Massa no se caracteriza por ser el más altruista de los dirigentes políticos y mucho menos por ser un militante kirchnerista, por lo que es un poco difícil pensar que Massa se haya metido en el ojo de la tormenta para salvar al gobierno del Frente de Todos y luego permitir que Cristina Fernández capitalice los frutos de esa hazaña. ¿Por qué Sergio Massa haría eso? ¿Por qué arriesgaría lo poco que le quedaba de prestigio en una misión que a priori parecía ser imposible tan solo para regalarle a Cristina Fernández el capital político resultante de un éxito logrado contra todos los pronósticos? Es cuestión de ponerse en el lugar de Massa, comprender su estrategia de largo aliento y conocer su natural animadversión al kirchnerismo para saber a ciencia cierta que Massa jamás se inmolaría para salvar a Cristina Fernández y mucho menos se expondría a quedarse pegado con una catástrofe con la sola finalidad de garantizar un triunfo electoral del kirchnerismo.
Por el contrario, todo lo contrario. La única razón por la que Massa se ha lanzado a “bailar con la más fea” habiendo podido quedarse en la comodidad de la presidencia de Diputados tiene que ser la ambición del propio Massa, que es natural. En este primer escenario, que es el del triunfo del “plan Massa” para evitar el colapso de la economía argentina en el cortísimo plazo, el único candidato que podría resultar de la “reparación” redentora del Frente de Todos es el propio Sergio Massa, de modo que este no es un escenario propicio para que se postule con argumentos Cristina Fernández a la presidencia en 2023.
El escenario alternativo es el del fracaso del “plan Massa”, que podría ser un llegar al 2023 con el marasmo actual o, aún peor, con el trauma de un colapso económico definitivo. Cualquiera de estas dos opciones sería un fracaso del plan de contingencia y resultaría probablemente en aquello que ya pronostican los más avezados analistas que hablan sin parar en los medios de comunicación dominantes: en una avalancha de votos a la oposición cambiemita o “libertaria”, con algún derrame de migajas para el trotskismo. Sea como fuere, si Massa no logra resolver el problema de la inflación galopante y el de la dramática pérdida de poder adquisitivo de los ingresos del pueblo trabajador entonces el candidato ganador no será lógicamente Sergio Massa, pero tampoco podrá ser ningún otro dirigente asociado al fracaso del Frente de Todos. Y eso lógicamente va a incluir a Cristina Fernández, quien será sindicada como la máxima responsable por la debacle.

En la intimidad de sus mesas chicas la dirigencia kirchnerista conoce esta realidad, sabe de la inexistencia de un escenario en el que Cristina Fernández pueda llegar a presentarse como candidata a presidente con chances reales de ganar las elecciones y es muy poco probable que esté dispuesta a exponerla a una paliza en las urnas. Es inimaginable que por su parte y a esta altura de su gloriosa carrera Cristina Fernández entre a un proceso electoral sabiendo que, en un eventual ballotage, podría tener un “efecto Le Pen” en su contra o que incluso podría ni llegar al ballotage en el hipotético caso de que la consecuencia del fracaso de Massa sea un estallido social similar quizá al de 1989 o al del 2001.
Luego de haber ganado todas las elecciones en las que participó a lo largo de su trayectoria —salvo la del 2017, resultado que es discutible por las particularidades de ese proceso electoral—, es delirante imaginar a Cristina Fernández dándose conscientemente a sí misma un final parecido al de Carlos Menem, quien en 2003 tuvo que bajarse de un ballotage para no ser aplastado por un Néstor Kirchner que en realidad iba a representar la totalidad del voto antimenemista.
Entonces el entusiasmo de la tropa luego del acto del 17 de noviembre en La Plata es injustificado, es una expresión de deseo espontánea o es una estrategia de diversión del kirchnerismo para hacerle creer a la oposición que Cristina Fernández está pensando en un “operativo clamor” cuando, en verdad, la estrategia pasa por otro lado. Puede ser un amague táctico, puede ser el proceder del tero que nunca canta allí donde pone los huevos. Puede ser, en fin, la preparación de otra “jugada magistral” de las que suelen ser exitosas en lo electoral por el impacto psicológico que tienen, aunque no siempre lo son a la hora de gestionar después de las elecciones. La respuesta al misterio la conoceremos recién en el último capítulo de esta trama, a minutos de anunciarse las listas de candidatos.
Como siempre ocurre cuando se trata de Cristina Fernández, a quien el misterio parece sentarle de maravilla.