El rey cipayo

Pasadas las elecciones generales del 22 de octubre, al fin quedó en evidencia aquello que en esta ‘Revista Hegemonía’ se ha analizado en profundidad durante los últimos tres años y más: Sergio Massa es el rey cipayo, el jefe de la política argentina. Con una votación demasiado expresiva para un ministro de Economía de la catástrofe, Massa ha cumplido ya la totalidad de la misión prevista en su estrategia y ahora debe administrar la transición para imponer las condiciones en las que establecerá su hegemonía. La Argentina tendrá al fin —luego de dos décadas de lucha e indefinición— un proyecto de país fijo: el que desean los poderes fácticos globales para el saqueo de los recursos del octavo territorio más extenso y el sexto más rico del mundo.
2311 0 00 10

En medio a la confusión y el desconcierto que predominan entre unas mayorías populares a las que no se les permite entender el juego, pasaron las elecciones generales de octubre corroborando toda la hipótesis acerca de eso que es invisible para los muchos y es el propio reverso de la trama. Sergio Massa confirmó en los hechos que es el elegido por el poder fáctico para dirigir la política argentina durante los próximos muchos años. Con una elección sensacional para el ministro de Economía de un país que tiene el 150% de inflación anual y la mitad de su población por debajo de la línea de pobreza, Massa demostró que la ingeniería electoral y el aparato territorial son mucho más decisivos para ganar en las urnas que tener un candidato de moda que al parecer llega comiéndose a los chicos crudos.

Salvo en el caso de los mal llamados “periodistas” — vulgares operadores mediáticos, en rigor—, hay mucha gente que genuinamente no sabe cómo puede ser eso. Massa estuvo cerca de obtener el 40% de los votos cuando en realidad, a juzgarse por su performance como ministro de Economía y por el hecho de que forma parte del gobierno frentetodista fracasado, no debió ser votado por nadie más que por él mismo, por sus familiares y sus amigos. Pero Massa obtuvo esa votación, se metió en un ballotage junto a un Javier Milei que entró en la etapa del desinfle programado y cumplió así la totalidad de la misión prevista en su estrategia de largo aliento. Massa es ahora el nuevo jefe no solo de lo que fue el kirchnerismo, sino de la política argentina entera.

Los que se asombran de la performance electoral de Massa y no entienden cómo eso es posible son los mismos que objetan ahora la afirmación de que Massa es el nuevo jefe de la política nacional al haber instalado ya su hegemonía. “Todavía tiene que derrotar a Milei en el ballotage, esto no está terminado”, dicen, sin mucha convicción. Es una expresión de deseo de quienes no están contentos con el triunfo massista. En el fondo, bien en el fondo, todos están convencidos ya de que no hay vuelta atrás: Massa desplegó una estrategia a lo largo de por lo menos 15 años para llegar hasta aquí, tejió una paciente trama de intrigas y supuestas traiciones para ser presidente de la Nación y si bien teóricamente aún no lo logró, está claro que eso es una cuestión de tiempo.

¿De cuánto tiempo? Pues de días o de meses, eso depende precisamente del resultado del ballotage. Lo que verá el atento lector en esta edición de nuestra Revista Hegemonía es que Massa ya ganó políticamente en tanto y en cuanto eliminó del juego a los dos polos extremos de la vieja grieta que hegemonizó la política argentina en las últimas dos décadas, a saberlos, el kirchnerismo y el antikirchnerismo, su par dicotómico necesario. Massa se metió en un ballotage con Javier Milei, un personaje creado por el propio Massa para subvertir el orden establecido trastornando el juego. En una palabra, Massa va a dirimir la primera magistratura en una segunda vuelta electoral con su alter ego, con un dirigente ilegítimo que le pertenece por ser su creación. Está en ambos lados del mostrador.

Entonces Massa puede ganar las elecciones en el ballotage si quiere o puede hacer ganar a su fantasma para que este lleve a cabo el shock económico que nadie quiere hacer, “resetee” el país, renuncie y deje allanado el camino para que otro —el propio Massa, como se ve— venga a hacer la gran Néstor Kirchner, esto es, gobernar con la economía saneada a los golpes dirigiendo así un largo periodo de prosperidad posterior a dicho shock. Massa puede hacer cualquiera de las dos, tiene la decisión en sus manos y por eso es el jefe de la política argentina mucho más allá de cualquier resultado electoral coyuntural. Las elecciones son una cosa, la política es otra. Son dos animales muy distintos entre sí.


Este es un contenido exclusivo para suscriptores de la Revista Hegemonía.
Para seguir leyendo, inicie sesión o suscríbase.

No puedes copiar el contenido de esta página

Scroll al inicio
Logo web hegemonia

Inicie sesión para acceder al contenido exclusivo de la Revista Hegemonía

¿No tiene una cuenta?
Suscribase aquí

¿Olvidó su contraseña?
Recupérela aquí.

¿Su cuenta ha sido desactivada?
Comuníquese con nosotros.