El truco del diablo

En el debate de la geopolítica sobre todas las cosas que están mal en el mundo se multiplican las complicaciones. Allí donde la injusticia campea y el crimen es la norma, un proyecto político colonialista y genocida ha encontrado la manera de actuar a sus anchas, por fuera del alcance del escrutinio de la opinión pública. Esa fórmula jamás obtenida por ninguna potencia mundial es la de desviar la discusión desde la política hacia debates estériles sobre religión y etnia. El sionismo hoy está blindado y autorizado por la comunidad internacional a seguir con su limpieza étnica en Palestina (y también ahora sobre el Líbano) porque logró instalar exitosamente que “sionista” es sinónimo de “judío” y que, por lo tanto, criticar al primero equivale a atacar al último. Proyecto político, religión y etnia mezclados en una fórmula explosiva que es el propio truco del diablo.
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Con las ya remanidas referencias a bebés decapitados, torturados, mutilados y quemados vivos, sin ahorrar en mística religiosa y tampoco en esas arengas vengativas que son tan típicas de los líderes que viven y existen para hacer la guerra, el primer ministro Benjamín Netanyahu se dirigió con un breve discurso a los israelíes en el marco de las conmemoraciones por el primer aniversario de los hechos del 7 de octubre de 2023, en los que un numeroso contingente de militantes de Hamás aparentemente burló los sofisticados sistemas de vigilancia que hasta allí habían sido promocionados por Tel Aviv como invulnerables y asestó a Israel un golpe decisivo. Con una alocución digna de un bárbaro, Netanyahu habló de “monstruos”, de “terroristas” y, por supuesto, de “enemigos” para instar a los israelíes a seguir apoyando sin reservas la campaña genocida que ahora, además de la Franja de Gaza y de Cisjordania, avanza también sobre el territorio del Líbano. Y pretende seguir expandiéndose a medida que el mesianismo de Netanyahu alcanza niveles de locura, tendiendo cada vez más a inclinarse por una “solución final” para la cuestión en Medio Oriente.

Fue el 7 de octubre de 2023 el disparador de esa locura genocida por parte de los sionistas israelíes. Tal vez heridos en su orgullo por la invasión de los militantes de Hamás a lo que consideran su territorio —o tal vez utilizando esa invasión como un pretexto para hacer lo que ya tenían planificado, precipitando los tiempos—, los israelíes se embarcaron en la aventura militar que ya dura un año y que según datos oficiales victimó a 40.000 civiles palestinos en ese cortísimo plazo. Las cifras son muy conservadoras. Existe un consenso entre los testigos internacionales presentes en el territorio de que el número de víctimas de los bombardeos israelíes en Gaza puede ascender a los cientos de miles si se incluye en el censo a los desaparecidos y a los que quedaron enterrados bajo los escombros de la devastación, que fue total. Sea como fuere, está claro que casi la mitad de los palestinos asesinados por las bombas y después por la hambruna y las enfermedades impuestas por Israel son niños. El infanticidio se suma al genocidio en la lista de crímenes de lesa humanidad cometidos por los israelíes en el último año bajo la conducción de Netanyahu.

El panorama de la devastación de la Franja de Gaza tras un año de ataques y bombardeos incesantes por parte del Estado de Israel contra los civiles de Palestina. La infraestructura fue reducida a escombros y debajo de estos, se calcula, hay decenas de miles de muertos que hoy figuran como desaparecidos en las estadísticas oficiales. Esta es la razón por la que la cifra de 40.000 muertos es muy conservadora. Sea cual fuere la cifra, entre muertos, desaparecidos, mutilados y traumados de por vida los palestinos ya han sido aniquilados por el sionismo israelí y son un pueblo-nación en vía de extinción. La comunidad internacional, en silencio.

El empleo del genocidio, del infanticidio, del apartheid y la hambruna como armas de guerra total contra la población civil son algunos de los crímenes de lesa humanidad que Israel viene cometiendo desde el 7 de octubre de 2023 ante la mirada más bien pasiva de la comunidad internacional. Y la definición de crimen de lesa humanidad no surge de la opinión subjetiva ni es una valoración hecha por los palestinos, sino que está prevista en el Estatuto de Roma de 1998, el documento aprobado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en pleno, esto es, en una conferencia realizada junto a los representantes de todos sus miembros ese año en Italia. El documento instituye y habilita a la Corte Penal Internacional (CPI) a perseguir y a juzgar a los acusados de la comisión de dichos crímenes. La CPI ya dio su parecer considerando que Israel es culpable de crímenes de lesa humanidad y determinó la detención de Benjamín Netanyahu y su principal cómplice, el ministro de Defensa de Israel Joav Galant. Todo es objetivo, como se ve, no hay en ello subjetividad alguna en las definiciones. Y aun así el régimen sionista sigue avanzando a toda velocidad contra los palestinos y también contra los libaneses.

La pregunta en este punto es por qué, o más bien cómo puede ser que un pequeño país con menos de 10 millones de habitantes y una superficie del tamaño de la provincia argentina de Tucumán pueda salirse con la suya y continuar incurriendo en los crímenes por los que ya fue condenado sin que nadie en el mundo haga nada para frenar la locura. Al parecer, se trata de un sinsentido cuya explicación no puede estar en las dimensiones geográficas y demográficas de Israel, que son insignificantes, sino en la dimensión nacional de lo que Israel representa en la geopolítica desde que fue creado por orden de los Estados Unidos y de Gran Bretaña en 1948 al finalizar la II Guerra Mundial. La primera conclusión es superficial e indica que Israel puede hacer impunemente todo lo que hace por lo que representa políticamente para los intereses de las potencias occidentales que ganaron la guerra en 1945 y, al haberla ganado, determinaron el sistema-mundo en beneficio propio. Estadounidenses y británicos diseñaron el ordenamiento internacional y en dicha arquitectura Israel tendría inmunidad legal en la práctica.

Sin poder efectivo para hacer cumplir sus fallos, los jueces de la Corte Penal Internacional oscilan hoy entre el descrédito y la inutilidad. En realidad, por definición, los fallos de este tribunal solamente son útiles una vez que la cosa juzgada se resuelve fácticamente en el campo de batalla con la derrota de los que fueron condenados. Y si eso llegara a ocurrir, los israelíes serían obligados a entregar a algunos de sus líderes para que expíen las culpas. Mientras tanto nadie va a meterse y Netanyahu no corre peligro si no sale de Israel.

Pero esa es, como veíamos, apenas una primera conclusión superficial. La inmunidad legal ante los tribunales internacionales es una cosa precaria que dura mientras dure asimismo la coyuntura determinada sobre la que dicha inmunidad se sustenta. Al cambiar la coyuntura geopolítica con el establecimiento de un nuevo sistema-mundo, que es precisamente lo que está ocurriendo hoy con el ascenso de potencias emergentes como China y Rusia en rebeldía, por ejemplo, la imposición de un nuevo ordenamiento internacional podría dejar caduca la inmunidad que los Estados Unidos y Gran Bretaña le garantizan hoy a Israel mientras todavía tienen el poder para sostener esa garantía. En otras palabras, si Israel hiciera todo lo que hace basándose únicamente en la fe de que durará para siempre el orden mundial que le da inmunidad, entonces los israelíes estarían construyendo sobre la arena en omisión del evangelio de San Mateo, que prescribe construir siempre sobre la roca. Según Mateo, el que hace lo primero es un tonto. Y los israelíes de tontos no tienen ni un pelo.


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